Cómo está cambiando la nueva normalidad a la gestión del agua


 

Calificamos como  normal aquello que es habitual u ordinario. Y ese es el atributo subjetivo de la  normalidad. Definimos como dicotomía, la división de algo en dos partes. Con esta premisa, podríamos acordar que, cuando al agua nos referimos, un clima es normal cuando llueve lo habitual, cuando es habitual. Y cuando los períodos de sequía son también los ordinarios.

Este concepto de normalidad nos tranquiliza bastante cuando se ajusta a una época concreta, que suele coincidir con las de las generaciones inmediatamente anteriores a la nuestra. Porque nos da  la falsa seguridad de saber qué va a ocurrir y hacer planes de presente y futuro. Y así nos animamos a invertir nuestro dinero en determinados negocios agrícolas, energéticos o turísticos. O en la industria y en la urbanización. Y, por supuesto en el turismo.

Pero resulta que últimamente lo normal está dejando de ser normal. Las lluvias no se comportan como antes y las sequías, tampoco. Entonces se producen quejas y se buscan culpables. Y llega el momento estelar del cambio climático. A él, intangible  esquivo, se le  adjudica toda la culpa de que las cosas ya no sean como eran. Porque, como oímos cada vez con mayor frecuencia cuando algo anormal sucede, nadie había visto jamás nada similar.

Y tanto va el cántaro a la fuente, que algunos expertos ya están proclamando que los episodios de lluvias y sequías extremas nos están presentando en público a la “nueva normalidad”. Vamos a conocerla. Dicen que solo podemos vivir 5 días sin agua. Pero no podemos vivir ni uno sin hablar de ella  o escribir de ella. Escribamos

Hace poco, antes de que el coronavirus hubiera captado todas las noticias, leíamos que en este primer trimestre del año, 150 personas murieron o desaparecieron a causa de aguaceros torrenciales que provocaron  deslizamientos de tierra e inundaciones en tres estados brasileños. Así comenzó 2020 para ellos.

Por eso, los científicos brasileños expertos en la materia están ya proclamando a los cuatro vientos que el calentamiento global está detrás de la proliferación de episodios de lluvias torrenciales de inusual virulencia. Como, por ese motivo, no son  normales., los expertos están informando de que se está produciendo una “nueva” normalidad.

Lo que siempre ha sido normal es que se produzcan lluvias monzónicas. Y que, como ya hemos comentado en estas páginas, se produzcan víctimas  y terribles daños materiales. Porque cada vez más personas de humilde extracción viven en cerros faveleros por toda la inmensa franja costera que es extiende entre Río de Janeiro y São Paulo.

Los mayores problemas siempre se producen en eso cerros, por lo que estas afecciones, cada vez sean también más normales. Aunque los afectados sepan que las lluvias llegarán en enero con el verano, nada pueden hacer. Porque los materiales con los que están fabricadas sus modestas viviendas no resisten una lluvia torrencial y porque no pueden ir a otro lugar.

La mayoría, ven llegar el verano entre la incertidumbre de que la próxima lluvia sea más intensa de lo que sus laderas y viviendas pueden aguantar. Esperan todo lo que pueden y cuando se produce el anuncio de deslizamiento, ya no pueden salir. Tampoco, si lo consiguieran, podrán salvar más que su vida, porque sus pertenencias se quedarían envueltas en lodo y piedra.

Pero, esta normalidad tan terrible está cambiando a peor porque las temperaturas medias de la zona han subido bastante en los últimos 40 años. Y la evaporación ha aumentado con ellas, generando más agua disponible para la lluvia.

Comprobado está que, en esas cuatro décadas, los episodios con precipitaciones de entre 80 y 100 mm/día se han incrementado severamente en las capitales de los estados del sudeste de São Paulo, Río de Janeiro y Belo Horizonte. Justo donde residen los afectados más arriba indicados

Esta vez les tocó la bola negra de las inundaciones y los deslizamientos a los habitantes de las favelas de Guarujà. Esta ciudad turística es la “playa” de São Paulo y concentra una gran volumen de oferta turística de vacaciones. Pero la mayoría de los que conforman el ejército humano que se moviliza para atender a los visitantes, viven en una situación precaria. Como en Río de Janeiro, aunque a menor escala. Y las consecuencias cuando la lluvia es torrencial, son las mismas.

Otro Río más de los muchos que se extienden en este sentido por la costa brasileira. Ciudades con desordenado crecimiento urbanístico, donde cada vez las lluvias son más intensas y localizadas. Nueva normalidad.

La cuestión es que allí, el pasado día 3 de marzo,  se recogieron 282 mm de precipitación en solo 12 horas. Y, para que se hagan una idea, este volumen supera con creces el que en la vieja normalidad se recogía en todo el mes de marzo.

