Los ríos urbanos resisten, gratis et amore, el embate de la ciudad


 

Nos fascinan los ríos urbanos. Son el contrapunto entre el venerado curso natural de agua con su ribera y sus márgenes de postal y el canal encajado entre edificios que resuelve los problemas más acuciantes de la ciudad.

Porque los ríos urbanos vienen sirviendo para muchas cosas. Canalizados en nombre del progreso, se nos presentan ante todo como algo muy útil. Porque sus aguas saltarinas sirven para suministrar energía, sus lechos para aportar materias primas y sus cauces para acoger “gratis et amore” las redes de limpieza y evacuación de las aguas usadas que tanto molesta tener cerca.

Ahí los tenemos, dominados y explotados. Y algunos, desaparecidos bajo el asfalto o las edificaciones. Nos gustarán más o menos, pero son nuestros ríos urbanos. Debemos respetarlos, porque no han podido resistir al embate de la gran ciudad. Y comprenderlos cuando, muy de tarde en tarde, se rebelan contra el opresor y esparcen sus caudales por la ciudad.

Dicen los poetas que la naturaleza afina su cántico en los ríos. En su entorno natural, hay lluvia, pájaros, tierra y árboles. Pero en el caso de los urbanos, una vez canalizados, hay que actuar con astucia para que entre los edificios que les acompañan con el reflejo de sus fachadas, pueda abrirse paso un paseo fluvial, imitación  de la Arcadia feliz

Entonces, los ríos urbanos dejan de ser solo instrumentos de transporte y pueden llegar a convertirse en bellos elementos artificiales. Contrapunto de los ríos arcádicos. Esos que recuerdan a Hesíodo en los trabajos y los días:

«No orines en las fuentes, guárdate bien de ello. Nunca pases a pie el agua de hermoso fluir de los ríos sin antes orar, mirando a sus bellas ondas, purificadas tus manos en su agua deliciosa y transparente. Quien cruza el río sin purificar sus faltas y lavar sus manos es aborrecido por los dioses, que le enviarán padecimientos»

Bello y antiguo. Pero ahora, tenemos cada vez más tramos de ríos urbanos, alternando la poesía con las astucias de la sabiduría científica. Usamos la hiodrología para alterar la geografía y crear un nuevo paisaje.

Así de Hesíodo pasamos a Juan Benet:

«Tal vez la imagen más agradable y unánimemente aceptada de la gran ciudad europea sea esa perspectiva de puentes sobre el gran río que, como si fuera posterior a ellos, va ciñéndose a los docks y quais para respetar una topografía definida por torres, agujas, cúpulas y fachadas»

Admiremos nuestros ríos urbanos. También son nuestros ríos

Lorenzo Correa

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