Infinito espejo


Mirarse en el agua es un reto apasionante. Como mirarse al espejo. Según Jacques Lacan, se produce un efecto curioso, porque al ver nuestra imagen reflejada vemos en ella lo que nos desagrada de los demás. Es decir, lo que no nos gusta de nosotros mismos. Es el efecto espejo.

Lacan, en su teoría del espejo, sostiene que, cuando no tenemos todavía pasado, es decir entre los seis y los dieciocho meses de edad, somos capaces de reconocernos al mirarnos. Y eso nos alegra muchísimo.

Pero cuando superamos esa primera fase del desarrollo psicológico, el reflejo nos hace conectar con el pasado del que surgen imágenes que no nos gustan y que al verlas nos perturban. Lo que no nos gusta ver en nuestra imagen especular, son reflejos de personalidad en otras personas que no van con nosotros. El efecto espejo

Mientras reflexionábamos sobre ello, nos asomamos a un río de aguas calmadas en un día radiante. Y vimos nuestra imagen en ellas. ¿Qué pensaría el agua de lo que estaba reflejando? ¿le gustaría?

Y a nosotros, ¿nos gustaba el agua que veíamos desde la pasarela? Entonces surgió el poema que hoy les mostramos en el espejo de esta página. Nos alegraba ver que el agua podía reflejar fielmente los árboles de la ribera y el tablero del puente. Porque estaba limpio el espejo. Y ella también por supuesto.

Pero a veces, al asomarnos, no había reflejo. El espejo estaba sucio. Veíamos en el agua poco o nada. Lo que nunca querríamos ver en nuestra vida. Abandonamos nuestro lugar de observación pensando en el futuro del agua para el que escribimos. Ojalá que la lluvia caiga siempre sobre un espejo limpio de agua, convertida en un cristal azogado. Y que en él se reflejen el sol y la luna en todo su esplendor. Como nuestra imagen de paseantes en ríos humanos

Lorenzo Correa

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