El doloroso afán de agua y cielo de la sirena


Recibir a una poeta salvadoreña de la talla de Claudia Lars, es todo un lujo. Por eso , vestimos de gala nuestra biblioteca de poemas para situar en lugar preferente este soneto suyo dedicado a la sirena.

Ningún ser vivo puede vivir sin agua, pero la mitológica mujer marina, además tiene su hábitat  en el líquido elemento. Doble dependencia de estas hijas de Melpómene, la musa de la tragedia y de Aqueloo. O triple, porque su padre fue el dios del río que lleva su nombre.

Curioso devenir el de la vida de este dios oceánida. Porque, de acuerdo con los que Virgilio nos cuenta, fue el líder indiscutido de las aguas dulces. Emblema de los ríos y fuentes y protector de la agricultura. Así, el dios del agua dulce, fue el padre de nuestra sirena. Del agua dulce al agua salada. El eterno viaje al mar.

Viaje inverso entre el padre dios y la hija sirena. Porque cuando sus hijas pasaron a mejor vida, Aqueloo, fue acogido por Gea, recibido por la Tierra. Y en ese punto, surgió un manantial de gran caudal que formó el  cauce que lleva su nombre. El primero de todos los ríos. Ese que hoy conocemos como Aspropótamos.

Y de esta manera, el agua dulce pudo llegar a reunirse con la sirena al llegar al mar. Y la sirena buscó a su tritón. Claudia la vio cuando se acercó a la orilla para descansar sobre alguna roca y peinarse seductoramente sus largos cabellos.

Aunque, esa atracción instintiva de la sirena por el litoral, la dejó varada en la arena de la playa. Gracias  a ese accidente, Claudia pudo componer su soneto. Pero esta vez, no acudió un tritón a seducir a la sirena.

Ni pudo peinarse, esparciendo por la playa esas algas, que se corresponden con los cabellos que se arrancan al peinarse todas las sirenas. Esta vez, no se cumplió la sentencia de  nuestro greguérico Ramón Gómez de la Serna.

Y la sirena, quedó varada en el soneto salvadoreño de Claudia Lars

 

Lorenzo Correa

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