20% de arrecifes de corales ya destruidos ¿Será el microplástico la salvación?


 

150 millones de toneladas de plástico habitan en los océanos. Y pululan entre los corales de los arrecifes. Son el equivalente a mil pirámides de Keops. Si esos plásticos estuvieran uniformemente repartidos por la superficie oceánica y todos flotaran en la superficie marina, ocuparían el mismo espacio que ocho mil pirámides de las dimensiones de la antes citada.

Es difícil imaginar cuánto plástico yace en el mar. Quizás la imagen de mil pirámides como la más grande de todas lo aclare. Porque eso es lo que hay. Sin embargo, no todo es plástico visible y flotante. Porque una gran parte está sumergido en forma de microplástico. Infinidad de  micropirámides invisibles que yacen bajo la superficie del océano.

Preocupa el problema y se trabaja son descanso por encontrar una solución que permita que el futuro del agua no tenga que estar, además, ensombrecido por esta realidad. Porque bastantes problemas hay ya, como para no luchar por ir resolviendo algunos cuanto antes.

Para que un problema global se resuelva, lo primero que hay que hacer es que su “enunciado” le suene a la gente. Solo identificando una palabra con ese problema, las cosas comienzan a moverse hacia el lado bueno. En este caso, en el mundo hispano parlante , ya se ha conseguido. Porque la voz “microplástico” fue elegida el año pasado como “palabra del año”, por la Fundación del Español Urgente (FUNDÉU), organismo impulsado por la Agencia Efe y el banco español BBVA

Esto significa que la preocupación por el futuro del agua, ya incluye un apartado con el título de “microplástico”. Y que cada vez se emiten y publican más noticias y opiniones sobre estos pequeños fragmentos de plástico. Por eso, ya forman parte del presente del agua y de su lenguaje cotidiano. En agua flotan. Y allí se convierten en una de las principales amenazas ambientales del futuro, aunque también de  nuestra salud.

Así pues, la utilización masiva de la voz microplástico para designar al objeto responsable de un problema del futuro del agua, del medio y del hombre, ha calado en nuestra conciencia. Todos la pronunciamos a menudo. Ya forma parte de nuestro lenguaje cotidiano. Lo hacemos con miedo, pero también con algo de esperanza.

El reto de futuro respecto al nocivo efecto del microplástico, es el de encontrar una o varias soluciones que garanticen la desaparición del problema actual. Ahí está la esperanza. ¿Qué puede aglutinar pequeños fragmentos de plástico inferiores a 5 mm? ¿Cómo se puede extraer del agua con eficiencia y eficacia?

La respuesta lógica sería encontrar un filtro no contaminante que evitara que lleguen más a donde ahora están. Ya nos referimos aquí a que ese filtro podría ser el moco de medusa.

¿Y el miedo? Por ejemplo, en el efecto letal que sobre los corales, que también los comen, puede producir la ingesta de estos productos.

El mar está repleto de restos de ropa sintética, envases, botellas, bolsas y cosméticos. Todos ellos se degradan y liberan microplásticos. Y algunos corales, se los comen.

Estos animalitos se aferran a los arrecifes o a las rocas de los fondos marinos. Y con sus tentáculos, se alimentan. Casi todos necesitan ingerir una buena ración de algas para mantener sus energías, aunque también devoran todo lo que se mueve y se pone al alcance de sus brazos

Además, viven asociados con microscópicos dinoflagelados, a los que acogen y cobijan bajo su tejido. Para agradecerles la acogida, producen azúcares a partir de la fotosíntesis, devolviendo en forma de alimento el favor que les hacen al hospedarlos

Ya tenemos definido el hábitat coralino. Los imaginamos envueltos por las aguas marinas, recibiendo un flujo continuo de zooplancton. Y sacando de ahí las proteínas contenidas en aguas frías que llegan a sus arrecifes tropicales. Y así absorben nutrientes a través de sus tejidos (compuestos nitrogenados ácidos grasos, aminoácidos y vitaminas), y además el azúcar de sus huéspedes. Con ese alimento, son capaces de calcificarse en el arrecife y llegar a producir 12 kg de CaCO3 por m² y año.

