Estamos en el umbral de un cambio de estación. Y en nuestro cotidiano paseo fluvial, vemos luces y sombras que encienden y apagan el agua que por el riachuelo circula. Luces primaverales y sombras invernales se solapan sobre el cauce. Y conforman un damero en el que se va a jugar el futuro del agua una vez más en los próximos meses.
Las luces se encenderán alegres si la lluvia es suficiente para que los caudales sigan dando vida al río. Las sombras caerán sobre el lecho si las aguas se derivan para su uso humano y no hay suficiente volumen disponible para garantizar un caudal mínimo que satisfaga a todos.
Es la partida eterna sobre el damero del río. Esta primavera, comienza de nuevo. Si ganan las luces, es que el sol vencerá a la lluvia. Si lo hacen las sombras, es que las nubes nos darán su agua. Y mientras que el juego se desarrolla en la cuenca, nosotros no podemos limitarnos a observar y a rezar lo que sepamos.
Porque podemos hacer algo para iluminar y ensombrecer. Ayudando a los jugadores a mover sus fichas con un objetivo único, que es el bien común. O sea, hacer bien el reparto de los que extraemos. Con eficiencia y eficacia. Con mucha luz y pocas sombras.
Mientras comienza la partida, disfrutemos del paseo fluvial. De las luces primaverales y de las sombras invernales. En definitiva, del paisaje fluvial, auténtico marco del cuadro que envuelve ensoñaciones, necesidades, ambiciones y emociones. El sol, el agua, los árboles y el viento serán los pinceles y la pintura. Ilusiones primaverales y mañaneras. Entre luces y sombras, en primavera y en el río, todo vuelve a empezar. Menos mal que sabemos que al final, la vida siempre gana. Y el río siempre llega al mar
Lorenzo Correa
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