Cómo aumenta nuestra huella hídrica según los alimentos que consumimos. Comer agua



Comer agua está cada vez más de moda. Aunque, cuando hablamos de “moda”, nos referimos a dos interpretaciones del significado oficial de esta palabra. La más común, porque comer agua es una costumbre que está cada vez más en boga en estos tiempos que corren. Y la menos utilizada, La estadística, porque este valor aparece con mayor frecuencia últimamente en la medida del consumo de agua.

Por supuesto que al referirnos a “comer agua, estamos hablando de “huella hídrica”. La paternidad del concepto de huella hídrica pertenece a Arjen Y. Hoekstra, que en el año 2002 la definió como un indicador del uso del agua, directo o indirecto, por un usuario. Esto explica el título de nuestro artículo, lo de “comer” agua.

Para aclarar conceptos, su definición más conocida y aceptada es la del volumen total de agua dulce que se utiliza para producir los bienes y servicios de un individuo, de una comunidad o de una organización, medido en agua consumida, evaporada o contaminada, en unidad de tiempo (m³/año), o en unidad de masa m³/kg).  La huella hídrica de un producto es igual a la suma de agua dulce consumida o contaminada dividida por la cantidad de producción del producto.

Sin embargo, este concepto de huella hídrica no parece estar asentado en nuestra vida cotidiana. Participamos hace un tiempo en unas sesiones participativas de la Agenda Urbana. Es sabido que la ONU prevé que la concentración en zonas urbanas vaya aumentando progresivamente.

Con el objetivo de remediar en lo posible y con tiempo los problemas derivados de esta concentración, en la Declaración de Quito (2016), se decidió confeccionar la Agenda Urbana a escala global.

Es decir, crear un marco estratégico de referencia para las políticas públicas locales, que diera respuesta a los retos y oportunidades des de un enfoque multinivel, pluridisciplinario y con una visión integrada y holística. Imaginen la importancia de la gestión del agua en este marco urbano. En esos procesos metabólicos que en las megápolis reúnen a la economía verde, a la circular, a la gestión hídrica y a la energía sostenible.

Debatíamos con un público heterogéneo, animoso, culto y deseoso de aprender y de aportar sus conocimientos a la gestión del agua en las ciudades. Y fue sorprendente, cuando del consumo doméstico tratamos, que solo se le diera importancia al coste del agua que sale por el grifo. De ahí a una apuesta por mantener ese grifo trabajando eficientemente, solo había un paso. Y la conclusión, tan loable como parcialmente errónea, fue que la solución a nuestros males actuales, es decir, la panacea del futuro, era consumir menos agua del grifo. Y reutilizar.

Esta es una buena solución, sin duda. Pero hay que hacer más. Y ese “más”, no es todavía comprendido por muchos usuarios domésticos. Porque siguen comiendo agua y creen que, porque usan menos agua corriente, ya aportan su contribución al ahorro. Esto es necesario, pero no suficiente.

Además de adoptar medidas para consumir menos agua, abriendo menos el grifo, o cerrándolo más, hay que dejar de consumir artículos cuya huella hídrica es muy elevada. O conocer cuál es esa huella para decidir si comemos ese alimento o no. Es hora de darle al agua virtual la importancia que tiene y de saber que cuando consumimos comida, cuando usamos cualquier objeto sólido como envase e incluso cuando usamos algo tan cotidiano y universal como es la ropa con la que nos vestimos, estamos consumiendo agua. Y en el futuro deberemos consumir TAMBIÉN menos agua virtual.

Nuestros contertulios en el debate de la Agenda Urbana daban gran importancia al agua que gastaban cada día en casa. Para ellos, el gasto reside en beber, lavarse los dientes, asearse, limpiar la casa o lavar la ropa. Pero nadie se daba cuenta de la cantidad de agua que comemos.

De media, consumimos directamente del grifo de 2 a 4 litros al día. Pero para comer, nuestras viandas se llevan mil veces más. Es decir, además los de 2-4 litros que bebemos, consumimos de 2 a 5 m³ para producir lo que comemos. Y así será mientras que la producción agrícola y ganadera siga necesitando para subsistir y darnos de comer el 70% del agua dulce que extraemos de las masas de agua del planeta.

