Natura maxime miranda in minimis. ¿Es la Naturaleza digna de admiración?


La Naturaleza es digna de admiración, sobre todo en las cosas pequeñas. Esta sería la traducción que proponemos de la frase latina de  Plinio el Viejo, en su “Historia Natural”. Y con ella podremos interpretar mejor nuestro artículo.

El autor latino enfatiza en su máxima que en los fenómenos más nimios se manifiesta la grandeza y la perfección de la naturaleza. Nosotros añadimos que esta filosofía de las pequeñas cosas se traduce en el ser humano en emoción. Y además, genera unos valores que marcan a las personas de generación en generación. Aunque también  las desazonan cuando los pierden .

La Naturaleza y los valores están ligados desde el inicio de los tiempos en la tradición judeo-cristiana. Concretamente,  desde que al árbol del bien y del mal fue denominado “el árbol de los valores”. El desgarramiento existencial en el que se traduce la caída en desgracia ante el Ser Supremo y el consiguiente castigo derivado del pecado original, surge de haber cedido a la tentación de comer la fruta prohibida.

Pero ello  supone que el ser humano quiso desde el principio participar en la creación. Algo tan natural como un árbol, representa el sentido de la vida. Sobre todo, porque sus apetitosos frutos provocan la pérdida de la inocencia del ser humano como condición de su existencia.

Valores y naturaleza, unidos desde siempre y para siempre. En una existencia desgarrada por la necesidad perentoria de comer y abrigarse. De hacernos cargo de nuestra existencia dependiendo siempre de la Naturaleza. Porque solo haciéndonos cargo conferimos sentido a nuestra existencia.

Hoy en día, nuestros valores relativos a la naturaleza se basan en la ética. Esa que definie Wittgenstein  como “aquello que hace que la vida merezca vivirse, o la manera correcta de vivir”. De ese concepto de ética y valores aplicados a nuestra inevitable convivencia “pacífica”  con  el agua y la Naturaleza escribimos hoy.

Para dar un enfoque concreto, trataremos sobre el estado de los humedales. Porque nuestra manera de relacionarlos con la Naturaleza ( y con el agua), incide sobre nuestro presente y nuestro futuro. Y confiere sentido a nuestras vidas. Porque, como escribió Niestzche, les confiere “valor”.

Nos cuenta Rafael Echevarría en su “Ontología del lenguaje” que “el atributo fundamental de los seres humanos es su capacidad de actuar. Y a través de ella su capacidad de participar en la generación  de ellos mismos y de su mundo”.

Por lo tanto nuestra participación en la destrucción, deconstrucción, preservación  o restauración de la Naturaleza (y del agua), generará el mundo del futuro. Y el  futuro del agua al que desde aquí nos dedicamos.

Un futuro que, como nuestros lectores ya conocen, se basa en una cultura matriarcal. O sea, de valores. La que quiere potenciar la deconstrucción del discurso tradicional del agua. Mediante el fomento de la participación desde la emoción. Para llegar a la seducción.

Conviene matizar que cuando nos referimos a un “humedal”, aludimos a un terreno inundado continua o temporalmente. Y que esta inundación puede ser natural o artificial.  Con aguas estancadas o corrientes, dulces, salobres o saladas. E incluye también a las masas de agua litorales que en bajamar mantengan una profundidad de 6 metros.

Hay humedales marinos, los famosos manglares de los estuarios. También humedales lacustres y humedales palustres. Estos últimos solo disponen de agua dulce procedente del desbordamiento de ríos en las llanuras aluviales.