La primera reacción de los habitantes habituales de la ciudad es siempre la misma. Declarar que nunca habían visto nada semejante en su larga vida. Es el precio que hay que pagar por el tránsito entre la vieja normalidad y la actual. Carísimo, porque en esta ocasión, el deslizamiento de la ladera de una favela fagocitó  docenas de casas, mató a 18 personas y dejó un número indeterminado de desaparecidos

La secuencia se repite por doquier. En la oscuridad de la noche se oye un estruendo ensordecedor. Los vecinos despavoridos, se lanzan a la calle  y observan con dolor como una gran parte de las casuchas de sus vecinos ha desaparecido en pocos minutos.  Solo se escucha llanto  y llamadas de socorro, difíciles de atender debido a la intensa oscuridad reinante..

Los supervivientes son trasladados a la escuela para que puedan tener un lugar de acogida provisional. Y cuando se hace la luz, regresan a sus casas, si tienen la suerte de haberlas podido conservar. El resto, directamente, no sabe dónde ir.

Esta es la nueva normalidad monzónica en el Brasil de los más humildes. El deslizamiento de laderas se cobra cada vez más vidas en ciudades y pueblos. Ya no solo es normal la inundación y las consiguientes afecciones por desbordamiento. A ellas se suma el deslave favelero. A los ahogados “de siempre”, hay que añadir a cada vez más sepultados.

Y lo viejos del lugar, sabios por su experiencia, miran hacia atrás sin recordar nada parecido. A su memoria se añaden los datos del Instituto Nacional de Meteorología de Brasil. Por poner un ejemplo, una estación meteorológica de Río de Janeiro registró 134 precipitaciones extremas de 1960 a 1990, y 221 de 1990 a 2020. Por su parte, el dato de otra estación, esta vez en São Paulo, indica 15 de 1960 a 1990 y 44 desde entonces.

Todas estas evidencias confirman el severo aumento de los episodios de avenidas extremas en el sureste de Brasil. Y el inicio de esa nueva normalidad a la que habrá que ir acostumbrándose. Porque los períodos de sequía y de lluvias, ya no son los mismos, como demuestra la evidencia de que la estación seca se está prolongando un mes, de septiembre a octubre, en las últimas décadas.

Cambia el calendario y también lo hacen las condiciones de ocupación del suelo habitable.  Cada vez más zonas inundables son invadidas por barrios enteros de modestas y precarias edificaciones. Una auténtica bomba de relojería que explota ineluctablemente cuando llega el monzón.

Más tiempo sin agua, más ocupación de zonas inundables y más intensidad en las precipitaciones. La tormenta perfecta y todo un reto para los que planifican y ordenan la ocupación del espacio fluvial.

La nueva normalidad exige un trabajo arduo y urgente a los que delimitan las zonas inundables. Con ellos, se suministran datos básicos a los especialistas de la Protección Civil. Sin ellos, actuar en caso de avenidas, es prácticamente inútil. Pero sus trabajos deberían antes servir para que la ocupación urbanística en zonas de riesgo y peligro no se produjera.

Por el contrario, cada vez hay más  islas de calor urbano. Y producen el conocido  fenómeno  térmico que provoca diferencias de temperatura de entre 5 y 10ºC en áreas urbanas, sobre todo por la noche. Y generalmente en el centro urbano, impermeabilizado por asfalto y hormigón.

Ellas generan ese aumento de temperatura que, cuando llega la lluvia, exacerba su intensidad. Porque cuando hace más calor, llueve más en las grandes ciudades. Esta es también su nueva normalidad.

El debate sobre la identidad de los verdaderos culpables de esta realidad, sigue abierto. Y no todos los científicos responsabilizan al calentamiento global. Por ejemplo, el Instituto de Investigación Espacial de Brasil asocia estas lluvias a «fenómenos meteorológicos típicos del verano», y culpó a la zona de convergencia del Atlántico Sur: «una banda de nubes que canaliza la humedad del Amazonas y el Océano Atlántico tropical» durante tres días o más, produciendo fuertes lluvias y frentes fríos. Añaden que tampoco ha aumentado la lluvia en todas partes porque en el noreste ha habido sequías más extremas.

En lo que sí están todos de acuerdo, sea quien sea el culpable, es en que «este año,  las lluvias del verano han sido excepcionales. Tanto, que se han batido todos los records.

Así ha sido en este desagradable año 2020 en el estado de Minas Gerais. Allí, en enero, 59 personas murieron durante las fuertes lluvias Y  su capital, Belo Horizonte, pasó de  30 episodios de “lluvia extrema” de 1960 a 1990, a 52 de 1990 a 2020.

En Belo Horizonte, 13 personas murieron en enero, cuando se registraron 935 mm de lluvia en una estación meteorológica, el nivel más alto desde 1910, y más de la mitad de la lluvia anual media.

Es la nueva normalidad. Habrá que irse acostumbrando a ella y adaptarse a ella. Con respeto a la ocupación de zonas inundables y con planificación actualizada para su delimitación. Aunque en esas zonas de Brasil, la realidad de las favelas hará muy difícil que las afecciones de las lluvias sean menores. Es un problema social y político de gran magnitud. Pero, en cualquier caso,  siempre es mejor estar informados de cuando lo normal varía y obrar en consecuencia dentro de las posibilidades de cada uno.

Esperemos que la nueva normalidad sirva, como mínimo, de aviso. Más de lo que sirvió el conocimiento de la antigua. A esta, ya la podemos enviar al museo.

 

Lorenzo Correa

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