California dreamin’ on such a winter’s day. Pero también allí se inundan


Es sabido que California es uno de los lugares preferidos para residir por muchos norteamericanos y también por bastantes habitantes del mundo. Hollywood y sus películas se han encargado de hacernos conocer las ventajas del clima, el alto nivel de vida, la belleza de sus ciudades importantes como Los Ángeles y San Francisco, sus paisajes naturales  y tantas otras cosas que seducen a cualquier persona que las contemple. Y todo ello fue reforzado y fijado en nuestras mentes en los años 60 con la famosa canción que da título a nuestro artículo, del grupo The Mamas & The Papas.

El idílico estado cuenta con 38 millones de habitantes y ocupa una superficie de 410.000 km². La publicidad ha hecho su efecto, porque es el más poblado de Estados Unidos. También es el tercero con mayor extensión, después de Alaska y Texas.

Pero la mayoría de los enamorados de este paradisíaco lugar ignoran que está enormemente castigado por la sequía (con su secuela de incendios forestales imparables). También por las inundaciones. Y es que estas contrariedades climáticas salen poco o nada en películas y series de televisión. Aunque haberlas, “haylas”.

Nuestros lectores saben muy bien que las inundaciones suponen uno de los peores riesgos globales. Siegan vidas y destrozan  haciendas. Los desastrólogos auguran un futuro del agua que inunda muy potenciado por el calentamiento global, debido a la intensificación de su virulencia  y a la ubicación de cada vez más personas en zonas inundadas e inundables.

Pero, curiosamente, estos riesgos  son subestimados por la no disponibilidad de datos reales y fiables sobre los niveles actuales de protección. Ese encauzamiento o esa presa, ¿están realmente en buen estado para soportar una avenida, ejerciendo su función encauzadora o laminadora?. Y esto no solo ocurre en Perú o Ecuador. También sucede en California. Es el crepúsculo de las infraestructuras del que ya hemos tratado aquí.

El futuro pasa por implementar herramientas para evaluar el riesgo de inundación pluvial, fluvial y costera. Para entender cómo debe atacarse el problema de reducir los futuros riesgos y mitigar sus efectos devastadores.

Ni uno solo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)  se logrará sin resolver previamente los problemas derivados de la gestión del agua. En este caso, hay que formar y escuchar a los nuevos  analistas de riesgo de desastres. Ellos nos dirán dónde está el riesgo y cuánto cuesta articular una estrategia de adaptación adecuada. Y así podremos evaluar el beneficio que supondrá gastar tanto dinero como el que se necesitará para lograrlo.

Repasemos la incidencia histórica de las inundaciones en nuestro paraíso terrenal de hoy. California.  En los últimos tiempos, lo normal es que un episodio de lluvias intensas y localizadas interrumpa abruptamente un largo período de sequía. El mundo se gira del revés en unos minutos. La gente no entiende nada. Pero los datos históricos están ahí.

Cada cierto tiempo,hay episodios terribles. Desde los 21 muertos por el lodo en Montecito de hace dos años al trágico episodio de enero de 1938 en la zona de Los Ángeles. Se recogieron 50 mm de agua en una hora que inundó casi todo el Valle de San Fernando y sembró la destrucción en puentes, vías férreas y carreteras de la megápolis.

La respuesta del siglo XX, que continúa su inercia en el XXI, siempre ha venido del lado de la construcción de encauzamientos, rectificación de cauces y embalses laminadores. Las películas más famosas han popularizado las “autopistas” de hormigón en las que se ha convertido la red de drenaje urbano a cielo abierto de L.A. Estas actuaciones, imprescindibles  y necesarias, han salvado muchas vidas. Pero, para ser suficientes, exigen un mantenimiento adecuado, que cuesta mucho dinero y ofrecen una falsa seguridad a los terrenos  teóricamente defendidos, que son ocupados alegremente como si ya estuvieran a salvo para siempre.

Las intensas lluvias del invierno de 2016-17, duraron el doble del diluvio universal. 80 días con sus noches. Si hubieran caído en 20 días, todo habría saltado por los aires. Y eso hubiera supuesto la evacuación de 1.5 millones de personas, con daños de $ 725 mil millones. Esta situación hubiera reducido un terremoto de grado 8 en la escala de Richter a un percance de menor importancia. Porque su coste “sólo” ascendería a $ 213 mil millones.

