El Canal navegable, paradigmático río humano.


 

Navegar por el Canal de Panamá es una experiencia fascinante. Sobre todo, porque se tiene la impresión de estar fluyendo por un río prefabricado a medida. Todo empezó con Colón, porque en su cuarto viaje, en 1502, conoció Panamá.

Al recalar en Chiriquí, los aborígenes le hablaron de un gran canal que se adentraba en la selva. Pero el Almirante no se detuvo a investigar esa ruta, porque lo que parecía un cauce importante cerca de la costa, desaparecía abruptamente devorado por la selva al recorrerlo aguas arriba. Ahí, a principios del siglo XVI, se pudo haber comenzado a tirar del hilo de lo que 400 años más tarde se convirtió en el actual canal. Un río humano, construido para facilitar el comercio y la comunicación humana

Imaginamos a Colón escuchando a sus interlocutores y acompañándolos a ver el presunto “gran canal”. También nos emociona pensar qué pasaría por su mente al percatarse de lo que supondría encontrar un cauce que le llevara al “otro lado”.

Un estrecho canal natural que comunicaba con algo ignoto, podría ser un curso fluvial, vía acuática natural que le permitiría llegar a las soñadas Indias y dar la vuelta al mundo para volver a España por otro camino diferente del que usó para salir.

De esa interpretación colombina, surgió una intensa búsqueda de un camino fácil para llegar a las deseadas Indias por el Occidente, con su promesa de tesoros incalculables. Todo un símbolo para el futuro del agua. Y siglos más tarde, se “fabricó” el río que hoy conocemos como Canal de Panamá  

Colón se quedó en el umbral, pero nunca supo que había descubierto un nuevo mundo. Pero visionó lo que 400 años más tarde tuvo que ser abierto por la mano del hombre. Y después de conocer el río Chagres, se dio la vuelta. Menos mal que ese río, esperó.   Y gracias a su paciente espera, se convirtió en el auténtico “padre” del actual canal. Porque es quien le da la vida (el agua), junto con las madres lacustres que la acumulan. Y que, además,  la recogen y la  amansan cuando llueve fuerte.

Lorenzo Correa

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