100.000 millones de dólares contra el cambio climático. ¿Llegarán tras la COP 26?


El cambio climático representa para cada vez más personas en el mundo una amenaza. Para muchos, es una espada de Damocles que pende sobre las cabezas de los seres humanos preocupados por las agresiones a la Naturaleza. La venganza de la madre amantísima que, defraudada por los desvaríos de sus de sus hijos, ejerce una venganza implacable. Como si de una plaga bíblica se tratase, envía huracanes, desborda los ríos, aleja las lluvias, eleva las temperaturas y multiplica las especies invasoras.

Para otros, es un comportamiento normal de esa naturaleza que lleva en su ser la aleatoriedad del clima. El debate se centra en si es el ser humano el  último responsable o si, haga lo que haga, la naturaleza seguirá actuando sin rumbo fijo. Pero lo que no puede ser objeto de debate es que para luchar contra el cambio climático se necesita destinar desde hace años ingentes cantidades de dinero. Y, cuando el dinero se mueve, se genera un río revuelto en el que muchos pescadores encuentran su ganancia. De ellos depende también el futuro del agua.

Si contemplamos los titulares de la prensa de estos días de cumbre del clima en Glasgow,el desasosiego nos invade. Véase la muestra

Estudios de organizaciones sobre el medio ambiente y clima de Naciones Unidas concluyeron que la emergencia climática es generalizada, rápida y se está intensificando. Los fenómenos meteorológicos como los incendios, inundaciones y sequías aumentarán y el calentamiento global se está acelerando”. “La crisis mundial por el agua se intensificará con el colapso climático Otro de los hallazgos del último informe del IPCC advierte de los efectos del cambio climático en el ciclo de lluvias mundial, las sequías y las inundaciones”.

Sin embargo, una ONG de tronío como es WaterAid proclama que el agua no ha recibido atención suficiente en esta cumbre de Glasgow. Y solicita una “acción urgente que cambie esta situación” tan desfavorable para nuestra querida agua de cuyo futuro ellos también se preocupan. Porque añade que “la forma en que el cambio climático afecta a los seres humanos es casi en su totalidad a través del agua, ya sea por exceso o defecto”. Bueno, tampoco han hecho un gran descubrimiento. De estas reflexiones nosotros extraemos unas conclusiones inquietantes.

¿Están pidiendo dinero? ¿Es posible que solo con dinero los seres humanos sean capaces de detener la tendencia evidente al cambio climático? ¿De cuánto estamos hablando? ¿Hay dinero para el agua o solo para reducir los gases de efecto invernadero? ¿Quién pondrá el dinero? ¿Quién se lo llevará? Y ¿quién lo controlará?

El G20 es el grupo de los países más poderosos. Suponen el 85% de la economía mundial. Y en él  están las mayores potencias industriales como EEUU o  Alemania. También países emergentes como Brasil o China. Por supuesto, son los más contaminantes.

Pero a pesar de la buena voluntad expresada para luchar contra el cambio climático, los datos son tercos. Porque en su última reunión, no se adoptaron decisiones firmes. Ni siquiera se fijó fecha para llegara a una emisión neta de carbono cero. Tampoco se concretaron gravámenes a los combustibles fósiles. Lo mismo ocurre con el resto de las cumbres internacionales.

Nadie ha logrado ralentizar las emisiones de CO2  atmosférico. Por su parte, la recientemente finalizada cumbre de Glasgow ha emitido un documento firmado por los casi 200 países que asistieron a la COP26. Ante todo cabe señalar que  no es legalmente vinculante. Solo pretende establecer una agenda global contra el cambio climático para la próxima década.

Aunque menciona por primera vez que el carbón es la principal fuente del calentamiento global,  India y China al final impidieron que se firmara el término de eliminación gradual de su uso como fuente de energía. También insta a los países desarrollados a que por lo menos dupliquen sus provisiones colectivas de financiación a países pobres para adaptarse al cambio climático para 2025.Pero no hay ningún tipo de compromiso a soltar el dinero.

Hasta ahora, la realidad  es que, en el año 2009, los países desarrollados acordaron destinar $ 100 mil millones anuales hasta el año 2020. Su objetivo solidario era el de ayudar a los países en vías de desarrollo a reducir las emisiones contaminantes y adaptarse al cambio climático.

Se pretendía así asumir la responsabilidad de haber emitido durante décadas todo el carbono necesario para lograr una industrialización. Aquella que generó la riqueza y el bienestar que paulatinamente nuevos países que alcanzan un desarrollo similar desean alcanzar.

