Llueve en este noviembre más invernal que otoñal. Y pandémico. Recordamos el poema de Antonio Machado en el que la monotonía se enseñoreaba de todos y cada uno de sus versos. Las lágrimas vienen a nuestros ojos, como preludio emocional, como efecto llamada del poema que vendrá después de la lluvia
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales
Monotonía de lluvia, bendita cuando cae donde se necesita y tanta, no más, que la necesaria. Vemos caer la lluvia, como el niño del poema machadiano. Recuerdo infantil. ¿Cuántas veces hemos visto llover? Muchas y en todas ellas, el cielo ha derramado desde las nubes sus lágrimas por algo o por alguien.
Nosotros somos los intérpretes de esa sinfonía de lágrimas. Y las usamos, como el agua que contienen allá donde más las necesitamos. Ofrenda acuática del cielo que nos da garantía de vida, aunque tenga que llorar lágrimas de agua. Por eso es tan cierto aquello de que “quien bien te quiere te hará llorar.
Ojalá que el agua no rompa su monotonía de lágrimas. Que sea cada vez más justa y se reparta proporcionalmente por todos los lugares de la Tierra. Desiderátum de poetas, porque luego la naturaleza hará lo que le venga en gana, aunque nosotros pongamos de nuestra parte para enfurecerla. En cualquier caso sirva el poema para que el cielo llore lágrimas de esperanza con bendita monotonía.
Pero también para que esas lágrimas nos avisen de que no siempre será así. Y estemos preparados para ello. Mientras tanto, noviembre sigue agotando el otoño. Con más frío, poca luz y menos gente por la calle. Todos los meses tienen su encanto y en este, lo realzamos con un poema melancólico y plagado de buenas intenciones. Por suerte, nuestros hermanos del hemisferio sur disfrutan de la primavera. Y todo, en el mismo mes.
Lorenzo Correa
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