Las avenidas y el coaching en el Congreso del Agua en Cataluña


 

Con algo de retraso sobre las fechas previstas, debido a las secuelas de la COVID-19, el próximo martes día 19 de octubre, vamos de Congreso. Se trata de la cuarta edición del Congreso del Agua en Cataluña. Intervenimos con una comunicación sobre avenidas. Compartiremos con los presentes  unas reflexiones derivadas de la fotografía que ilustra este artículo. Y  para que los que no puedan o quieran asistir, nos apetece también exponerlas aquí, con mayor amplitud de la que la obligada escaleta de las intervenciones de un congreso permite.

En el fragor social y mediático de una de las últimas avenidas que sacudieron la cuenca mediterránea española, nos llegó una fotografía sobre la afección producida sobre una carretera.. Es la que mostramos ahora. Podría ser una foto más de las innumerables que nos inundan la vista cuando hay avenidas extraordinarias. Pero esta, nos hizo reflexionar.

Porque ver, como oír o sentir, es una experiencia sensorial que nos lleva a un recuerdo. El “efecto magdalena” de Marcel Proust, que nos presenta una interpretación de la realidad, desde la emoción. También despierta la memoria involuntaria y nos conecta con experiencias del pasado. Ese olor y ese sabor de la magdalena, llevó a Proust a escribir miles de páginas de su obra maestra. Y a nosotros, esa visión de la foto, nos lleva a escribir unas líneas sobre las avenidas, sus gestores públicos y el coaching.

Sigamos por esta senda, antes de llegar a la foto. Empecemos por los gestores públicos de las avenidas y por sus críticos.

Para cada persona, el mundo es como ella lo observa. Por eso, nuestra forma de observar, define nuestra forma de estar en el mundo. Unos son gestores y los otros les critican cuando no lo ven como ellos. Y cuando por alguna circunstancia accidental, imprevisible o premeditada, cambian esa forma de observar, se produce el milagro: cambia su forma de estar en el mundo, porque el mundo ha cambiado.

Porque nada ocurre sin una transformación personal previa, en la que el ser humano observa, se auto observa y decide cambiar, transformándose mediante el aprendizaje. Y ahí actúa el coaching, que no es más que la suma del aprendizaje de nuestros errores y la transformación. Porque nadie se resiste al cambio, solo nos resistimos a ser cambiados.

La gestión tradicional de las avenidas y la interpretación de los críticos a esa gestión, no tiene muchas áreas de coincidencia. Por ello, ha de cambiar. ¿Por qué no así?

Si no cambia, es porque todos se aferran al confort rutinario. A ver el origen de las nefastas secuelas de las avenidas como siempre lo han visto. Y a interpretarlo siempre igual, reaccionando de la misma manera, según la interpretación que adopten.

Así, solo se ayuda a obstaculizar su desarrollo personal, porque gastan todas sus energías en defenderse del mundo, en lugar de emplearlas en avanzar. Mientras tanto, creen que así se evitan el sufrimiento del aprender. Porque para aprender debemos realizar el esfuerzo de expandir nuestra capacidad de acción efectiva. Comprometiéndonos.

Hace un siglo y medio, comenzó la gestión pública de las aguas en España. Hace un siglo, las confederaciones comenzaron a gestionar con objetivos concretos. Entonces era de unánime consenso la solución adoptada, con la ayuda del agua, para remediar los “males de la patria” y sus habitantes. Para coger en marcha el tren a la modernidad: embalses y canales, riego.

Había que dominar a los ríos. Cuando el agua llegaba a una zona de secano, el pueblo llano salía a la calle con pancartas cuyo lema era “Vivan los ingenieros”. Y en cambio, al comenzar nuestro siglo, el agua del mar, el ahorro, la reutilización y la eficiencia eran nuestra salvación y la de los seres que viven en el agua. Y las avenidas, culpa siempre de negligencias, corruptelas o del socorrido cambio climático

Íbamos a lograr en pocos años aunar la garantía de recursos y la mejora de la seguridad con la  calidad del agua a un precio asequible para los ciudadanos sin destrozar el medio. Los «paradigmas de base», cambiaron: la aportación del conocimiento científico transdisciplinar a los grandes temas del agua, la adopción de tecnología inocuas ambientalmente y eficientes económicamente y la “participación ciudadana” (el entrecomillado es nuestro), suplieron a los paradigmas del siglo XX. Veamos como los paradigmas han sido distintos en un mismo momento para sociedades diversas, según sea la radicalidad de sus diferencias culturales.

