¿Podrá la rotura de una presa ayudar a recuperar el Mar de Aral del Sur?


Siempre es una mala noticia cuando nos enteramos de la rotura de una gran presa. Y el mes pasado, se rompió una en Uzbekistán. Las presas, como todo lo importante en la vida, tienen detractores y defensores. Los primeros las acusan de destruir hábitats y paisajes. Y de partir las cuencas, matando a sus ríos. Los segundos las alaban porque gracias a sus embalses pueden usar el agua cuando el cielo no la deja caer. Y regar, abastecerse o refrigerar sus procesos industriales. Mueven turbinas y generan energía renovable. Laminan avenidas y defienden vidas y haciendas aguas abajo.

Pero en este ámbito de la defensa contra inundaciones, aún hacen más. En muchas ocasiones, sin publicidad, casi sin que nadie se entere, absorben totalmente en el seno de su emblase todos los caudales de una avenida. Y aguas abajo de la presa, nadie se entara de lo que habría sucedido de no existir el embalse y su presa correspondiente. También y sobre todo, en este caso, tan ignorado por muchos, hay que bendecir a las presas.

Pero los detractores llegan más al público  y los medios. Y  tienen un argumento demoledor. Definitivo. ¿Qué pasa si se rompen?  Afortunadamente, como les sucede a los aviones, es poco probable que suceda. Aunque sea terriblemente ruinoso por sus efectos, el número de siniestros en comparación con las presas existentes o los aviones que vuelan es reducido.

Hay unas 60.000 grandes presas en el mundo. Ellas son las que mayor riesgo de catástrofe presentan en caso de rotura. ¿Cuántas se han roto en los últimos años?

No demasiadas, para el gran número de las existentes. Las roturas de presas provocan solo un 2,5% de las víctimas generadas por catástrofes naturales. A título de ejemplo, podemos destacar cuatro episodios,  aún recordados por el gran número de muertes producidas:

  • En Estados Unidos, 2.200 personas murieron en la avenida conocida como Johnstown flood que provoco, en 1889 la rotura de la presa del lago Conemaugh
  • El 9 de enero de 1959 se rompió la presa de Vega de Tera e inundó y arrasó Ribadelago, en la provincia de Zamora (España).  Murieron 144 personas.
  • El 9 de octubre de 1963 hubo un gigantesco deslizamiento de ladera de unos 260 millones de m³ que cayeron sobre las aguas del embalse de Vajont, en Italia. La ola de 250 metros de altura destruyó el pueblo de Longarone y perdieron la vida unas 2.000 personas.
  • En noviembre de 2015 en Brasil murieron 19 personas a raíz de la rotura de los muros de contención de las presas de residuos Fundão y Santarém, en el estado de Minas Gerais.

Para tranquilidad de todos, la  seguridad  se  analiza,  tanto  desde  un  punto  de  vista  estructural  de  las  posibles  alternativas  de  presas, como por el riesgo potencial de inundación aguas abajo, provocado por el hipotético caso de rotura de presa y de fenómenos naturales de deslizamiento de tierras, aguas arriba del embalse. Pero el riesgo siempre existe y las consecuencias son terribles Y ahora, en tiempos de pandemia, se ha roto otra.

Fue el día 1 de mayo de 2020. Medio mundo estaba confinado o con su libertad de movimientos coartada por la COVID-19. Tras una semana de intensas precipitaciones, cedió el paramento de la presa de materiales sueltos de Sardoba. El jovencísimo embalse, se había llenado por primera vez tres años antes, en 2017. Su construcción había comenzado en 2010. Casi 1 km³ de agua almacenada. El agua embalsada comenzó a a fluir precipitadamente aguas abajo. Los regantes beneficiarios de esas aguas fueron los primeros en poner el grito en el cielo. Se quedaban sin el alimento básico de sus sedientas tierras, que solo habían podido explotar durante un trienio.

Pero eso no fue lo peor. A pesar de suponer la ruina para miles de familias campesinas. Lo más terrible fue la urgente evacuación de 70.000 personas y la letal secuela de personas hospitalizadas. Afortunadamente no hubo víctimas mortales. La inundación además llegó a afectar  tierras del Turkistán en la vecina república de  Kazajistan. Allí hubo que evacuar a 5.000 personas

Nunca es buen momento para que se rompa una presa, pero la evacuación rápida de miles de personas fuera de las áreas inundadas durante una pandemia mundial es un momento terrible. Porque en esos días, Uzbekistán había superado ya los 2.000 casos de COVID-19, con  10 muertos. Un mes y medio más tarde, se registran 5.682 casos, creciendo a un ritmo de casi 200 más al día.