Y así, aprovechando la oportunidad que nos daba la reunión preparatoria de los grupos de trabajo de la Agenda Urbana, comentamos y debatimos lo que podríamos hacer para comer menos agua de la que comemos. Fue tan interesante, que nos parece oportuno reflejarlo aquí

Cuando vamos a los hipermercados, la comida expuesta en sus estanterías nos abruma. Nadie diría observándolas, que hay personas que pasan hambre en el mundo. Casi todos pensamos eso. Pero muy pocos “ven” en esa comida el agua que hay.

Si, al salir, pasamos junto a los cubos de basura, a veces se puede ver a los que no pueden gastar su dinero dentro, porque no lo tienen, buscando su comida, caducada o no, en el basurero.

En nuestra casa, también nos desprendemos de lo que ha sobrado, de lo que ha caducado o de lo que está en mal estado de conservación. Si nos fijamos en el campo, también una parte de la producción no se transporta hacia los puntos de venta porque no tiene la calidad o la estética de venta suficiente. Aunque, en todos los casos, al tirar la comida, estamos tirando mucha agua. Pero no lo sabemos. Y son mil millones de toneladas de alimentos al año los que se desperdician así.

Si tomamos conciencia de que la cuarta parte del agua que se utiliza para riego agrícola se tira junto con esos alimentos, quizás sea más fácil que procuremos hacer las cosas de forma diferente. Para no tener que tirarlos.

¿Cómo? Desarrollando nuevas tecnologías de refrigeración. Reutilizando en lugar de tirarlos, los productos estéticamente poco atractivos para el consumidor. En casa, haciendo una lista semanal

de compra, con los productos medidos para evitar caducidades o deterioros.

En los comercios, trabajando para cambiar el paradigma de compras del cliente. Dejando de regalar un artículo perecedero al comprar otro igual. O ajustando al límite verdadero y real las fechas de caducidad de estos productos. También dando información en los productos de la mejor manera de almacenarlos para que no se estropeen.

En resumen, que hay mucho por hacer y no es nada difícil. No podemos quedarnos solo en no consumir alimentos envasados en plástico o en cerrar el grifo cuando nos lavamos los dientes. Hay que hacer más cosas. Cuestión de acostumbrarse

Ahora vamos a mirar hacia nosotros mismos. Porque todos comemos alimentos y algunos  procuran llevar una determinada dieta, pensando en estar más fuertes, más sanos o más guapos. Pero casi nunca en el agua que consumimos cuando comemos los alimentos de esa dieta. Podemos hacerla igual comiendo alimentos que consumen menos agua. Ya hemos indicado en estas páginas los que menos aguas consumen. Como ejemplo, la huella hídrica de la carne de vacuno es de 15,4 m³ por kilo, superando en más de 50 veces la de las patatas, que es de 250 litros por kilo.

También hay que saber de dónde viene lo que comemos. No es lo mismo fruta cultivada en regiones con estrés hídrico que en las que carecen de él.

Después está la presentación pública de lo que comemos. La publicidad de los alimentos. Ella es responsable en muchas ocasiones de que elijamos un alimento u otro. Casi todos los alimentos se presentan públicamente con criterios estéticos y enfatizando ese “hummm” que denota un exquisito sabor. Elegimos el más “bonito” y el más “sabroso”. No el más saludable o el que menos agua contiene. Como la capacidad de elegir es solo nuestra, podemos elegir diferente. Pero también quienes nos lo venden, pueden vender diferente

Otro ámbito de importancia, como hemos ya señalado más arriba, es el agrícola. La tierra fecundada por el agua, es la madre de lo que comemos. Si esa tierra está yerma, si carece de nutrientes, muere todo lo que en ella se plante y los que lo plantan, que viven de ella, están condenados a la emigración o a la pobreza. Porque lo que extraen de ella, es poco y de mala calidad.   Y si se le da más agua de la necesaria, se agotan los recursos y se saliniza más el terreno. Hay que invertir en una correcta gestión de la tierra para ahorrar agua y generar riqueza.