En el caso de las avenidas, el paradigma de base ha cambiado radicalmente. Cuando España comenzó a desarrollarse, en los años 60 del pasado siglo, las ciudades y pueblos crecieron tan rápida como desordenadamente. Había que adaptarlos al éxodo de los que querían vivir mejor. El consiguiente impacto sobre el paisaje, fue muy acusado, sobre todo en la frontera urbana natural que siempre había sido el río. Medio siglo más tarde, esa población que necesitaba ubicarse en la ciudad, más cerca del río cuanto menos poder adquisitivo tenía, exige respeto y restauración del espacio fluvial.

Sus abuelos asumían el riesgo de inundación, porque “más cornadas daba el hambre”. La mayoría, ni sabían que existía, aunque su sentido común les permitiera intuirlo. Y donde la urbe no llegaba, porque el río es estrecho y largo, llegaban la industria, el comercio y las vías de comunicación. Todas ocupaban el espacio fluvial. Y la ciudadanía presumía de progreso.

Pero muchos de sus nietos, ya no están de acuerdo. Porque su paradigma de base vital es otro. Y cada vez que se presentan las avenidas, cada uno interpreta sus consecuencias a su manera.

Y ahora viene la foto de la magdalena de Proust.

Mientras la ven y reflexionan, opinemos. Si las avenidas provocan cada vez peores secuelas, es porque somos más y ocupamos más el espacio fluvial. Nos movemos con comodidad por vía terrestre: paseos fluviales para peatones y ciclistas, en el espacio fluvial. Carriles y calzadas, en el espacio fluvial. Y por supuesto, actuaciones urbanísticas de todo tipo, en él también.

Así es el siglo XXI, aunque algunos sigan pensando como en el siglo XX. En los extremos, o todo para el río, o todo para las comodidades de la sociedad. Desde ambos puntos de vista, es “progreso”. Cuando ocurre lo que se ve en la foto, cada uno se queja según interpreta el progreso.

Pero en la foto hay mucho que ver. Vemos una calzada bien pavimentada y bien señalizada. Las clotoides permiten dar las curvas de acceso al puente con seguridad. Los taludes están bien refinados y calculados para que garanticen su estabilidad. Mohr y su círculo están satisfechos. Todo es muy moderno, muy siglo XXI.

Pero la carretera cruza un cauce. Y para ello, ¿ven la estructura de paso? ¡Debe ser del siglo XIX!

¿Qué hace ahí ese residuo de la arqueología pontonera?  No nos imaginamos curvas circulares en una carretera de montaña moderna. Y las de la foto no lo son. Cumplen la normativa de trazado.  No nos imaginamos una carretera sin asfaltar, sin señalización vertical, ni horizontal ¡Sería un camino de carros de la época del quijote! Imposible de aceptar según la legislación vigente. Intransitable por los conductores modernos.

Tampoco nos imaginamos un talud sin un ángulo admisible para garantizar su estabilidad. Todo eso se cumple en la foto. Pero… ¿y la obra de fábrica sobre el cauce? ¿Se parece a un viaducto de Calatrava? No ¿Es tan moderna como el resto de la calzada?

Y precisamente ahí, se ha producido el desbordamiento. La sección de desagüe de esa alcantarilla del siglo XIX o XX, que permitía el paso de un moderado y lento tráfico rodado cuando se inauguró, nunca ha sido suficiente para absorber caudales de avenidas extraordinarias. Pero los daños provocados por la inundación son ahora infinitamente superiores.

