Leviatán, el agua y las 9 fronteras planetarias. Del acogedor Holoceno al inquietante Antropoceno


Las fronteras son un límites, confines. Si los traspasamos, entramos en “otro mundo”, salimos de lo conocido, de la zona de confort. Además, las fronteras pueden ser naturales, artificiales, imaginarias, exteriores o interiores.

Todos nos ponemos límites en la vida, pero también nos los imponen. Por eso siempre estamos a punto de cruzar una línea fronteriza. Las del agua, son naturales, pero ya hemos indicado que hay muchas más. Hoy trataremos sobre fronteras exteriores, interiores ¿quizás imaginarias? Las fronteras planetarias.

La vida no conoce líneas imaginarias que aíslan a los seres vivos. Solo sistemas biogeoquímicos que luchan sin descanso por permanecer en equilibrio. Cuando lo consiguen el milagro de la vida se produce y se perpetúa. Pero cuando este equilibrio tiende hacia la inestabilidad, todo comienza a tambalearse. Hoy vemos con preocupación el crecimiento imparable de la población, unido al del consumo. El agua, esclava del clima, se resiente de este desequilibrio. Y así nos situamos en la frontera del espacio operativo seguro para la humanidad.

La frase Non est potestas super terram quae comparetur ei, aparece en la portada del Leviatán de Hobbes. Es una cita del libro de Job. Y nos recuerda que la  figura monstruosa y demoníaca del monstruo de la destrucción ha generado terror siempre. No hay poder terreno que se le compare. Hoy el monstruo se llama cambio climático. Y sigue siendo alegoría de la teoría política cuya significación concreta nos dice mucho de la relación que establecen los Estados con los individuos

Los expertos, que viven en la ciencia y producen progreso material, nos señalan el camino a seguir para domeñar a Leviatán. Y los obstáculos que en él se van presentando. También nos marcan las fronteras que no debemos rebasar para no acrecentar el desequilibrio y generar el caos si se nos aparece. Pues bien, son nueve las fronteras plantearías que señalan los que de esto se ocupan auxiliados de su saber y experiencia. Traspasar solo una frontera de entre ellas, es entrar en una zona de riesgo peligrosa. Veamos cuáles son.

1 Cambio climático. Se traspasó  el límite de seguridad de 350 ppm de CO2 en 1988. En  2020, llegamos niveles a 417 ppm.

2 Nuevos compuestos químicos y materiales: plásticos, metales pesados ​​y materiales radiactivos liberados por las actividades humanas.

3 Agotamiento del ozono estratosférico a causa de emisiones de contaminantes químicos. Afortunadamente, las medidas empleadas han permitido revertir la situación

4 Aerosoles atmosféricos. Pueden provocar “efectos mariposa”, generando sequías  o inundaciones

5 Acidificación de los océanos, provocada por el aumento de los niveles de CO2 atmosférico

6 Flujos biogeoquímicos, consecuencia de la alteración de los ciclos naturales de nitrógeno y fósforo del planeta al aplicar estos nutrientes vitales en grandes cantidades a las tierras agrícolas, contaminando el agua subterránea y superficial

7 Usos del agua cada vez mayores en agricultura, industria y abastecimiento

8 Usos de la tierra, convirtiendo bosques tropicales en tierras de cultivo.

9 Integridad de la biosfera. Afectada cada vez más por la rápida disminución de las poblaciones de plantas y animales, la degradación de los ecosistemas y la pérdida de diversidad genética que podría interferir negativamente en la prestación de servicios esenciales de la biosfera.

Lo preocupante es que nos aseguran que ya hemos traspasado la frontera de 4 de esos 9 límites. Concretamente de los reseñados como 1, 2, 6 y 9. Y las soluciones están en cambiar radicalmente la manera de producir energía  y de alimentarnos. Sobre todos estos aspectos se debatirá en las tres convenciones que durante el año 2021 se celebrarán en el mundo. El próximo día 17 de mayo, la reunión del Convenio sobre la Diversidad Biológica en Kunming. La Cumbre del Clima de la ONU (COP26), el mes de noviembre en Glasgow y la Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU en Roma., durante el mes de julio. En las tres,. Esperemos que los acuerdos a los que se llegue, sean con objetivos medibles, aplicables, verificables, oportunos y vinculantes.