No podemos olvidar que casi el 70% de las tierras de labor del continente africano están degradándose por momentos. La solución viene del empleo de técnicas forestales, de la agrosilvicultura. Producción más limpia, minimización de residuos, y prevención de la contaminación. No es admisible continuar como hasta ahora, con la agricultura migratoria en el trópico húmedo. Ya no es sostenible talar un bosque primario o secundario para la siembra de cultivos y posterior abandono en barbecho durante un tiempo variable para volver nuevamente a cultivar. Así, la tierra pierde muy rápido su productividad debido al deterioro de las propiedades físicas, químicas y biológicas del suelo. Y además es el sistema que causa mayor deforestación

Debe integrarse el bosque en granjas y praderas para mejorar la salud del suelo, disminuyendo su temperatura y limitando al máximo el riego. Malawi nos certifica que así han conseguido aumentar el rendimiento de los maizales en un 50%

Por desgracia, no es solo la mala gestión de los cultivos quien nos obliga a comer mucha agua. La sequía es otro compañero de viaje letal.  El caso del arroz, lo demuestra. Porque este cultivo es el alimento principal de más de la mitad de la humanidad. De toda el agua destinada al riego en el mundo solo el 40% se destina a cultivos de arrozales. Y el arroz, crece feliz en campos inundados, cuanta más agua, mejor para él. Pero tanta agua no es buena, porque en ella crecen las bacterias productoras de metano. Y si, además, esos campos de cultivo están en zonas con estrés hídrico, el drama es total. Porque se lleva toda el agua.

En este caso, emblemático donde los haya, gestionar bien el agua provoca el beneficioso efecto de reducir las dotaciones que los cultivos necesitan. Solo hace falta reducir el calado, drenando los arrozales para que la altura de la lámina de agua no sobrepase las raíces

Obrando así, los grandes productores y consumidores de China y Japón están de enhorabuena porque han conseguido aumentar los rendimientos de los cultivos, reducir las emisiones de metano y ahorrar agua de riego. Solo hace falta implementar en todas las tierras cultivadas un sistema de riego que permita lograrlo. Y ese sistema, exige un consumo de energía a veces imposible porque no hay líneas cercanas o muy caro, si lo comparamos con el riego por gravedad

Para conseguirlo, es necesaria una acción “política” para que se cultive lo que cada terreno admite y para que las técnicas de riego sean las adecuadas. Y esa acción debe estar acompañada de subvenciones o presupuestos que hagan posible que las herramientas y equipos necesarios sean accesibles para los agricultores locales.

No es de recibo que hoy en día más de la mitad del regadío mundial se sitúe en áreas con estrés hídrico. Los expertos dicen que hay que regar por goteo. Directo a la raíz. La parte buena es que se reduce muchísimo el caudal aportado, así como las pérdidas por evaporación y escorrentía. Además, crecen menos malas hierbas. Y se consigue aumentar la productividad de los cultivos en un 50 por ciento. Además, se utiliza un 60 % menos de agua en comparación con el riego por inundación. Pero, ya lo hemos comentado, hace falta energía, canalizaciones adecuadas y filtros de sedimentos. Veremos cómo se resuelve

Tampoco podemos dejar de recordar que el cultivo de secano es el más extendido en el mundo. Si acaso, es el agua subterránea la que aporta un a ayuda a lo que la lluvia no regala. Y ahí está el otro caballo de batalla. En la gestión de los acuíferos y en las actuaciones que eviten su sobreexplotación. Como es el caso de balsas de almacenamiento del agua de lluvia o el de la solución que ya hemos divulgado aquí, de la inyección de acuíferos.

Mientras tanto, pensemos más en el agua que comemos. Y a nivel individual, vayamos adecuando nuestra dieta a las respuestas que obtengamos de nuestra curiosidad. Porque solo el curioso aprende. Comiendo menos agua, llegaremos antes y mejor a un futuro de agua sostenible.

Lorenzo Correa

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