Porque el peligro es mucho mayor, aunque el riesgo sea el mismo. Por un lado, la cuenca está más vegetada y suministra más árboles y arbustos que obturen el paso. Por otro, el tráfico es intenso y es mucho más probable que a alguien le pille cruzando por ahí. Además, los bienes defendibles aguas abajo son mucho más sensibles y valiosos tanto en vidas humanas como en daños materiales.

Por supuesto que no se trata de culpabilizar a las obras de fábrica de los desastres de las avenidas. Porque, ¿cuánto costaría dotarlas de una capacidad de desagües suficiente para el paso de caudales asociados a avenidas de 500 años? Simplemente, observamos una foto y comprendemos que el problema es mucho más complejo de resolver de lo que parece.  Y más costoso. Porque esa “limpieza de cauces» que siempre se exige después de la tempestad, también lo es.

A simple vista, si nos dejamos llevar por la ira o cualquier otra emoción negativa en caliente, nos quejaremos y caeremos en el victimismo. Es lo que se constata cuando leemos los periódicos o vemos la televisión el día después de las avenidas.

Las manifestaciones son duras: “Desidia” por parte de la administración del agua, que no “limpia” todos los cauces lo suficiente. “Oportunismo” por declarar cuando ya ha pasado todo que se harán inversiones millonarias. Estas declaraciones, normalmente, provocan el efecto contrario al deseado. Porque quien las lee piensa que se podía haber invertido antes. Además, todos se molestan si una construcción ubicada en zona inundable es arrasada por las avenidas. Porque se preguntan quién dejó que se construyera ahí. Las respuestas de las administraciones implicadas, tampoco apaciguan la irritación. Y el malestar continúa por ambas partes. Todos hacen siempre lo mismo, y obtienen los mismos resultados.

Sin embargo, nuestra foto nos indica que todo el esfuerzo y el trabajo realizado durante siglos para poder cruzar los cauces sin mojarnos los pies debe servir para algo. Que eso era progreso hace no mucho. Y que ahora no hay que destruirlo, sino adaptarlo al presente. Como la “limpieza de cauces” o las construcciones en zona inundable. Adaptación constante, sabiendo que adaptar cuesta dinero. Y responsabilidad al respecto

El esfuerzo actual debe pasar por apostar por una planificación adaptativa y costosa, a la que la UE ya nos obliga, e informar a los contribuyentes de que el riesgo cero tiene un coste infinito, aunque también de que la reducción del riesgo, también es costosísima. Y apelar a la responsabilidad de cada uno y de la sociedad en su conjunto, antes que al ineficiente victimismo

Por eso, ahora, se ha alcanzado un importante punto de quiebre en los presupuestos primarios, en los «paradigma de base» de la gestión del agua, a causa de la desconfianza generalizada en los sumos sacerdotes de cualquier creencia. Y por ello, nos debemos orientar hacia la emergencia de un «paradigma de base» radicalmente diferente. Aquel que comprometa a la filosofía con el sentido común.

En el caso que nos ocupa, hay que cambiar radicalmente la forma de actuar. Por parte de la administración, debería informarse de que una cuenca de tamaño medio (decenas de miles de km²), tiene decenas de miles de kilómetros de cauces.

Y que garantizar la “limpieza” de todos los cauces de la cuenca, como ya se ha citado más arriba, supone el empleo de un presupuesto incalculable. Como el necesario para la renovación de las obras de fábrica como la de la foto. Luego se hace lo que se puede, con el dinero disponible. La exigencia siempre debe estar en la eficiencia y la honradez.

Además, un cauce totalmente libre de vegetación se podría asociar más con la definición de canal que con la de río. Porque un río se caracteriza por tener asociado su espacio fluvial, territorio imprescindible que el río utiliza para su correcto funcionamiento.

Y este espacio, debe ser preservado tanto para mantener el régimen de corrientes como para «acomodar» las avenidas periódicas y extraordinarias. Pero también – aunque en algunos casos pueda parecer contradictorio – para mantener el buen estado ecológico del río-. Así además se respetarán los criterios que desarrolla la Directiva Marco del Agua de la UE.