La definición de las 9 líneas fronterizas comenzó hace 21 años, cuando Johan Rockström, director del Centro de Resiliencia de Estocolmo formó un equipo internacional e interdisciplinario de científicos. Pretendían definir los límites de un «espacio operativo seguro para la humanidad» en la Tierra. Y 9 años más tarde,  publicaron  el Marco de Límites Planetarios. En él se definieron los 9 procesos clave, influenciados por la humanidad, que amenazan la estabilidad de todo el Sistema Terrestre. La tarea a realizar desde entonces era simplemente mantener el equilibrio entre la atmósfera, los océanos y los ecosistemas de la Tierra. El que permitió el nacimiento y prosperidad de las civilizaciones humanas.

Para ello, se establecieron límites, líneas rojas infranqueables. Si se traspasan, se corre el riesgo de que nuestro planeta entre en una espiral de consecuencias desconocidas que supondría un cambio extremo que podría destruir la civilización y poner en peligro a la humanidad. Y tanto las conclusiones del informe original de 2009, como las de su actualización en 2015, revelaron que la humanidad ya ha rebasado las 4 fronteras del espacio operativo seguro citadas anteriormente.

Estos límites son estimativos. Por ello, no sabemos cuánto tiempo podemos seguir avanzando al otro lado de la frontera antes de que las presiones combinadas conduzcan a cambios y daños irreversibles. Porque no hay pruebas de que las sociedades modernas puedan existir, y mucho menos prosperar, en condiciones sustancialmente diferentes a las del Holoceno.

Los expertos creen que en la actualidad  existe un alto riesgo de que la Tierra se convierta en un gigantesco invernadero. Si así fuera, sería muy difícil volver a gozar de un clima similar al de la era preindustrial. Pero los expertos no son únicamente desastrólogos, sino que también cobran para ofrecer soluciones. Y éstas pasan, como todo el mundo sabe,  por una descarbonización rápida que equilibre los sistemas terrestres. Para ello, el clima debería moverse en el marco de condiciones que durante los últimos 12.000 años han permitido a la humanidad una adaptación aceptable.

Sería continuar en la acogedora estabilidad del Holoceno, que comenzó hace 12.000 años y en el que se consiguió acabar con un período caótico de 100.000 años de duración en el que los periodos glaciares e interglaciares se alternaban y la temperatura media del planeta fluctuaba hasta en 6 ° C. Y es que de los 200.000 años que llevamos en la Tierra los humanos modernos, solo en los últimos 10.000 se desarrolló la civilización que disfrutamos, gracias a un clima relativamente estable. Ventajas del Antropoceno. Por eso, pudimos domesticar al agua, llevándola a donde queríamos que  surgieran alimentos y a alimentar al ganado. Agricultura y ganadería son productos del Holoceno

Ahora, hay que alimentar a 8 mil millones de personas. Y eso exige mucha agua, buena tierra y mejor clima. Pero la producción industrial y el incremento de las necesidades alimentarias, nos han llevado a pisar todas las fronteras existentes y a traspasar algunas de ellas. El Antropoceno, tan pródigo en buenas noticias para la humanidad, también tiene su cara oscura

La oscurecen los incrementos rápidos en las emisiones de gases de efecto invernadero, los  cambios a gran escala en el uso de la tierra, la pérdida extrema de biodiversidad, y el consumo global masivo. Además de la contaminación provocada por la tecnología y una población en auge de nuestra especie Homo sapiens.

Y la capacidad de la burbuja biofísica del Sistema Tierra está a punto de agotarse. Las mediciones efectuadas indican que desde 2015, fecha de la última actualización del Centro de Resiliencia de Estocolmo, no hay pruebas de que hayamos revertido el rumbo para evitar traspasar otras fronteras. O regresar a casa en las que ya traspasamos. Porque cualquiera de las cuatro fronteras traspasadas por sí sola podría cambiar el rumbo de la vida en la Tierra y poner en peligro a la humanidad. Y el agua es protagonista en todas ellas.

Hace dos años, leímos una evaluación de la Plataforma Intergubernamental de Política Científica sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas. Nos sorprendimos al comprobar que del millón de especies en todo el mundo evaluadas, un 25% de las plantas y animales  están amenazadas de extinción. Otro estudio encontró que más de 500 especies de vertebrados están al borde de su desaparición. Y cada una con menos de mil individuos en estado salvaje.

Una de las conclusiones más importantes a la hora de poner en marcha soluciones es la de que hay que medir más y mejor.  Las métricas diseñadas para monitorear nuestra posición con respecto al límite planetario de la biosfera deben considerar la diversidad tanto genética como funcional de especies, poblaciones y ecosistemas. Los bosques tropicales contienen enormes cantidades de diversidad genética sin explotar. Y los científicos están tratando de protegerlas mediante enormes bancos de genes. Cuando una especie está al borde de la extinción, poco se puede ya hacer para salvar a la especie. Es mejor medir los datos de la disminución de individuos, porque entonces aún se puede hacer algo para salvarlas.

