Todos los ríos tienen su alma


La cuenca es el alma del río. Esa parte inmortal que separa de él cuando muere. Por eso la cuenca es tan poética  y merece muchos versos para ensalzarla.

El alma es principio de vida y otorga identidad. En el ser humano y en el río. Cuando transcurre la vida por la cuenca, el río se va haciendo adulto mientras la recorre y visita. Y se lleva continuamente algo de ella mediante la erosión.

Cuando la lluvia, que es el germen de la vida, no se presenta, la cuenca languidece mientras el río va desangrándose por una herida que lo deja seco. Pero el alma no muere, sabe aguantar la volubilidad de la Naturaleza y las agresiones de los humanos. Hasta que vuelve a llover y el río recupera su vigor, volviendo a conducir sus caudales al mar.

Todos los ríos tienen su cuenca y todas las cuencas tienen su río. Su alma en su almario. Y esas almas acaban yaciendo en el mar, hasta que llega su resurrección gracias a la acción del sol que las insufla vida mediante la evaporación.

Entonces la nube hace el camino inverso y vuelve a transportar las almas a la cuenca. El almario vacío, vuelve a llenarse de vida y color. Poético recorrido que forme parte de un ciclo eterno. De un eterno retorno asociado, claro está, al sí a la vida, a su afirmación. Nosotros vemos entonces la cuenca con todo su sentido trágico y dionisíaco. Asociada a conceptos sublimes como el amor  y el destino. Por mucho que nos encariñemos con ella, jamás podremos controlar su destino, aunque nos esforcemos en modificarla y alterarla.

Por eso, es mucho mejor loarla con un poema que nos adentre en su alma. Como este que hoy publicamos en nuestro miércoles poético del futuro del agua.

Lorenzo Correa

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