El huracán innominado de un poeta panameño


Demos la bienvenida a un poeta panameño actual. Es periodista de raza,  muy activo en nuestros días. Y  nos permite engrosar con su poema “Huracán”, los anaqueles de nuestra ya granada biblioteca de poesía del agua.

Debemos, pues agradecer a Eduardo Soto Pimentel su venturoso regalo. Y  situarlo, junto con Ritter   y Wever en el panameño capítulo del agua poética que todos los miércoles publicamos. Huracán de Soto. Tempestad sin nombre para el lector. Seguro que para el autor, sí tiene un nombre. Mejor, porque  ahora ya se puede trascender en la vida oficialmente, dándole nombre a una tormenta.

Hasta hace poco, cada huracán se bautizaba con el nombre del santo del día en que el “vendaval levantaba los techos”. Durante una gran parte del siglo XX, esta tradición cambió. Y se les denominaba con un nombre femenino. Hasta que en 1978, la Organización Mundial de Meteorología decidió ir alternando nombres masculinos y femeninos. Así se bautizaba a los fenómenos meteorológicos que “inundan, arrasan y empapan”.

Pero, cuando le pongan un nombre a un huracán que, en su vida se “lleve en la corriente el cariño y la ternura”, recuerden las normas en vigor. Si es muy fuerte, no podrán ya nombrar igual a otro hasta pasados 10 años del primero. Que, aunque  ya saben que “no hay mal que cien años dure”, el huracán con una década ya tiene bastante dolor causado como para olvidarlo.

Soto no bautiza al huracán. Pero lo define física y emocionalmente. Demoledor este innominado fenómeno ciclónico que “deja el agua sucia”. Y que , además, “enloda la esperanza”.

Menos mal que no todos los huracanes son iguales. Para compensar, el último que ha amenazado el Caribe en este julio ciclónico y pandémico, de nombre Gonzalo, se ha debilitado sin llegar  a ser un huracán como el del soneto de Eduardo. Pero no se olviden de Gonzalo. Porque como no ha llegado a mayores, la próxima temporada le dará nombre a otro huracán, quizás más parecido a del soneto. Cosas de la naturaleza y del alma. No queda otra que adaptarse. Y si es poéticamente, mejor

 

Lorenzo Correa

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