El humedal es una bendición para la ictiofauna y la vegetación. Porque  genera pesca, leña y plantas medicinales muy usadas por las comunidades de su entorno. Ese es el motivo por el que los consideran “sagrados”. Además laminan las avenidas, protegen la línea costera del oleaje, depuran el agua que los habita y recargan acuíferos. Naturaleza en estado puro

En el mundo, los humedales corren peligro. Y con ellos, sus plantas, sus animales y todos nosotros. Hace ya medio siglo, en 1971, el Departamento de Caza y Pesca de Irán organizó, cabe el mar Caspio, en el balneario de la ciudad de Ramsar una conferencia a la que asistieron de 18 países. De ella salió la denominada “Convención relativa a los Humedales de Importancia Internacional especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas”. Y su tratado entró en vigor en 1975. Es el que todos conocemos como Convenio Ramsar.

Pues bien, esta Convención incluyó en su informe 2018 sobre el Patrimonio Mundial y Convenciones de Ramsar, un argumento bastante potente. Decía que la  defensa de los humedales se basaba en los valores culturales de las personas y en la participación de la comunidad. Porque su perfecta conjunción contribuye a obtener excelentes resultados de conservación de la Naturaleza en su ámbito de actuación.

Extraía estas conclusiones de su experiencia en las actuaciones basadas en tradiciones milenarias sostenibles. aplicadas desde culturas cercanas a las áreas húmedas mejor preservadas. Porque así  las han conseguido mantener  hasta ahora en un aceptable estado de conservación.

Si consideramos el patrimonio mundial como un “almacén” de valores, sus bienes, reconocidos por la ONU- UNESCO, constituyen un acervo inalienable, un verdadero tesoro. Por eso, la Convención del Patrimonio Mundial de 1972, representa la catalogación de un inventario natural y cultural que no tiene dueño.

Porque es de todos y sus bienes cuantificados ascienden a 1.073  distribuidos entre 167 Estados firmantes. De ellos, se extrae la llamada Lista de Ramsar, que acoge a mayor red mundial de áreas protegidas. Contiene más de 2.280 “sitios Ramsar” y una extensión total de más de 2,2 millones de km² .

Cuando se estableció la Convención Ramsar, se incidió fundamentalmente sobre la conservación de aves acuáticas que necesitan los humedales para subsistir. Pero ahora la preservación de valores, en este caso culturales, de los humedales ha ido ganando cada vez más protagonismo. Eso es lo que se demuestra en el informe que aludimos, al presentarse seis casos distintos y distantes de humedales. En todos ellos, el  reto era el de integrar en su gestión la cultura y los valores con el patrimonio  de Naturaleza que representan.

Del Mont Saint Michel a Canadá; de Mauritania a México y de Bostwana a Japón. Seis casos de estudio en los que destaca el protagonismo de los administradores de lugar y de los políticos del país. Eso sí, todos en estrecha relación con los integrantes de las comunidades adyacentes, cuya participación, aportando sus valores, ayuda a gestionarlos de una manera tan eficaz como eficiente.

Las conclusiones del informe, cuya lectura creemos que será tan interesante como aleccionadora, recogen el aprendizaje de los 45 años que llevan la Convención del Patrimonio Mundial y la Convención de Ramsar sobre los Humedales coordinando acciones para conservar áreas naturales y permitir su supervivencia en el futuro.

Que los humedales son el germen de la cultura  y de la civilización, se demuestra sólo. No hay más que  observar cómo la mayor parte de las civilizaciones de la historia de la Tierra, desde el Antiguo Egipto al imperio azteca, se generaron teniendo como entorno un humedal en el que se reúne la mayor parte de la biodiversidad mundial.

Un humedal bien conservado es una fuente de vida. También de confort y riqueza para las personas que viven en sus inmediaciones. Porque les da agua para beber y lavarse, les permite regar sus campos,  comer y alimentar al ganado. Por ello los pueblos que cerca de ellos viven los cuidan como si fueran una parte de ellos mismos. Igual que los cuidaron sus antepasados. Cuidan de la Naturaleza para cuidarse ellos mismo y su descendientes

Velar por su humedal forma parte de su cultura y valores. De ahí que sean imprescindibles para lograr los Objetivos 2030 de desarrollo sostenible. Sobre todo, los basados en la disponibilidad de agua, la seguridad alimentaria, el cambio climático y la reducción de la pobreza.

