En agosto, en el hemisferio Norte, no suele llover mucho. Es mes seco, cénit del verano. Por eso, cuando se oye a alguien decir “va a llover”, todos suspiramos con esperanza. Pues precisamente con este esperanzador anuncio comienza el poema “Agosto”, que el mexicano Jaime Torres Bodet nos regala.
En él se desencadenan emociones, porque parece que va a llover, que enlazan al río cantarín con el viento lenguaraz, mientras inspeccionan el bosque sediento.
Para Jaime Torres, el río era una cadena alimentada por la lluvia, que iba añadiendo eslabones según caía sobre la cuenca. Y el llover anunciado le impelía a escribir sus versos. Tanto, que hemos localizado tres poemas suyos con el río como leitmotiv.
En todos emerge al final su profundo desaliento al recorrer la cadena de la vida que representa el río. Ese desasosiego que, según nos acercamos a la desembocadura, va agostando el ensueño. Porque solo podemos anunciar que va a llover cuando estamos vivos y tenemos esperanza. Pero después de la precipitación, el agua se va por el río para no volver, como el tiempo y la vida que se escapa lentamente por el cauce.
En la poesía de Torres, se oye llover melancolía y esa lluvia le provoca una angustia que le llevó a la nada. Por eso sus versos de hoy acaban lamentando la soledad del corazón sin nido. Y en este misterio insondable de la vida encontró el poeta la fuente de inspiración de su río vital
Dejemos a Jaime en su morada postrera, donde ya no hay misterio, viendo llover desde arriba mientras suenan los versos de Goethe, mientras la estrella vespertina se dispone a fulgurar tras el crepúsculo.
Él recorrió el río de su vida, vio y oyó llover y exclamó:
He vivido, ¡he vivido!… Y voy, como la estrella
a perderte en el mar de un alba silenciosa.
Lorenzo Correa
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