La nieve del amor impregna, moja, empapa y cubre


Entramos en la canícula estival en el hemisferio norte. Tiempo de añorar esas nieves que ahora tiñen de blanco las alturas del hemisferio sur. Pirineos sin sombra de blanco en sus laderas y cimas. Andes nevados augurando, ojalá sea así, el final de la sequía interminable de Chile.

Pero aunque haga calor o frío, con nieve o sin nieve, en las montañas, el amor se sigue renovando. Se dispersa por los seis continentes.Por eso el poeta se inspira en invierno y en verano, porque siempre hay nieve en algún lugar del mundo. No importa que el calor apriete de lo lindo en su hispana morada.

Recordamos la nieve en verano como al amor que se fue. Con miedo de que nunca más su blancura inmaculada visite nuestra tierra, para aliviarla.Y nuestro corazón, para confortarlo. Sabemos que pronto volverá a mudar el semblante de nuestros paisajes. A esperar sin prisa el beso del sol. Para derramar con munificencia las gracias del agua.

Llenará embalses cuando el deshielo funda el abrazo con las montañas. Se infiltrará en los acuíferos para recuperarse de la luz cegadora que emite, allá donde no hay sol. Discurrirá por los ríos, para llenarlos de vida. Y hasta, con suerte, podrá inyectar en el subsuelo los caudales que el río nos deje, para ampliar la reserva subterránea.

Pero entonces, ya no será nieve. Solamente lo habrá sido. El poeta lo sabe.Por eso dedica un poema a su futuro del agua. A ella que es embajadora del amor. Y, como él cae mansamente, se funde en un abrazo con el cuerpo, que es la tierra y cuando se convierte en agua,nos deja la melancolía de su ausencia,pero también la esperanza de su regreso

 

Lorenzo Correa

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