Ver un río desde el mar, provoca apasionantes reflexiones. Sobre todo si, como en el caso que nos ocupa, lo que se ve es poco río y mucho puente.

Los ríos humanos no necesitan de grandes estructuras de comunicación para unir su márgenes. Son modestos y, aunque ya estén al final del recorrido del agua por su cauce, con un modesto puente, es suficiente.

Puente y río están íntimamente unidos en lo físico, con un vínculo cruzado, y en lo estadístico, por el riesgo. Y es que, cuando un puente cruza un río, sobre el observador se cierne una amenaza. La de la posibilidad de que se produzca un contratiempo o una desgracia, de que alguien o algo sufra perjuicio o daño cuando se desencadene el temporal.

¿Será adecuada la sección de desagüe que definen su tablero y sus estribos?. Si lo es, la amenaza se desvanece y nadie deberá sacrificarse cuando llueva. El puente será inocuo y muy útil para garantizar una comunicación cómoda y rápida para salvar el obstáculo fluvial.

Si no lo es, se taponará y provocará daños por desbordamiento aguas arriba. Y si el taponamiento es agudo, un destaponado súbito que provocará una avenida espeluznante.

Pero a veces, un puente que se tapona por los arrastres de la avenida, provoca, si aguanta sin romperse, un benefició para los bienes y las personas que residen aguas abajo. Entonces, el puente se sacrifica por todos ellos. Y hay que reconocérselo, porque a veces este sacrificio, le cuesta la vida.

¿Cree el lector que el puente de nuestro humano  río de hoy es de los que se sacrifica? Es el último del río. ¿Será también una amenaza, hasta para los usuarios de la playa?

 

Lorenzo Correa

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