Cómo un mar sano beneficia a la humanidad (y 2)


En el artículo anterior divulgamos un resumen de los  trabajos del Panel de Alto Nivel para una Economía Oceánica Sostenible (Ocean Panel), relativos al desarrollo de la planificación oceánica, resumidos en la llamada nueva agenda. También citamos de pasada las acciones a emprender para evitar que las aguas marinas sigan recibiendo vertidos incontrolados procedentes de tierra firme. Y enumeramos las acciones a abordar para lograr que en el futuro la pesca sostenible sea una realidad

En el artículo de hoy, finalizaremos el análisis de la nueva agenda, dando cumplida información sobre las acciones clave a abordar en los próximos años con el objetivo de  un nuevo paradigma del océano basado en la sostenibilidad. Para conseguir que la preservación de sus cualidades y de su hábitat nos lleve a un futuro en el que el océano no sea expoliado, sino aprovechado de manera eficiente cuidando  su salud.

Hasta hoy, el mar se ve sobre todo como un inmenso almacén de recursos económicos. Y como una vía de transporte siempre expedita, circular gracias a los canales de Suez y Panamá y prácticamente sin peajes. Pero el mar es mucho más. Porque en él hay pecios de increíble valor histórico, tumbas y lugares sagrados. Además, la pandemia, como a todas las facetas de nuestra vida, ha dejado muy tocados a todos los que viven  de él y en él.

Como consecuencia, su salud, ya maltrecha,  ha empeorado por influencia indirecta del virus de la COVID-19. También la de sus ribereños, a los que solo les faltaba recibir el mazazo del parón de la  pesca y el turismo. Sin duda, ahora es el  momento de iniciar la recuperación, gestionando los mares de otra forma.

Recordemos del artículo pasado cómo se pueden hacer las cosas de otra manera. Se trata de invertir en cinco sectores. Restauración y protección de ecosistemas costeros y marinos; tratamiento de aguas residuales; maricultura sin alimentación; transporte cero emisiones. Y desarrollo de las cuatro energías renovables del mar (undívaga, mareomotriz, eólica y maremotérmica)

Para lograrlo, hay que empezar por aclarar los aspectos legales relativos a los derechos de acceso a muchos de los regalos que el mar nos ofrece en forma de recursos. Es algo ineludible. Solo así se podrá garantizar un reparto equitativo de la riqueza. Y conseguir que los Reyes Magos traigan regalos para todos.

Se trata de pescar mejor para que los 9.100 millones de bocas humanas que habrá que alimentar dentro de 20 años, puedan hacerlo consumiendo un mayor porcentaje de recursos procedentes del mar. Actualmente, pescados y mariscos aportan un 17% de nuestra alimentación  y el 80% proviene de pesquerías silvestres. Pero su volumen ha permanecido estable en los últimos 30 años, a pesar del aumento de la demanda.

Por eso la acuicultura y la regulación de la pesca silvestre son claves para que del mar salga más alimento con menos afección a su entorno. La inversión en medidas tecnológicas que ayuden a que la acuicultura sea una solución sostenible pasan por conseguir que el actual 75 % de producción que se nutre de alimentos marinos, se reduzca. Porque casi todo viene de la harina o el aceite de pescado. Y lo que deben consumir son los residuos del cultivo del marisco, o  ingredientes microbianos, insectos, algas y plantas modificadas genéticamente. Además. Los consumidores debemos modificar nuestros hábitos. E ingerir productos del mar con menor impacto ambiental. Más mejillones y menos salmones, por ejemplo.

Otras acciones clave serían el endurecimiento de las penas a los que contaminen el mar. Y, sobre todo, posibilitar que los países más pobres puedan acceder a todos los datos disponibles que les permitan operar con prácticas sostenibles. Para ello, hay que crear redes de datos globales, que puedan usarse gracias a la decidida acción de los gobiernos. Obligando a que dicho acceso sea condición no negociable de acceso a los recursos públicos. Y esto vale tanto para las reservas pesqueras como para los yacimientos minerales.,Par a la pesca, las importaciones de alimentos del océano, el transporte marítimo, la minería, el desarrollo costero y la contaminación.