No olvidemos que una buena estructura de la vegetación de ribera, es imprescindible para alcanzar el buen estado ecológico. Pero el espacio que ocupa, no sólo incluye el cauce con sus aguas. También engloba los márgenes, las riberas y fundamentalmente la llanura de inundación. Por lo tanto, un río totalmente «limpio» de vegetación no dispondría de buen estado ecológico. Y no sería un río, sino un canal.

Y si todos los ríos fueran canales, las aguas en avenida discurrirían con más velocidad y capacidad erosiva, lo que afectaría negativamente, debido a la erosión, en el lecho, los márgenes y los cimientos y estribos de puentes y viaductos.

En estos aspectos, el objetivo de la administración del agua debe ser el de armonizar la correcta capacidad de desagüe de los cauces en avenida con la preservación y mejora, en su caso, del estado ecológico. Y las herramientas fundamentales para alcanzar este objetivo son dos. Una, los programas anuales de mantenimiento y conservación de cauces públicos. La otra, la adecuada planificación y ordenación del espacio fluvial, en colaboración y coordinación con las administraciones que se solapan en él . Todas a una, por supuesto y poniendo su granito de arena. Sin olvidar las actuaciones en toda la cuenca que permitan reducir el riesgo.

El mensaje del nuevo paradigma de base, debe ser muy claro. Cuando se producen avenidas, las aguas caudalosas arrastran sólidos flotantes debido al efecto natural de la erosión, inherente al comportamiento de un río. Porque él siempre erosiona el terreno, transporta y deposita los materiales arrastrados. Estos materiales flotan en los caudales por las secciones de desagüe naturales de los ríos.

En ellos se encuentran con los obstáculos que suponen las estructuras transversales del puentes y viaductos. Es, por tanto, muy frecuente que se acumulen en ellas. Y esta es una característica inherente a todas las avenidas extraordinarias.

La administración del agua debe velar siempre porque los cauces públicos se encuentren en el mejor estado de conservación posible. Aunque nunca puede ser el ideal. Porque es materialmente imposible mantener en buen estado de conservación las decenas de miles de kilómetros de márgenes de los cauces de las cuencas.

Pero, para reducir al máximo posible los riesgos en las cuencas más peligrosas ante la presentación de una avenida, que son las más pobladas y urbanizadas, hay que trabajar con eficiencia. Desarrollando y aplicando los programas anuales de mantenimiento y conservación de cauces públicos. Y dotándolos de presupuesto.

La administración de carreteras y la competente en urbanismo, debe armonizarse con la hidráulica y planificar sus actuaciones. Pero siempre teniendo en cuenta también el espacio fluvial que ocupan. Y respetarlo también con presupuestos dedicados a restaurar y modificar obras de fábrica o encauzamientos urbanos con secciones insuficientes. Priorizando y actuando en función de la disponibilidad presupuestaria. Argumentando siempre para qué se hacen las actuaciones que se realizan. Y  por qué no se hacen las que no se acometen.

Menos mal que lo más importante, ya está prácticamente hecho. Son los mapas de inundación. Esa es la mejor herramienta para que todos los implicados cuando sucede una avenida sepan dónde están. Y, olo que es más importante, qué les puede pasar. Ahora deben darse a conocer sin dilación. Solo así las víctimas pasarán a ser responsables. Y se habrá cambiado el paradigma.

Cuando todos sepamos o podamos saber fácilmente donde estamos. Pero también qué riesgo corremos estando ahí. Entonces, seremos también responsables de lo que nos pueda suceder. Usando herramientas del siglo XXI, aunque las obras de fábrica sigan siendo del XIX.

“Escuchando” la foto para aprender de las avenidas. Y armonizando el discurso desde cualquier interpretación de la realidad.

 

Lorenzo Correa

Safe Creative #1608240244452

¡ Síguenos en las redes sociales !

twitter

fb

¿Te interesa la gestión del agua desde la perspectiva del coaching?

Recibe un email semanal con nuestras publicaciones

Te das de baja cuando quieras.


Deja un comentario