Escuchar es una práctica apasionante en cualquier momento de nuestra vida. Sobre todo, si la escucha es activa. Porque todos tenemos esa necesidad emocional básica. Para adquirirla solo hay un método. El de la experiencia. Por eso el poeta del agua también debe entrenarse en la escucha, porque de su práctica habitual, surge la poesía del agua.
Nosotros, como dilettantes de la poesía y apasionados del agua, nos entrenamos en el río. Vamos, paseamos y escuchamos. Miramos y observamos. Nos emocionamos y entonces experimentamos la magia de la poesía. Como el agua por el cauce, fluye de nuestro corazón a nuestra pluma un poema acuático.
Como el que hoy añadimos a nuestra biblioteca de poesía del agua. Es tan sencillo como detener un momento el paseo y pararse a contemplar el agua desde el margen. Detenerse y escuchar. Se produce un silencio en nuestra mente, que nos permite oír el mensaje del agua que corre. Y en ello centramos nuestra atención.
De esa escucha surge la fascinación. ¡El agua nos está hablando!. Y podemos entender lo que nos dice. En el poema de hoy, lo reproducimos. Nuestra escucha ha sido muy fructífera. Hemos tenido la suerte de que hoy el agua estaba tan dispuesta a hablar como nosotros a escuchar. Y ambos nos hemos quedado muy tranquilos.
Nos reconforta lo que nos pide y a ella le alegra que alguien la escuche. Casi nada. Amarla, seducirla, quererla, mirarla y besarla.
Nos apresuramos a memorizar sus peticiones, que estos milagros no suceden todos los días. Ya plasmarlas sobre el papel de las emociones, proyectando su mensaje sobre la foto del cauce desde el que lo emitió.
Ese agua se fue, la vimos y la la pudimos escuchar fugazmente. Nosotros solo captamos lo que dijo y lo eternizamos aquí. Para que se animen y vayan a escuchar sus palabras. Si no se animan, siempre las podrán escuchar aquí
Lorenzo Correa
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