Con metales pesados, el agua es peligrosa


El adjetivo pesado, no sólo se le aplica al agua. También al aceite y así denominamos al gasóleo. O a un día duro y difícil de acabar. Pesado es, además, un sueño poco reparador  y hasta a una persona que aburre, es “pesada”.

Pero nosotros somos de agua. Por eso, recordamos que el agua pesada es la que contiene deuterio. Ese isótopo que reemplaza en su composición al hidrógeno normal. La dejamos, porque hoy hablaremos de otro tipo de pesadez en el agua. La que le comunican los metales pesados. Nos ponemos densos y vamos a centrarnos en la toxicidad que al agua inoculan los cinco metales con densidades comprendidas entre 4 y 7 g/cm3. Los que se catalogan como elementos más tóxicos para la salud y también para el agua son el mercurio, el plomo, el cadmio, el níquel y el zinc. Nos enseñan su cara más siniestra entre la más agradable de los 84 metales que necesitamos para vivir.

Lo que diferencia a los metales pesados de los otros es que se acumulan en nuestro organismo, sin que podamos deshacernos de ellos. Y no solo los absorbemos al comer y al beber agua.  También nos invaden entrando por los poros. Una vez dentro, visitan sin haber sido invitados nuestro hígado, riñones, pulmones y por supuesto el sistema nervioso. Son “okupas” pertinaces. Porque cuando entran en un órgano, ya no hay forma de hacerlos salir.

A pesar de que cada día más personas apuestan por una alimentación sana, eso no les libra de ellos, porque aún les queda abierta la entrada de la piel. Por eso se está poniendo de moda el baño y la ducha doméstica con agua bien filtrada.

El más temido, por conocido, es el plomo, ya que muchas canalizaciones de edificios y viviendas antiguas están hechas de este metal, que también se utilizó hasta 1940 en la pintura de paredes y muros. Y quien haya usado la tiza en el colegio, habrá estado expuesto a la inhalación de plomo. De todas formas, para quienes piensen que ya es un metal poco amenazante por haber caído en desgracia, deben saber que aún se producen 2.5 millones de toneladas anuales de plomo en todo el mundo.

Otro metal pesado que preocupa es el mercurio. Porque está presente en la atmósfera al desprenderse a causa de la desgasificación de la corteza terrestre y de las emisiones volcánicas. El viento lo hace moverse por todo el globo, y la lluvia lo retorna a la madre tierra de la que emanó. Y al agua dulce y salada, desde la que penetra en la cadena alimentaria de sus especies.

Para acabar con un primer repaso a los metales que hacen pesada al agua, nos quedan cadmio, níquel y zinc. Ahora que ya no se instalan canalizaciones de plomo, no crean que nos hayamos librado de la mala influencia de los materiales de los tubos. Porque el cadmio  está presente en las conducciones de PVC. Y en su aleación con el zinc, en todas las galvanizadas

Por lo  tanto, puede haber metales pesados en cualquier red de agua. Se infiltran en el agua cuando circula por las redes de una forma imprevisble. Porque se usan en todo tipo de industrias. Las del campo y las de la industria. Pero también la médica  y la que emplea tecnología punta .  “Flotan” por doquier en el medio  e interaccionan con la barrera que levantan  nuestros filtros corporales básicos, como son boca, nariz y piel.

La preocupación por la afección al agua de los metales pesados va en aumento, porque los datos de contaminación de las masas de agua obligan a ello. Por poner un ejemplo, 10 de los 12 países que componen la EECA, ubicados en Europa oriental y Asia central, admiten que su presencia en el agua está ya provocando efectos desfavorables sobre la salud de sus ríos y acuíferos. Por supuesto, el problema más importante lo generan los nitratos procedentes de las actividades agrarias que cada vez afectan a la declaración como vulnerable de amplias zonas de nuestro planeta.

¿Qué podemos hacer para no absorber metales pesados bebiendo, comiendo o respirando?. La realidad es que estos metales están circulando gracias a nosotros mismos. Porque de nuestras actividades se desprenden. Sobre todo, circulan por las aguas residuales domésticas  e industriales, que al tratarse los concentran y solidifican en los lodos.

En menor medida, pero también importante, se mueven con las aguas de escorrentía urbana, que acoge esas aguas de lluvia que “limpian” tejados, cubiertas y asfaltos ciudadanos. Y no podemos dejarnos los que se derivan del abono  de los campos de cultivo. Por todas estas vías, se desplazan del terreno al terreno, con su consiguiente infiltración en los acuíferos y a las aguas superficiales.

Y es en las depuradoras municipales e industriales donde la concentración es mayor. Cierto es que hasta un 90% del cadmio, el cromo, el cobre, el plomo y el zinc se eliminan como desechos sólidos en la mayoría de ellas. Pero también lo es que el 10% restante, en el  mejor de los casos, más a veces, llega a las aguas fluviales y litorales o a los acuíferos. Y así se cierra el círculo maldito de su recirculación eterna.

Si dirigimos la mirada a la industria minera  y al campo cultivado, las imágenes tampoco son muy halagüeñas. Porque en el campo, la lluvia ácida descompone el suelo y libera, entre otras lindezas, nuestros metales pesados para que puedan llegar sin problemas a los cauces y penetrar en los acuíferos. Por su parte, los vertederos mineros producen lixiviados que, aunque sean recogidos en su gran mayoría en las explotaciones responsables, acaban también llegando, en mayor o menor proporción a los mismos recipientes. Lo mismo ocurre con las aguas procedentes del achique y drenaje de las galerías mineras.

La mejor manera de comprobar cómo entran en el agua estos metales, es observando las las térmicas de carbón  o las que queman combustibles fósiles para generar energía.