 

Avanzar por este camino, que tanto coincide con el del futuro del agua, exige previamente, como siempre, una inyección de dinero. Y eso quiere decir que debe situarse como una prioridad. Para que quien lo posee, lo destine a estos fines. Porque los planes oceánicos aplicados al todas las zonas en los que se necesitan, son costosos, aunque no sean caros.

La prioridad debe surgir del convencimiento de que la planificación se nutre de un aporte científico brillante, acompañado de la inclusión de todos los sectores afectados y de una participación que llegue hasta cada zona en la que se actúe. Sazonado con la guinda de una legislación que ampare a todos. Grandes y pequeños. Poderosos y débiles. Solo un plan que garantice mínimos riesgos financieros será viable. Porque la inversión en la industria oceánica, la protección de la vida oceánica y de su salud, debe multiplicarse por cuatro.

Un argumento seductor para invertir es el de que no solo se beneficia, si sale bien, al negocio previsto. También repercute en la salud y el bienestar de la humanidad. Aunque la disminución de la contaminación, la solidaridad y la existencia de leyes que defienden los derechos humanos no generen beneficios directos al inversor, sí lo hacen indirectamente y no a él solo. Así, se puede diferenciar entre quien invierte solo para su lucro empresarial y quien invierte además parta otro tipo de lucro menos tangible pero, a la larga, muy lucrativo. Y elegir qué productos adquirir o a quién comprarle lo que necesitamos

En cualquier caso, invertir en sostenibilidad siempre da sus frutos. Aunque es cierto que hay que esperar para recogerlos. Por ello, ha llegado el momento de que las naciones decidan si apostar por el desarrollo oceánico sostenible es una prioridad. Si lo es, deben buscar la financiación en sus presupuestos o atrayendo fondos de bancos públicos o mecenas. Y dejar la inversión privada, temerosa del riesgo, para seducirla con su participación en industrias innovadoras.

Todo está por hacer en la reforma de las pesquerías para lograr que sean más eficientes e inocuas con el medio y compatibles con la creación de áreas protegidas marinas. Estas últimas, deberán de disponer de una fuente de financiación derivada del los ingresos por el turismo. Los ejemplos europeos de apoyo público al desarrollo de la energía eólica “off shore” y  a la acuicultura, pueden servir para otros muchos países y organizaciones supranacionales.

Pero de poco sirve saber cómo mejorar la pesca o la protección del hábitat marino si el océano sigue recibiendo contaminantes. Porque acoge a todos los que habitan en la tierra:. Plásticos,  nitrógeno y fósforo, pesticidas, parasiticidas y antibióticos. Productos químicos industriales, petróleo, gas, metales pesados y toxinas. Residuos médicos, electrónicos y un largo etcétera.

Parte de culpa la tiene una deficiente o inexistente gestión de las aguas residuales, sobre todo en países asiáticos y africanos poco desarrollados, pero muy poblados . Mientras que no sea rentable tratar los residuos y vender o aplicar el producto resultante, este problema no se resolverá.  Si los contaminantes siguen procediendo de diversas fuentes, tampoco. Y mientras que el océano siga siendo el elemento menos protegido contra los vertidos, nada habrá que hacer. Como ejemplo, el enorme esfuerzo de concienciación y legislación que se está realizando para disminuir el uso del plástico en envases. A pesar de tan loable tarea, sólo conseguirá reducir su vertido al mar en un 7% dentro de 20 años.

Hay que actuar con más ambición, para lograr que los materiales reciclados sean más baratos que el plástico virgen. Sustituirlo siempre que sea posible. Y hacer todo lo necesario para que lo sea. Mediante inversiones potentes en tecnología e infraestructura de recolección y reciclaje de residuos en países en vías de desarrollo.