Mientras, debemos saber que el tamaño de la población de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces disminuyó en un 68% en promedio entre 1970 y 2016. También es muy importante tener en cuenta la contribución gratuita que una extensa variedad de ecosistemas pueden ofrecernos. Hay un amplio abanico de beneficios en la polinización, el control de plagas, la regulación de inundaciones y la prevención de la erosión. Nos proporcionan aire y agua limpios, y nos regalan alimentos, biocombustibles, materiales y medicamentos. Todos ellos se miden a través del Índice Planeta Vivo . Es la medida del estado de la biodiversidad mundial producida anualmente por WWF y la Sociedad Zoológica de Londres. Y está basado en evaluaciones de poblaciones de especies de vertebrados.

Lo cierto es que desde que empezó a abrirse el camino de la civilización hasta hoy, el planeta ha cambiado tanto que los impactos ambientales están cada día más presentes en nuestras incertidumbres de futuro.

Por una parte, venimos de un planeta donde habitaban personas en permanente guerra, con la secuela de una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta. Así lo describe Hobbes en su Leviatán. Y aunque no en todas partes, hemos conseguido a base de civilización, espaciar las guerras y vivir en grupo, con menos pobreza y agradablemente durante más años que nunca. Pero la otra cara de la moneda es que se derrite el hielo de Groenlandia y de la Antártida occidental. Y que el nivel del mar se  podría llegar a elevar hasta  65 metros.  O que hay sequías interminables, como las que azotan a Chile o a Somalia. También más olas de calor, tormentas y ciclones tropicales.

Y nadie sabe cuánto estrés puede soportar nuestra civilización antes de que comience a colapsar a causa de la inestabilidad de las hasta hace poco condiciones estables del Holoceno. Por suerte, algunos circuitos de retroalimentación pueden tener un efecto de equilibrio en el clima y en otros límites planetarios. Aunque aún no sepamos cuál de ellos. Porque la Tierra es un sistema complejo de autorregulación. Y traspasar fronteras puede desencadenar un efecto dominó imprevisible.

Un ejemplo sería la deforestación provocada por la necesidad de conseguir cada vez más superficies de cultivo. Porque reduce la cantidad de agua evaporada por las hojas de las plantas. Y cada vez llueve menos. La sequía supone cambios brutales en las selvas tropicales, que se convierten en sabanas degradadas. Al cambiar el bioma, se libera carbono cautivo, y se incrementa la sequía, que mata árboles. Círculo vicioso que se retroalimenta.

Aunque a escala planetaria, no se observa aún con claridad, a escala regional, sí se advierte la relación entre el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad. Sin embargo, hay que reconocer que la complejidad del asunto impide comprender  completamente las interacciones fundamentales entre los límites planetarios.

El desiderátum del reequilibrio pasa por la eliminación gradual de los combustibles fósiles. Cero emisiones netas de gases de efecto invernadero. Y por un cambio en nuestros sistemas alimentarios. Porque la producción de alimentos representa casi el 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y es la mayor impulsora de la pérdida de biodiversidad. Y la  causa principal del cambio de uso de la tierra, que genera una enorme demanda de agua dulce. Además, genera grandes emisiones de carbono y aumenta la acidificación de los océanos. Solo con este aspecto traspasamos seis de las nueve fronteras planetarias.

Por eso, las reuniones de este año son muy importantes. Y es necesario un enfoque transformador y holístico para volver a traspasar las fronteras en sentido contrario.  Para poder  desarrollar una nueva forma de  gobernanza a escala global, regional y local.

Recordemos la primera frontera traspasada. La del agotamiento de la capa de ozono. En 1987, se reconoció la urgencia y validez de la ciencia y aceptaron los requisitos políticamente vinculantes del Protocolo de Montreal. Y hoy, hemos vuelto a traspasar la línea y se ha reducido  el agujero de ozono, que podría equilibrarse  para el año 2050.

Sigamos este ejemplo, mediante una unión global que haga posible volver a traspasar las fronteras, revirtiendo las tendencias actuales y volver a situar a nuestro planeta en un estadio estable del Holoceno. Y dejemos tranquilos a los aduaneros en sus fronteras.

Lorenzo Correa

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