El residuo principal y más preocupante son las cenizas que resultan de la quema del carbón en centrales energéticas. Solo en EEUU, las centrales de carbón producen 110 millones de toneladas anuales de de cenizas. Es el segundo mayor vertido después de las basuras domésticas. Pero estas cenizas, que a simple vista son un polvo gris, contienen arsénico,  cromo hexavalente, plomo, mercurio y radio. Se tratan en grandes balsas a cielo abierto. Una vez inertizadas , la mitad se reutilizan para la fabricación de cemento y el resto se desechan. El problema son las grandes montañas de cenizas a cielo abierto que esperan su tratamiento. Porque también emanan metales pesados a la atmósfera  y los infiltran en la tierra, como ya hemos indicado

Para evitarlo en la medida de lo posible, se vierten en las enormes balsas agua preparadas para ello. En grandes piscinas que deben estar herméticamente selladas para evitar fugas. Dicen en la EPA useña que la práctica totalidad de las balsas, o no tiene el revestimiento adecuado o no es todo lo adecuado que debería ser

Esta situación genera un problema muy preocupante para los 11 millones de estadounidenses que residen a menos de 5 km de una planta de carbón. Los lixiviados están teóricamente regulados, pero la realidad es otra. A causa de las presiones del lobby industrial, del temor a la pérdida de puestos de trabajo, y de  ese amplio etcétera que ya nos sabemos de memoria. De ahí se desprende el relajamiento de la inspección y la ausencia de  sanción ejemplar consiguiente.

En Europa, se ha conseguido avanzar mucho en estos aspectos. Pero la herencia de un pasado contaminante deja muchos problemas por resolver. Y hacerlo, todavía costará dinero y esfuerzos ímprobos a las siguientes generaciones

Por todo ello, debemos adaptarnos a vivir con los metales pesados. También a manejar correctamente el riesgo de su afección a nuestra  salud. Y por supuesto, mantenerlos lo más alejados posibles del agua potable.

Ya hemos visto cómo llegan a nuestro cuerpo los metales pesados. Veamos ahora qué males nos provocan cuando contaminan nuestros recursos hídricos. El arsénico, el plomo y el mercurio, dañan el sistema nervioso. Y originan problemas cardiovasculares. La OMS indica que el arsénico es  un carcinógeno.Que también afecta a los fetos en gestación. Y, además,  a la primera fase de desarrollo de los niños. En este caso, puede afectar a su desarrollo intelectual. Cuando entra por los poros, puede llegar a desarrollar tumores pulmonares y cáncer de pìel.

En el caso del plomo, tenemos el ejemplo de la población michiguense de Flint, ya tratado en estas páginas. Este metal pesado puede producir  inflamación del cerebro y afecciones renales. Además, las incertidumbres existentes respecto a los niveles adecuados de exposición, encienden alarmas en el caso de los niños, que podrían ver retrasado su aprendizaje.

Por su parte, el cromo hexavalente, que se utiliza para fabricar-acero inoxidable, ropa y curtidos de cuero, también puede ser cancerígeno. .

Para finalizar, echemos un vistazo a las plantas potabilizadoras. Conoceremos si ellas solas pueden evitar que estos metales lleguen a nuestros grifos domésticos.

Los reguladores de la gestión del abastecimiento no cesan de limitar la presencia de estos compuestos químicos en el agua potable. En el caso paradigmático de la EPA, ya son 90 los productos contaminantes limitados por sus normas de potabilidad.  Pero no es suficiente para garantizar la ausencia de elementos dañinos para la salud. Porque la presencia de muchos de ellos  en el agua  aún no está regulada.

Por otra parte, las áreas no reguladas, no disponen de parámetros que limiten sus contaminantes potenciales. Y por ello se desconoce cuáles son y la afección que provoca su presencia. No es sencillo, a pesar de que la ósmosis inversa ayuda muchísimo, garantizar la potabilidad de las aguas afectadas. Un ejemplo emblemático es la sedimentación de cenizas en balsas mineras.

Por último, que un agua esté convenientemente tratada en un  planta no supone que mantenga su calidad cuando sale por el grifo. Porque siempre puede contaminarse en el largo camino a recorrer entre ambos puntos. Aunque el agua se limpie en la potabilizadora, la red de tuberías es indispensable para que llegue a casa. Y ahí puede volver a contaminarse. Ese fue el caso de Flint. Detectar el problema, es lo más fácil. Pero resolverlo, exige mucho tiempo y dinero

Tampoco están exentas de sospecha las aguas embotelladas. Su regulación es, obviamente, muy exigente. Pero si no hay una información exhaustiva y continua de su composición, como mínimo de periodicidad anual, no puede garantizarse que estén libres de contaminantes. De ahí las noticias publicadas sobre el alto nivel de arsénico en algunas marcas comerciales.

Por todo lo expuesto, el agua limpia exige unas regulaciones estrictas y muy exigentes en todos los caso. La pública y la embotellada deben cumplirlos siempre. Y aplicar en casos concretos, como los expuestos de las cenizas del carbón, regulaciones específicas que las protejan de sus contaminantes. Además, debe tenerse en cuenta que entre la planta embotelladora  o la planta potabilizadora  y el grifo o la nevera, hay un proceso de transporte por tubería o en camión, largo y complicado. Y en él es fácil que el agua vuelva a contaminarse

Por eso es indispensable que el futuro del agua potable pase por aplicar soluciones descentralizadas. De regulación específica para cada tipo de agua destinada al consumo doméstico. Mientras tanto, no está de más filtrarla adecuadamente al salir del grifo. Es nuestra contribución final al ciclo de potabilización. Un seguro de salud, también contra el agua “pesada”

 

Lorenzo Correa

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