Es indispensable medir  y comprender con precisión el valor del mar. El que tienen sus alimentos sostenibles, su energía renovable y su turismo respetuoso con el entorno. Para llegar a un futuro en el que el crecimiento socialmente equitativo y ambientalmente sostenible sea una realidad indiscutible. Una manera de conseguirlo es usar los datos que proporcionan sensores y satélites para conocer más  y mejor las  especies invasoras, los vertidos de agua de sentina o la concentración de nutrientes en  los  deltas.

Hay razones para invertir y cada vez los inversores lo tienen  más claro. Por eso las encuestas indican un cambio de tendencia en el destino de los fondos económicos. El porcentaje de inversores favorables a meter su dinero en la economía oceánica ya se acerca al 75%.

También la industria se está poniendo las pilas en el ámbito del transporte marítimo sostenible. Scrubbers y gasificación de buques son ya actuaciones cotidianas, amparadas por la legislación cada vez más dura en estos aspectos. Lo que falta por hacer es expandir el ámbito de las actuaciones que ya se están haciendo a todos los países del mundo. Y esto se puede lograr creando zonas económicas oceánicas sostenibles. Sus beneficios incentivarán sin duda la creación de otras similares en todos los océanos.

Porque estas zonas son un auténtico banco de pruebas para la experimentación sistémica y la innovación. Y de sus resultados se extrae un aprendizaje importante. Tanto para mejorar su gestión como para crear nuevas a todas las escalas posibles. Siempre a medida y en función de las industrias y las partes interesadas existentes. Así, cada zona tendrá sus actividades concretas y se erigirá como un faro que guíe y atraiga las inversiones.

En resumen, el futuro del océano pasa por actuar decididamente en su protección. Cambiando la manera de relacionarnos con él y de extraer sus alimentos y su energía de forma sostenible. Restaurando su salud. Porque solo así protegeremos la nuestra. Y navegando sobre sus aguas y sus aires sin contaminarlos. Alimentos saludables para comer mejor. Rutas navegables más limpias. Energías renovables. Ausencia paulatina de vertidos. Y un turismo que beneficie a los que viven en tan paradisíacos escenarios, que han de conservarse atractivos.

Cuando interioricemos que somos habitantes del mismo mundo, entenderemos que su salud y la nuestra están unidas. Y que su progreso es el nuestro. Y viceversa

Se trata de generar un modelo integrador de economía oceánica sostenible que garantice el cumplimiento de todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), no solo del ODS 14 que es el relativo a la vida submarina. Que sustituya y mejore el modelo actual, pues en él, el acceso al mar está abierto a todo lo que flote.

Comiéncese por fijar unos requisitos legales mínimos de acceso. Y establecer con claridad el calendario y el coste de la transición. Puede tomarse como ejemplo el de la transición energética en Alemania. O la  prohibición de fumar en bares y restaurantes que tanta controversia generó. Incluso, remontándonos más en el tiempo, la adopción del Protocolo de Montreal sobre sustancias que afectan a la capa de ozono. Mucho ruido durante un tiempo y pocas nueces después.

Ahí está el reto de los protagonistas de la economía oceánica. Avanzar hacia unas actuaciones garantes de la salud marina ante todo. Una “devolutio  durabilis” que englobe a las actividades de pesca tradicional, a la maricultura, al desarrollo de las comunidades del litoral costero, por un lado. Y por el otro a la mayor capacidad de generación de las cuatro energías del mar conocidas. Y al ecoturismo. Todo ello, sustentado en férreas  bases científicas, con el consiguiente apoyo y acompañamiento social. El enemigo a batir, la contaminación  y la sobreexplotación de recursos.

¿Atraerán las nuevas tecnologías a los inversores? ¿Apostarán por ellas los gobiernos y las grandes multinacionales? En la respuesta positiva a estas preguntas está la clave de la economía oceánica post pandemia. La que sin agua sana, poco podrá durar dando beneficios. Como siempre, no actuar, será mucho peor que hacerlo. Pero hay que hacerlo ya. El agua del mar no espera y aspira a un futuro lleno de salud. Porque es parte fundamental del futuro del agua

 

Lorenzo Correa

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