Desde Honduras nos llegan hoy los versos acuáticos de Denise Vargas. Es una de las “nuevas poetas” salidas del Taller Alicanto de Rolando Kattán. Allí se tiró por primera vez a la psicina de la poesía y aprendió a componerla para dejar huella en la vida.
Y hoy lo demuestra con un poema titulado “clases de natación”, en el que el agua protagoniza los descubrimientos físicos y emocionales de la nadadora inmersa en la piscina de sus recuerdos.
Sentimos la emoción de flotar y la proeza de avanzar mientras se nada, hasta topar con el obstáculo insuperable para el nadador. Con el muro impenetrable de la piscina que acoge al agua. Por un lado, para que no se escape. Aunque también impone al nadador una secuencia cíclica de idas y vueltas de punta a punta.
Fluyendo en el agua, surcando sus entrañas, penetrando en su interior, pero siempre en soledad. Se puede nadar en la piscina, o en el mar o en lago, o en el río. Pero siempre se nada solo. Para salvar la vida de otro, o la propia. O para estar en forma. Luchando contra la resistencia del agua hasta vencerla o sucumbiendo a la debilidad corporal hasta ahogarnos. Pero siempre solos.
Denise descubrió esta lucha titánica contra el agua. Y también las ventajas de utilizarla para estar mejor y para desplazarse. Pero también las limitaciones del su cuerpo y las impuestas por las orillas de la piscina.
Como por la vida misma, nos desplazamos por el agua y salvamos a los demás o a nosotros mismos del ahogamiento. Siempre debemos hacerlo nadando. Porque si no lo hacemos, no hay avance posible, aunque también la carrera sea limitada por el muro de la piscina. Y por el ancla colgada del cuello que nos atraerá irremisiblemente hacia el fondo si no nos movemos.
Aprendamos a nadar con Denise. Para ascender rápido desede el fondo cuando nos hundamos. Que por eso los griegos decían que nadar, leer y escribir eran los tres pilares sobre los que debía desarrollarse la cultura de una persona.
Lorenzo Correa
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