Pero los datos actuales, publicados por el WRI, no son muy halagüeños. Porque la OCDE solo ha contabilizado una inversión de los países desarrollados, destinada a estos aspectos, de  79.600 millones de dólares hasta 2019. A falta de añadir los datos relativos a 2020, no parece probable que se haya cumplido el objetivo de inversión previsto. El de esos 100 mil millones de dólares. Vayamos por partes. Estados Unidos, Australia y Canadá, han donado menos de la mitad de lo que otorgaron el año 2018. También lo han hecho así Grecia, Islandia, Nueva Zelanda y Portugal.

Así las cosas, se contabilizan más de una docena de países desarrollados que no han a sumido sus compromisos. Lo cierto es que si se quiere lograr el objetivo de mitigación colectiva del Acuerdo de París, los países ricos deben aportar dinero. Si no lo hacen no se podrá ni intentar fijar el aumento de la temperatura global en 1,5ºC. En este sentido, parece que hay muchos países de los 23 comprometidos en su día, que no han cumplido con la financiación acordada. Por ello, no se ha llegado ni de lejos a ese objetivo de 100 mil millones. Ni siquiera integrando en él la cantidad  aportada por la financiación privada, que en 2018 había llegado a 15 mil millones de dólares..

Por otra parte, es muy difícil contabilizar con exactitud las cantidades destinadas por estos países a mitigar los efectos del cambio climático. Por ejemplo, Japón incluye lo destinado a las centrales eléctricas de carbón «más eficientes», mientras que otros países no lo hacen.

Algunos países solo otorgan subvenciones finalistas destinadas al cambio climático. Mientras que otros incluyen préstamos otorgados a países en vías de desarrollo, con obligación de  reembolsarse. Así lo han hecho Francia, Japón y Alemania. Y es muy común que países de la “clase media” financien casi todo lo previsto en forma de  donaciones. Esto supone que sus contribuyentes aflojen el bolsillo sin esperar retorno. Pero es un maná de valor incalculable para los países pobres receptores. Es fácil entender que tan diversas formas de financiar hagan muy difícil realizar una contabilidad certera. Y el dinero se filtra por mil fisuras, sin que se sepa si va a donde debería ir o no.

Tres países importantes, Alemania, Francia y Japón, donaron más del 0,25% de su producto interior bruto. Sin embargo, Estados Unidos aportó nada más que un 0,03%. Por su parte, Luxemburgo, Noruega, Suecia y Dinamarca contribuyeron con más del 0,15%. Desequilibrio absoluto entre las aportaciones de países con economías potentes. Además, la más potente, que es la useña, es la que aportó menos.

Lo cierto es que, además de quejas y peticiones al sol, hay que meter dinero en la caja común. Una solución sería que los países desarrollados pusieran el mismo porcentaje. Entonces tocarían a un 0,22% del PNB  Pero solo Francia, Alemania, Japón y Luxemburgo alcanzaron este nivel entre 2016 y 2018.

Añadamos la parte correspondiente a la inversión privada. Supongamos que fueran 20.000 millones de los 100.000 fijados dejando el resto a la financiación de las arcas públicas. En este caso, tocaría a un 0,18% de sus recursos por país. Y esto solo lo han logrado Noruega y Suecia .

Por todo lo expuesto, la conclusión es que la mayoría de los países no están contribuyendo con su parte justa del financiamiento climático. Y eso no lo vernos casi nunca reflejado ni en medios de comunicación ni en redes sociales. Aunque debería estar presente cada día..

La forma en la que se determina qué porcentaje de financiación aporta cada país depende de varios factores. Uno es el grado de emisiones de gases de efecto invernadero. Otro, su capacidad de donar fondos por su status económico. Además, algunos incluyen el número de habitantes del país, que define a los que tienen altas emisiones per cápita. Y también la voluntad de ayuda al desarrollo de países más pobres. .

Sea cual sea la metodología que se utilice, los EEUU de la era Trump alcanzaron  un déficit de entre $ 21 mil millones y $ 40 mil millones/año. Más del doble que el de todos los demás países juntos. Y solo siete de los 23 países comprometidos cumplieron sus promesas en 2018. Francia, Japón, Noruega, Alemania, Suecia, Dinamarca y Austria. Aunque si los 100.000 millones de dólares hubieran procedido solo de arcas públicas, los cumplidores se habrían reducido a cinco. Francia, Japón, Noruega, Alemania y Suecia.

En el reverso de la moneda, están los poco cumplidores. EEUU, Grecia, Australia, Islandia, Nueva Zelanda, Portugal, Canadá e Irlanda. Porque aportaron menos de la mitad de su participación justa en 2018 en los escenarios de $ 80 mil millones y $ 100 mil millones. Canadá y Australia tuvieron déficits en 2018 que superaron los $ mil millones

Como Biden es la antítesis de Trump, decide en este ámbito aumentar la financiación climática aportada por EEUU. Pero por mucho dinero que destine, no conseguirá alcanzar el objetivo previsto.

