El río del amor maduro


Cuando el río llega a su desembocadura, podemos considerar que ha madurado. Aquí ya es un experto en sortear obstáculos y en amainar esas fuerzas descontroladas que le suministran pasión al amor de sus aguas. Pero eso solo pasa en la cuenca alta, cuando el río es joven.

Con el amor, sucede algo similar. La pasión lo domina en la juventud. Y provoca muchos errores de los que se aprende o no. Depende de la persona enamorada. Como el río nos enseña, en el amor la mejor opción es adaptarse al cauce que marca la vida y procurar no salirse de él. Para evitar que los desbordamientos desvíen las aguas hacia lugares donde pueden hacer mucho daño.

La gran ventaja del río maduro, como la del maduro amor, es que en él todo discurre con lentitud. Ya no hace falta avanzar a grandes velocidades. Solo fluir tan dulcemente como el paso de un ángel.

Poema del amor maduro, cuyos caudales de sentimientos son mantenidos por el río de la vida. Con calma, sin angustias. Recordando tiempos pasados en los que las impetuosas aguas de la juventud generaban un caos de impredecibles consecuencias.

Ahora, en la madurez, ya sabemos adónde nos llevaron. Tenemos los mapas de inundabilidad dibujados en el corazón. Y así, sabemos qué caudales nos desbordan. Para prevenir sustos almacenándolos en el embalse del alma, en el que se serenan y fluyen regulados vida abajo.

Ya se serenaron los arroyos prodigiosos y los ríos violentos que Góngora glosara. Ahora, cuando el final se va acercando, toca fluir en paz  y armonía, sin prisas. Con el orden y concierto del amor maduro que nos muestra el río su último tramo.

Si ya has llegado a él, disfrútalo leyendo este poema. Si aún no te ha llegado el momento, recoge aprendizaje para gozarlo cuando llegue.

Lorenzo Correa

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