Además, las fuertes lluvias que causaron la rotura de la presa, provocaron importantes inundaciones en la región de Bujara, especialmente en los distritos de Alatsk y Karakul. Se dañaron más de 38.000 viviendas, así como 847 instalaciones sociales y cultivos de toda la región. Se produjeron graves daños a la agricultura, la producción, los servicios y las infraestructuras

Sigamos con la rotura. La presa y el embalse se completaron hace solo tres años, lo que sugiere que la falla fue el resultado de defectos de diseño o construcción. Paradójicamente, el gobierno uzbeko había presentado una queja formal en 2011 sobre las consecuencias de la rotura de la presa de Rogun, en Tayikistán, con 335 m de altura de coronación y que entonces se inauguraba. La queja se basaba en que el proyecto constructivo de la presa se había redactado  40 años  antes y por ello estaba obsoleto … “es difícil imaginar la magnitud de un desastre humanitario si la presa se rompe por un terremoto”,  decían los políticos involucrados al denunciar que estaba ubicada en una zona de gran actividad sísmica y tectónica.

Sin embargo, ahora es una presa uzbeka la que se rompe e inunda a los vecinos. Paradojas del destino. Probablemente el sifonamiento fue la causa del fallo estructural. Porque al no haber vertido por coronación, la segunda causa más común de rotura de las presas de materiales sueltos es la erosión interna. El agua recorre el núcleo de la presa hasta que consigue salir por el paramento de aguas abajo arrastrando los materiales que la sustentaban.

COVID-19 aparte, los regantes de Sirdaria, región esteparia con 800.000 habitantes,  se quedan sin agua para regar sus campos, Lo que hasta hace tres años era un desierto, volverá a serlo

Investigando en lo publicado sobre este terrible accidente, nos encontramos con más paradojas. Porque resulta que toda el agua que antes de la presa y ahora discurre libremente por el río Sir Daria, llega al Mar de Aral. Ese mar del que muchos creíamos que ya no quedaba nada. Pues ahora tendrá de nuevo una alimentación solo dependiente de las lluvias, sin regulación en ningún embalse de este río.

Pobre Mar de Aral. Hasta más allá de la mitad del siglo pasado, su superficie era similar a la de Panamá, unos 70.000 km². Pero con 650 km³ de agua. Es decir, 650 embalses de Sardoba.

La explotación impulsada por los planes quinquenales soviéticos, protagonizada por la imposición del monocultivo de algodón y otras extravagancias planificadoras, con más voluntad que acierto, dejó al mar con un 10% del agua. Pasó de ser el cuarto mar del planeta a un lago con pretensiones y sin vida. Todo empezó con el desvío del río Amu Daria  de nuestro ya conocido Sir Daria, en 1959. El argumento oficial para evitar reclamaciones de los que vivían en y del mar, fue que éste era un error de la naturaleza. Resultado, un descenso del nivel de casi un metro al año.

Esta disminución de aportaciones de agua dulce, provocó un aumento de la salinidad. Debido a ello, desaparecieron  las abundantes especies de peces de agua dulce existentes. En la década de 1980, la industria pesquera fue eliminada. Y así, se provocó el éxodo de las familias que vivían de la pesca. La población restante se vio afectada por el clima extremo, provocado por el fondo marino seco de Aral y el deterioro de la salud. La gente destruyó el mar y naturaleza se vengó de ellos.

En 1957, 48.000 toneladas de pescado (el 13% de la pesca de la URSS), salían del mar de Aral. Treinta años más tarde, la pesca desapareció. Entonces, el gran mar se dividió en dos mini mares. Uno al norte y otro al sur. Y la presa de Sardoba, fue la puntilla para el mar sureño. Durante los años de construcción de la presa se pensó en que el desierto salado resultante se podría convertir en un inmenso arrozal. Para evitar entre otras cosas los problemas pulmonares causados por la alta concentración de sal  y de sedimentos tóxicos que yacen en el antiguo fondo marino, que mueven las tormentas de arena.

Pero los lodos tóxicos no solo procedían del vertido de aguas de lastre y de los motores de los buques que surcaban el mar cuando, en todo su esplendor, atravesarlo suponía una travesía de 400 km.  Procedían sobre todo de la isla situada en el centro del mar. En ella, en 1948 los soviéticos decidieron construir una instalación destinada a producir armas biológicas. E instalaron un laboratorio ultrasecreto, denominado Aralsk-7, para experimentar con ántrax, fiebre Q y botulismo. Todo ello, en una isla en mitad de un mar en proceso de secado. Situada en medio de un desierto prácticamente deshabitado.

