Cuando el río humano llega a su postrer momento sobre la tierra, en lugar de producirse su entierro, se produce su inmersión en el agua marina. A veces, es un final feliz. En otros casos, no tanto
Los que desde los márgenes o las playas asisten a la ceremonia final, observan algo con emoción. Es el momento de contacto entre el agua que viene de la cuenca y esa otra agua infinita que azulea el mar. Momento feliz cuando el río conserva su cauce y ribera. Y entrega las aguas al mar dentro de los parámetros de la estética fluvial. Si, además, llega agua dulce, el observador también se siente feliz.
Así es el río que hoy mostramos en nuestras imágenes. Día espléndido, cielo azul, temperatura veraniega, mar en calma, bañistas y surferos. ¿Quién no es feliz en esa playa? El río en su desembocadura convive con los que disfrutan de una jornada de asueto y baños de sol y agua.
No hay agua en el cauce. Pero está feliz porque alguien, con loable previsión, ha definido sus márgenes para que exista una buena sección de desagüe. También las doradas arenas de la playa, han permitido el diseño de un cauce playero para facilitar la llegada de las aguas cuando las lluvias torrenciales avisen del final del verano.
Entonces los bañistas que ocupan la arena al máximo, serán sustituidos por cañas y otros sólidos arrastrados por la corriente menos estéticos y deseables.
Mejor que haya previsión cuando el cauce está seco y el sol hace feliz al veraneante. En otros casos, el final del río no es tan agradable como el de hoy. Grises cajones de hormigón armado definen su geométrica sección rectangular ante las olas. Parece como si quieran engullir el mar y llevarlo hasta la montaña. Pero eso no hace feliz al mar. Y mejor para todos que no caiga en las seductoras redes del marco. Hoy, por lo menos, nuestro cauce puede ver el cielo hasta el final, Por eso lo vemos tan feliz.
Lorenzo Correa
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