Una de las virtudes del agua es su capacidad de tonificar el cuerpo y apagar los ardores de la piel cuando las temperaturas son altas. Por eso es el mejor remedio para apaciguar los sudores producidos por el calor del verano en el mar.
Casi todos, cuando las temperaturas son frías, tenemos sed de verano. Pero no para pasarlo en el desierto, sino cerca del agua. Río, piscina o mar son los destinos preferidos de todos los que pueden permitirse salir de sus tórridas viviendas urbanas para sumergirse en la bendita agua del estío.
El mar, en verano, relaja. Ofrece agua fresca, playas en las que tomar el sol, actividades recreativas y deportivas, y paisajes maravillosos. Ante él, el poeta se inspira al dejar volar su imaginación hasta la línea del horizonte. ¿Qué paisajes desconocidos se esconden tras tan incierta frontera?.
Sobre el mar, el cielo que va cambiando sus tonalidades según la hora del día en que se contemple. Durante el día, el sol de verano invita al baño. Por la noche, la luna estival ilumina tenuemente todo lo que toca. ¡Cuántos poemas habrá visto componer cuando sus rayos iluminan al poeta!
Bajo el mar, el misterio de peces y sirenas. Y la presencia inquietante de todos los que en él yacen, como restos ignorados del naufragio.
Nubes pasajeras con su presagio de lluvia, empujadas por vientos impredecibles. Sol y luna, estrellas y fugaces luces de embarcaciones y faros. Mullidas arenas donde recibir los rayos candentes del astro rey. Olas juguetonas o amenazadoras que nos incitan a cabalgarlas.
Misterios ocultos bajo las aguas que nos llaman a conocerlos, si nuestros pulmones permiten tales hazañas. Flora y fauna oculta. Tesoros incalculables y pecios que yacen en honduras inalcanzables.
Semillas para la poesía que el poeta siembra en verano, cabe el mar y cuya cosecha exhibimos hoy en nuestro miércoles poético del agua de otoño, con añoranzas de verano.
Lorenzo Correa
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