Las avenidas están teniendo períodos de retorno elevadísimos para lo que hasta ahora era habitual. Se han registrado varias de entre 500 y 1000 años. Sus efectos recuerdan al episodio de 1861-62 que literalmente convirtieron en un  pequeño mar  el Central Valley y toda la cuenca del río Los Ángeles. El diluvio duró 45 días

De hecho, se publicó hace una década un informe que mezcla tres episodios extremos en un siglo de diferencia, titulado ARkStorm. Se refiere a la repercusión de la avenida milenaria. El informe  prevé el impacto de los llamados  “ríos atmosféricos”. Así se denominan las columnas estrechas y alargadas de transporte concentrado de humedad, asociados con ciclones extratropicales. Son los mayores mecanismos de transporte de agua dulce en la Tierra. Y ahora están apareciendo con mayor frecuencia, provocando diluvios sobre la costa oeste de EEUU.

Hasta ahora, todo lo que se ha hecho, afrontando un enorme trabajo con su gasto correspondiente, han sido grandes obras hidráulicas de protección fundamentalmente de la megápolis de LA. Un sistema de encauzamientos, enormes balsas de laminación a cielo abierto y  presas. La zona de actuación más importante es la de Sacramento, donde se une este río con el de San Joaquín. Se eliminaron extensas áreas de cultivo  para conseguir depósitos de laminación de agua.

Sacramento, California durante la inundación de enero de 1850.

El ARkStorm fusiona el episodio ya mencionado de 1861-62 y con el que se desencadenó en el  sur de California del 19 al 27 de enero de 1969 y con la tormenta del norte de California del 8 al 20 de febrero de 1986.  Y estudia qué sucedería si la tormenta resultante cayese durante un día en el área “maldita”

La inundación de 1861-62 tuvo un impacto negativo superior al del  terremoto de San Francisco de  1906. De hecho, el recién nombrado gobernador del estado tuvo que ir remando al lugar donde se celebró su toma de posesión.

El agua arrasó la tercera parte de las feraces tierras de cultivo del estado. La economía se hundió. La agricultura, la ganadería (que de hecho,  desapareció del mapa), la industria y la minería cesaron su actividad, hasta el punto de que se puso punto final a la gran movilización que supuso la fiebre del oro. Ruina total. Que nos recuerda bastante lo que ahora estamos viviendo y viviremos en la economía con la pandemia. Pero en este caso, fue una inundación. Nada nuevo bajo el sol.

Un pluviómetro registró 1,70 m en 45 días, cuatro veces más de lo que Los Ángeles recoge de la lluvia en un año. No hace falta añadir más. Hoy ya sabemos por la geomorfología que se han producido en California seis episodios extremos de lluvia en los últimos 1.800 años, peores que el que acabamos de aludir. Ahora se teme que los daños aún sean mayores debido al calentamiento del océano.

Si se produjera lo que el ARkStorm pronostica, se inundaría una superficie de  500 x 30 km² en Central Valley. Por lo tanto, la mayoría de Sacramento y Stockton estarían bajo el agua. Para evitarlo, están las infraestructuras grises y verdes construidas. Las primeras, encauzamientos de hormigón, motas de tierra y presas. Las segundas, balsas de laminación  yactuaciones de permeabilización  yretención en las cuencas altas y en las ciudades.

Pero las infraestructuras existentes están en muy mal estado, ya lo dijimos antes. El informe prevé 50 rupturas de motas, escolleras y muros de hormigón de encauzamiento. Y están ahí más para dar tiempo a la evacuación de las personas que residen aguas abajo que para salvar los terrenos adyacentes.

Si fallaran, en este escenario supuesto, pero posible, Los Ángeles ciudad no se inundaría tanto como en 1861. Pero el norte del Condado de Orange, sí. Un enorme lago cubriría  Fullerton, Anaheim, Garden Grove, Santa Ana y Westminster hasta la playa. Y el  tecnológico Silicon Valley sufriría también enormes daños.

El agua arrasaría muchas depuradoras situadas en zona inundable. Las aguas residuales sin tratar, contaminarían los acuíferos. Y los sedimentos destruirían las bombas de las estaciones de bombeo situadas al nivel del mar.

Además, se estima que 1 de cada 4 edificios de California se verían afectados por las inundaciones

Y no hay prácticamente nada asegurado contra la inundación. Solo entre el 6 y el 10% de los bienes defendibles están asegurados.

De todo lo expuesto, se deduce que las infraestructuras construidas en el estado más vistoso del primer país del mundo, son necesarias y, si estuvieran bien conservadas y mantenidas, también podrán ser suficientes para reducir enormemente las afecciones, riesgos y peligros para las zonas defendidas, sus haciendas y sus habitantes. Sin embargo, el año 2017, se produce el caso Oroville. Precisamente, en la presa más alta del país, con 235 metros de altura, situada solo a 90 km de  Sacramento.