La primera conclusión del informe, es obvia: Designar a un humedal como parte del Patrimonio Mundial y como Sitio Ramsar, permite su fortalecimiento ante amenazas y presiones externas. Recuerden nuestro artículo titulado ¿Hoteles o manglares?.

Poco más hay que añadir excepto que si apostamos por “hoteles” o urbanización poco respetuosa que destroce el humedal, incrementaremos las ya preocupantes cifras que el informe publica. Porque el 64% de los humedales del mundo han desaparecido en el último siglo, y cada año desaparece el 1% de los que quedan.

Por estas razones, para conseguir detener esta destrucción sistemática de la Naturaleza, celebramos que el informe incida en una necesidad. La de resaltar que el valor universal excepcional y las características ecológicas de un humedal dependen en gran medida de la armonía en la relación entre la gente y la Naturaleza.

La armonía genera una emoción positiva muy potente. Y la necesitamos añadir y conservar a todas y cada una de las acciones a acometer para la preservación adecuada de estos ámbitos. Ellos solo pueden seguir la ruta del equilibrio entre las actuaciones de los que allí residen y la preservación del medio de una forma. Mediante una adecuada planificación participativa a implementar en cada lugar individualmente, respetando sus características naturales  y poblacionales. Y manteniendo siempre la emoción en lo más alto

El proceso de planificación de gestión en curso reconoce esta necesidad. Pero también el hecho de que un futuro sostenible solo es posible si todos los interesados comprenden varios aspectos. Los culturales, incluyendo el patrimonio. Además de los  socioeconómicos y los relativos al desarrollo.

Pero para que un plan de gestión tenga éxito, no sólo es imprescindible que aprehenda todos los conocimientos. También  las sensibilidades ( o sea, las emociones) de las comunidades involucradas, sin olvidarse de todos los  procesos ecológicos. El conjunto, debe condensarse en un documento consensuado desde la colaboración  y cooperación de todas las partes. Es decir,contando con su participación activa.

También deberá contarse con la aplicación de  instrumentos jurídicos que garanticen el reconocimiento del patrimonio   cultural   de   cada   sitio. Así como una gestión de los recursos naturales basada en los derechos a fin de proteger las prácticas, los conocimientos, y las conexiones espirituales tradicionales. Pero siempre, protegiendo los valores y prácticas tradicionales y asegurando la posibilidad de mejorar la calidad de vida de las comunidades locales.

Un aspecto de gran importancia es el del fomento del turismo sostenible. Por sí mismo ayudará a mejorar la subsistencia de los habitantes del medio rural cercano al humedal. Pero manteniendo siempre las culturas indígenas tradicionales. Y evitando la aparición de cambios sociales y culturales en las comunidades locales y el abandono de las prácticas tradicionales. Otra ventaja es que mitigará los impactos negativos del turismo mediante una gestión adecuada del destino y controles del número de visitantes.

En definitiva, Ramsar apuesta por la necesidad de comprender plenamente las tradiciones, las creencias y las prácticas socioculturales. Y lo hace mediante el establecimiento de vínculos   con   la   comunidad local y el fomento de su participación activa. Integrando en la gestión con el mismo nivel de los aspectos culturales, el patrimonio, los factores socioeconómicos y el desarrollo.

Porque la indisoluble relación simbiótica entre la protección a largo plazo del patrimonio natural y la salvaguardia del futuro de las prácticas de gestión tradicionales es la clave de la buena gestión. Que debe apoyarse en los valores y alimentarse con la participación activa

In petris, herbis vis est, sed maxima verbis. Las piedras y las hierbas tienen virtudes, pero mucho más las palabras.

Roberto Bolaño en “Los detectives salvajes“.

Pueden descargar el informe en la página web de Ramsar, en:

https://www.ramsar.org/sites/default/files/documents/library/gwo_s.pdf

 

Lorenzo Correa

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