En cualquier caso, el Acuerdo de París pretendía equilibrar la financiación de la lucha contra el cambio climático. Entre la mitigación y la adaptación. Y por ello, la mayoría de países amenazados o ya afectados por las consecuencias del calentamiento global, pidieron a los más desarrollados que sus aportaciones fueran equilibradas en ambos aspectos. También lo hizo el Secretario General de la ONU. Sin embargo, estas peticiones no han llegado a buen puerto. Porque los países que más aportan, dirigen su dinero al ámbito de la mitigación. Así lo hacen Francia, Alemania, Japón y EEUU. Y dejan las inversiones para conseguir la adaptación en solo la cuarta parte del total donado.

Afortunadamente, y esto debe ser resaltado, el Reino Unido, Australia, Bélgica, Islandia, Irlanda, los Países Bajos y Suiza sí que reparten equitativamente sus inversiones en los dos aspectos. Normalmente, el dinero llega a los países necesitados a través de bancos multilaterales de desarrollo. Se llevan la palma el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo. Ello es debido a que los países desarrollados son grandes accionistas de estas instituciones. Por lo tanto, estos súper bancos destinan cada vez más dinero a financiar objetivos climáticos.

Así las cosas, quedan muy atrás mecanismos de financiación ajenos a los bancos. Es el caso del Fondo Verde para el Clima y del Fondo de Adaptación. Y ello vulnera los mencionados acuerdos de la Cumbre de París, que pretendía otorgar  a los países pobres una mayor participación en la gobernanza de los fondos climáticos. Por ello, estos países carecen de la posibilidad de acceder directamente a la la financiación.

Solo queda desear que los países desarrollados se pongan las pilas y destinen el dinero acordado a los fines necesarios para que los países pobres puedan defenderse de lo que a todos se nos viene encima. Porque solo con dinero se podrá mitigar. Pero el dinero tiene que venir de quien lo tiene y dirigirse a quien no lo tiene. Así que este aspecto es el que habrá que trabajar tanto  y comunicar para que todos sepamos por dónde van los tiros. La cantinela tan repetida de que EEUU es quien más debe aportar, es harto conocida. Pero hay otros países que se acercan a su potencia que deberían integrarse también  en ella. En cualquier caso, lo más importante es que todos sepamos que se trata de dinero. y que soltarlo, es muy duro para quien lo tiene. Solo así sabremos a qué atenernos cuando vemos las noticias

Además, debe mejorar la calidad de la financiación climática. Aumentar las  subvenciones y dirigir más presupuestos a la adaptación. Sin olvidar que es imprescindible mejorar la  generación de informes de datos. Porque hoy en día siguen repletos de ambigüedades que no ayudan a garantizar la necesaria responsabilidad, ni la transparencia ni la confianza.

Veremos qué sale de la conferencia de Glasgow (COP26). En su orden del día ha estado unificar los formatos comunes que los países desarrollados deben utilizar. Para informar sobre el apoyo financiero en el marco del Marco de Transparencia Mejorado del Acuerdo de París a partir de 2024. Esto brinda una oportunidad para abordar las deficiencias y mejorar la presentación de informes de los países individuales. Siempre basándose en las lecciones aprendidas del sistema de transparencia actual.

Las finanzas son la clave del éxito de la acción climática internacional y potencian su aceleración. Todo lo demás, depende de ellas. Glasgow, en lo que afecta al dinero, solo ha conseguido una cosa. Que 450 organizaciones financieras, que controlan 130 billones, respalden tecnología «limpia», y financiamiento directo para quienes se alejen de las industrias de combustibles fósiles. Esto es un intento de estimular a las empresas privadas a alcanzar las metas de cero emisiones. Y a comprometerlas a financiar tecnología verde.

Sin embargo, aun  no hay una definición concreta de lo que exactamente son las metas de cero neto. Por ello, algunas organizaciones ambientalista señalaron que sin un compromiso mayor para terminar la financiación de los combustibles fósiles, esta iniciativa no es más que un «ejercicio de relaciones públicas».

Para concluir, la realidad palpable después de la COP 26 es terca.Solo un puñado de países convierten sus compromisos en legalmente vinculantes. Y queda la ilusión de que cuando el movimiento hacia el cero neto tome más impulso, haya más ánimo entre los países de animarse a poner dinero. No solo a prometerlo

Por supuesto, es «posible» imponer sanciones a los países que no cumplan sus promesas. Pero hay una salida para ellos. Retirarse de los acuerdos internacionales.

Por todo lo expuesto, poner dinero es la clave. Y cumbres como la COP26 es alentar a todos los países a que lo hagan. ¿Lo harán? ¿Lo haremos?

Lorenzo Correa

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