Cuando la URSS desaparece , los rusos se van. Y en 1995, entran secretamente científicos estadounidenses para investigar lo que había enterrado allí.  Se encuentran el mayor cementerio de ántrax del mundo. Tras los atentados de las Torres Gemelas, deciden descontaminar la isla. Para evitar que cuando todo se haya secado, el ántrax llegue a tierra firme

La isla ahora está dividida entre Uzbekistán y Kazajstán. Desde 2002, los estadounidenses solo se ocupan de  eliminar los gérmenes patógenos enterrados en la parte uzbeka.

Así, esta isla que durante más de 30 años fue el principal laboratorio de ensayo de armas bacteriológicas. Como consecuenca, es ahora una amenaza similar a la del COVD-19. O peor. Porque, como declaró oficialmente  Ken Alibek, que fue subdirector del complejo, “una organización o un individuo decididos podrían obtener cepas virulentas de microorganismos de sus depósitos naturales”. Un campo de minas que aflora a la superficie. Y se ofrece al primer recolector que pase por allí.

Mientas tanto 60.000 personas que vivían de la pesca, han ido disminuyendo sus ingresos hasta desaparecer. El otrora enorme puerto de Moynaq, ahora se encuentra a 75 km del agua. Isla del Renacimiento fue el rimbombante nombre con el que la bautizaron. Y ese renacimiento supuso, la primera estocada mortal al mar, cuya puntilla, repetimos representó la construcción de la presa.

Por estas razones, el futuro del agua del mar de Aral del sur  y de todo lo que le rodea es casi imposible de iluminar con algo de optimismo. La zona norte (que es la más reducida en superficie), se está recuperando a base de enormes inversiones. Y de la reintroducción del esturión. Por su parte, los habitantes de los terrenos cercanos al mar del a sur han sido terriblemente dañados en sus esperanzas de recuperación por la rotura de la presa. Ya no hay riego para los pescadores reconvertidos en regantes.

Sin embargo, como apuntábamos más arriba, esa desgracia para los regantes puede arrojar un minúsculo rayo de esperanza sobre la recuperación ecológica y pesquera del mar sureño. Porque ya no hay regulación del río que lo alimenta. Y algo es algo, aunque sea poquísimo

La titánica lucha está entre regar o dejar que el agua dulce llegue al mar. Los algodoneros, son un lobby de presión importante, obviamente, quieren seguir regando. Los pescadores, no pueden llegar a tanto. Y los políticos, deciden. Además, se requiere la colaboración de los países afectados. Y al no depender solo de uno, la cosa se complica. Para nosotros, los que nos ocupamos como diletantes de la gestión del agua, el dato es estremecedor. Se necesitaría una inyección de casi 1.000 hm³ de agua dulce para recuperarlo. Y para ello, habría que dejar de reconstruir la presa y por ello, dejar de regar. No parece nada fácil.

De todas formas, el COVD 19 está haciéndonos aprender muchas cosas. Investigación biotecnológica y armamento biológico están muy unidos. Esta pandemia debe permitir que se consiga disponer de mayores niveles de seguridad ante la amenaza de los microorganismos. Porque ellos son la bomba atómica de los pobres. Y es que la armas biológicas consiguen los mismos efectos letales que un arma biológica. Pero a un precio 800 veces menor. Por eso, el control armamentístico, que incluya también las armas biológicas, debe intensificarse. Incrementando la investigación sobre virus y bacterias.

Y respecto a la rotura de la presa, nos debería servir para escuchar más a los que no piensan igual que nosotros. Libera caudales que ayudan a recuperarse al mar. Pero sin regularlos, los regantes no tienen forma de vivir de la agricultura. Además, el ántrax y otras lindezas de ese estilo, siguen siendo transportados por el viento. Así,  entran en los pulmones de los habitantes del lugar. Y de otros lugares.

Todo este embrollo, tiene que ser analizado y resuelto por los gestores del agua. Para que con sus informes, los políticos decidan qué opción es la mejor. Aquí se trata de decidir si ese kilómetro cúbico se deja fluir o se embalsa. Sabiendo que es una gota en el océano para la recuperación del mar. Aunque un grano no hace granero, ayuda al compañero.

Y usted, ¿qué haría?

Lorenzo Correa

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