Sic transit gloria flumen (y 2)


Nuestro poema de hoy, continuación del primero, toma su título de una es una locución latina, “Sic transit gloria mundi”, que ya se ha convertido en una frase hecha. Al usarla, queremos referirnos a cualquier momento de nuestra vida en el que nos damos cuenta de algo muy importante. Lo poco que dura el efecto euforizante del éxito, de la fama mundana.

Por eso también estamos cansados de escuchar que lo difícil no es triunfar, con toda la algarabía que conlleva el éxito, sino mantenerse. Todo caduca en esta vida. Hasta la propia vida

El río lleva agua, cuando la lleva y esa es su gloria. Transportar algo que es básico para la vida. De arriba  abajo, sin descanso e implorando a las pasajeras nubes que dejen en su cuenca la pasajera gloria del agua. Y el agua bendita la recorre y se va irremisiblemente al mar.

Solo hay tres lugares donde queda retenida un tiempo. Dos son naturales, el lago y el acuífero. Y el otro, artificial, el embalse. Por eso es a éste al que queremos enviar nuestro saludo poético, ensalzando la gloria de una obra humana que retiene lo imparable. Allí, una vez amansado, deja ir, poco a poco su cotizado tesoro. Para que podamos disfrutarlo en nuestra casa.

Mundana gloria la de tener un grifo por el que siempre sale agua buena. O una ducha o un retrete. Y la de crear todo un paisaje espectacular, azul, gris y verde donde esa agua se remanse.

Gloria al embalse y a su cancerbera la gris presa. Ella permite que el agua se quede, que el poeta se inspire y que el grifo se alegre con la presencia siempre bienvenida del caudal que apacigua nuestra sed o nos permite vivir con higiene y salud.

En el embalse pasa la gloria del río, pero permanece la del agua. Bien eterno del cielo, pero pasajero en la tierra

Lorenzo Correa

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