Acogemos hoy en nuestra biblioteca poética un poema de amor. Y lo hacemos, como siempre, por su calidad indiscutible y porque en él, el agua se erige en protagonista.
Su autor, Leopoldo de Luis, conecta poéticamente con un atributo esencial de las aguas: sus generosas gracias. Y lo hace reflejando en ellas el amor. Ese amor que fluye como un río de emociones, aunque también, a veces huye por el primer resquicio abierto en la confianza del amante.
Así lo hacen las generosas aguas cuando algo resquebraja el depósito que las contiene. Su atributo solidario las obliga a huir hacia continentes más confiables.
Leopoldo vivió en épocas muy duras para sus coetáneos, como fueron las de la guerra civil española. En ella perecieron almas generosas, arrastradas por las turbias aguas del conflicto fraternal. Por fortuna, el poeta sobrevivió. Y quizás logró que su alma también sobreviviera gracias a las enseñanzas vitales, por poéticas, de sus maestros. Machado, Lorca y Miguel Hernández, dejaron sus vidas, generosas en poesía, en los años dramáticos.
Y otros maestros como León Felipe, Alberti , Prados o Altolaguirre, tuvieron que huir de España entre el flujo de las turbias y revueltas aguas de la guerra. Leopoldo resistió en su húmeda tierra, que grabó indelebles sus generosas huellas. Y pasó del Quinto Regimiento al campo de prisioneros, para acabar su periplo militar en la Legión Española. Fue el cantor de la llanura que glosó al amor y al dolor
Apasionante periplo vital para un poeta. Afortunadamente, sus versos de hoy y de siempre son más de amor que de doler. Y los derrama con sus aguas tan generosas como encendidas por la arena de la vida, modelando la arcilla de la que estamos hechos los humanos.
Esa es su ofrenda, la que, como el agua una vez más, nos ha dejado. Desde el fondo de su alma, sus veros destilan amor y generosas aguas de concordia. Léamoslos con atención y tengámosle siempre en el recuerdo
Lorenzo Correa
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