Recordemos cómo, en un informe del Comité Nacional Español de Grandes Presas, se describió el incidente de la presa de Oroville. El que hace ahora tres años estuvo a punto de provocar una catástrofe de incalculables consecuencias:

A principios de febrero de 2017 se registraron importantes aportaciones de agua al embalse. Al ser evacuadas por el aliviadero, provocaron importantes daños. Y obligaron a a cerrar las compuertas del mismo, entrando en funcionamiento el aliviadero de emergencia por primera vez en la historia de la presa. Debido a los vertidos este aliviadero sufrió una importante erosión en el pie que llegó a comprometer su seguridad. Además, obligó a un desalojo, durante 48 horas, de unas 200.000 personas de la zona aguas abajo de la presa.

Vertedero de la presa de Oroville . Foto del 27 de febrero de 2017. Dale Kolke / Departamento de Recursos Hídricos de California

Veamos cómo están las cosas. Durante más de un siglo, la nación ha gastado mucho dinero en la lucha contra las inundaciones en California, como es su obligación.

Las agencias estatales y locales gastan $ 30 millones al año para mantener 2.600 km de motas, escolleras y muros de contención de cauces en Central Valley. Pero no son sufcientes. Se estima que deberían gastar $130 millones más al año anuales para cumplir con los estándares federales actuales.

Tenemos un Ferrari, pero nos gastamos 10 dólares al año en mantenerlo. Así, ni un Ferrari consigue arrancar. Más pronto que tarde, nos dejará tirados.

Además, como los modelos hidrológicos e hidráulicos son cada vez más certeros y el territorio se continúa impermeabilizando, hay que planificar nuevos embalses, diseñar cortas o expropiar terrenos para crear nuevas balsas de laminación. Es el caso de la ciudad de Stockton, amenazada por el río San Joaquín. Se pretende hacer un desvío directo a la bahía de San Francisco

Por su parte, en Los Ángeles debaten, como en muchos otros lugares, la interminable historia de la limpieza de los cauces y de las balsas de laminación antiguas utilizadas como escombreras. Es el caso de la cuenca vertiente a la Devil’s Gate Dam en Pasadena. Podría quedar colmatada por los arrastres sólidos en la próxima gran avenida. Y la limpieza exige un mínimo de 5 años de trabajos.

Aunque  los defensores de los ríos “verdes” se oponen. Dejemos este debate por manido  y por ya excesivamente tratado en estas páginas. Simplemente, señalemos que en California también se debate la cuestión. Y hay otros dos balsas de laminación en las mismas condiciones de riesgo. Aguas abajo de ellas, viven tres millones de personas.

De todo lo expuesto se deduce que, en California, el riesgo de inundaciones en la cuenca del río Sacramento y en el Delta del Sacramento-San Joaquín es el más alto de EEUU. La  causa, el  mal estado de conservación de las infraestructuras de encauzamiento. Los 300 millones de dólares invertidos en los últimos 30 años no han servido para que River City esté más protegida que Nueva Orleans.  También interviene el gobierno federal, invirtiendo 30 millones al año desde 2016 para reparar encauzamientos. Pero siempre se necesita más. Y nunca se dispone de lo necesario. Ese es el problema de fondo de las infraestructuras grises.

Aunque el entonces gobernador Arnold Schwarzenegger declarara por primera vez el estado de emergencia de los diques de California en febrero de 2006. el problema estructural subyacente para la región de Sacramento y el estado persiste. El único avance de la década pasada ha sido que el estado californiano reciba ayuda federal para poder reparar más y en menos tiempo.

Esta situación, como en otros lugares del mundo ha ocurrido, ha llevado a los ribereños a exigir información sobre el riesgo de inundación de sus propiedades y sobre el peligro que corren. Y a reclamar a las autoridades locales  y estatales que deje de construirse en zonas inundables.

La Agencia de Control de Inundaciones del Área de Sacramento recomienda a algunas comunidades que tengan seguro contra inundaciones. Aunque legalmente no sea obligatorio. La Agencia Federal de Gestión de Emergencias aún va más allá. Afirma que durante el período de pago de una hipoteca de 30 años, muchos barrios de Sacramento, tienen una probabilidad del 26 % por ciento de verse inundados.

Así están las cosas en California. Aunque es el lugar soñado para vivir de muchísimas personas en el mundo, el riesgo de inundaciones es el que se ha descrito. Y sus consecuencias, estuvieron a punto de ser catastróficas hace solo tres años.

Por eso, continuamos insistiendo en que es imprescindible mantener en buen estado de conservación las infraestructuras y paralelamente, trabajar en las cuencas y ciudades construyendo infraestructuras verdes. Ese es el camino del futuro del agua.

 

Lorenzo Correa

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