Agua mínima


Reconforta ver un riachuelo que en el verano aún conserva un caudal de agua mínima en su cauce. La suficiente para mantener activa una poza en la que el sudoroso viajero pueda sumergir su ardiente piel y gozar de un reconfortante baño natural. Sin cloro.

 En la margen izquierda, un antiguo molino nos observa. El agua mínima de su río hermano ya hace muchos años que no puede alimentar sus necesidades. Las muelas enmudecieron y el molinero tuvo que dejar de moler. Afortunadamente, sus descendientes se han adaptado y ahora viven también del agua mínima que atrae a los clientes a su restaurante de montaña.

 Baño, refresco y comida es lo que nos ofrece hoy este río de agua mínima. Molino reconvertido en restaurante, abierto a los turistas y amantes de la montaña. Por unos días, hasta que el estío acabe de agotar el agua mínima que ahora mantiene vivos a los helechos. Después solo quedará la posibilidad de comer, beber líquidos embotellados y pasear junto a un cauce seco.

 Y esperar a que el otoño renueve el ciclo cuando la cuenca se recupere con la generosa aportación de las lluvias. Antes, alguna tormenta estival quitará el polvo a los helechos y animará a la vegetación de ribera a seguir aguantando el calor.

 Por unas horas, el cauce recibirá aguas efímeras, animando el paisaje y aplacando el calor hasta que las nubes entreguen de nuevo el protagonismo al sol.

 Agua mínima en ríos humanos del mes de julio. Paisaje bellísimo de los cauces de las cuencas mediterráneas, adaptadas a su clima. Ellas también quieren estar a la última moda y oír a los modernos decir que son resilientes. Porque siempre lo han sido, aunque no sepan el significado de ese concepto tan en boga hoy en día.

 Volveremos en otoño, cuando las aguas sean generosas y los helechos luzcan sus mejores galas. Porque todos los ríos, siempre son el río

Lorenzo Correa

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