El quinto gran río de la Península Ibérica es el río grande de Andalucía. Nos referimos, claro está al Guadalquivir, porque eso es lo que significa el nombre con que en árabe se le bautizó. Río grande. Antes, fue Betis de raíz cananea. Aunque mucho antes, le llamaron Tharsis, el río de la mítica Thartessos, cuando cruzaba tierras de los iberos.
Con esta historia bimilenaria, no es extraño que los poetas hayan dedicado miles de versos al río Guadalquivir. La mayoría dan protagonismo a las dos grandes urbes que atraviesa. Córdoba y Sevilla.
Góngora y García Lorca ya nos han regalado sus poemas al Guadalquivir, sazonados del embrujo de estas dos ciudades legendarias. Pero hoy, dos sevillanos, hermanos también en la literatura y la poesía, ingresan en nuestra biblioteca acuática, con un poema dedicado al nacimiento del Guadalquivir en la jiennense Sierra de Cazorla.
Se trata de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, quienes hoy nos regalan sus reflexiones poéticas ante el bello lugar en que todo comienza para el río.
De ahí el imperativo con el que se inicia el poema. Ante tamaña belleza paisajística, no hay más remedio que detenerse. Y admirar la pequeñez del que será grande, de ese rey de los ríos al que coronan los poetas en su lecho natal.
Viéndolo tan insignificante en tamaño, la mente les lleva a recordar su historia y la feracidad de su cuenca. Guadalquivir, río de conquistas y olivos. Sangre y sudor fueron afluentes de su cauce magnífico. Pero, el hallazgo de los poetas es el de su “salinidad”.
Sal buena la que porta el río, la sal de Andalucía, en la que se condensan el ángel y el duende. La que iguala el Guadalquivir a ese océano inmenso en el que desemboca. Y con su sal, le da un toque de embrujo y un impulso para llevarla hasta la otra orilla. La de esa América hermana, donde esa sal hace sonreír también. Como si no hubiera viajado tanto hasta llegar allí.
Lorenzo Correa
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