La sed es una alarma que nuestro cerebro pone en guardia. Cuando la escuchamos o sentimos, sabemos que hay que dejarlo todo y beber. Si tú me dices ven… Sed de amor
La sed para el poeta es el sentimiento de hacer la travesía del desierto sin agua. Significa que su boca poética queda seca y con un aliento versátil que destila la amargura del que no es querido. Sed de amor.
Por eso escribe sus versos de los miércoles, intuyendo que, tanto para él como para otras muchas personas que lean en español, podría ser un bálsamo de frescor que apaciguara su sed.
Así ven emergiendo los versos como un murmullo acuático que refresca y sacia la sed al acariciar las sinuosidades de todo lo que toca. Mide su amor con la el patrón del amante. Y los datos que se desprenden de la medición, no pueden ser cuantificados en ningún sistema.
Acontece entonces una ausencia de medida. Y queda la sed de amor saciada por la ingestión amable de ese caudal ofrendado por una naturaleza nada hostil. El volcán que quema la tierra y devasta en La Palma, aquí serena y refresca. Agua en su justa medida frente al fuego desbocado que emerge de las entrañas de la tierra con una deriva imparable y devastadora.
Contrastes naturales, sed saciada versus avidez quemante. Metáfora de la vida en la que toda cambia, no solo el clima. Mientras que la saciamos con versos inspirados, sales y minerales fecundan nuestra sangre. Beber salva de perecer a causa de esa sed que mata.
El poeta acaba de ser abuelo. Publica estos versos para proclamar su amor a la vida que le trae sensaciones placenteras en un otoño incipiente. La vida se impone aunque los obstáculos sean enormes en el camino del futuro. Un minúsculo ser humano basta para saciar la sed de amor. Hoy, este poema, va por él y por todos los que hayan llegado hasta el final.
Lorenzo Correa
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