Así han vivido hasta ahora. Pero en nuestros días, como sabemos, la temperatura del agua del mar se eleva sin remisión, por lo que la tranquila supervivencia del coral está amenazada. Y esa amenaza se incrementa, porque los corales están comiendo su comida de siempre, pero con microplásticos. Porque les gustan. El problema no es que se los coman, sino que les sienten bien.

En su cotidiana absorción del flujo nutritivo va incluida una buena ración de plástico, que los corales se tragan pensando que son nutrientes. Tenemos un buen problema, que los científicos de la Universidad de Washington han analizado a fondo. Y el fruto de sus experimentos sobre la ingesta de plástico en corales, acaba de ser divulgado.

Parece que queda claro que a los corales no les gusta el microplástico sin que se mezcle con algo más sabroso. Solo, no lo quieren.  Pero mezclado según con qué, sí lo aceptan en su dieta. Para los interesados en conocer los detalles, el estudio se ha publicado a primeros de diciembre de 2019 en la revista Scientific Reports.

La premisa inicial, es obvia. «Cuanto más plástico usamos, más microplásticos hay en el mar y más corales estarán expuestos». Cierto es que algunas especies no los ingieren, según demuestra el estudio. Pero hay muchas que sí lo hacen, aumentando así su riesgo de extinción con un factor a añadir a los derivados del aumento de temperatura del agua.

El miedo, sí. Inducido por amenazas locales y globales. Conocemos los factores locales que afectan a su supervivencia: urbanización de la costa, vertidos de aguas residuales o del drenaje de aguas pluviales. Dragado, pesca con dinamita, o excesiva. Anclaje de barcos y extracción con fines comerciales o simplemente por llevarse un recuerdo de un día de buceo. O aportar materia prima a los acuarios y utilizarlos para hacer joyas.

Exceso de nutrientes procedente de la agricultura (nitrógeno y fósforo), que a menudo hacen proliferar algas “asesinas”. Además, vertidos tóxicos de metales, productos químicos orgánicos y pesticidas.  Y los residuos de protectores solares, en zonas muy turísticas.

Los efectos acumulados de estos factores de estrés pueden reducir la resistencia general de los arrecifes y aumentar la sensibilidad a las enfermedades y las especies invasoras.

También sabemos cuáles son las amenazas globales. La ya aludida del incremento de la temperatura del océano, y las modificaciones en sus características químicas, al haber cada vez más dióxido de carbono en las aguas marinas.

Ya se está produciendo un resultado visible: el blanqueamiento coralino. La elevada temperatura del agua afecta a las algas microscópicas que ingieren. Y al no comerlas, empalidecen, porque sin estas algas, emerge el color blanco del carbonato de calcio de los pólipos. Cuanto más pálidos más vulnerables. Están enfermos.

Añadamos a esta amenaza real la de la acidificación, de la que ya hemos tratado aquí. Al haber más CO2 en la atmósfera, el agua marina lo capta más. Y reacciona formando ácido carbónico, que aumenta la acidez. Como consecuencia, se reduce la disponibilidad de las sales y los iones disueltos que los corales necesitan para formar la estructura de carbonato de calcio y sus esqueletos pueden llegar a disolverse.

La realidad es que el 20 % de los arrecifes ya han sido destruidos y no muestran síntomas de recuperación Y que el 24% están en riesgo inminente de colapso debido a la presión humana que acabamos de relatar.

Y bien, ¿qué ocurre si a estas amenazas le añadimos la ingesta de microplásticos? La Universidad de Washington, nos lo cuenta.

La investigación es apasionante, porque se centra en uno de los ecosistemas más diversos que existen. Porque los arrecifes coralinos acogen entre 600.000 y 9 millones de especies. Y de sus visitantes, solo conocemos a un 10%, entre los que se encuentran los peces, gasterópodos, bivalvos, crustáceos decápodos y equinodermos.

Los investigadores han comprobado empíricamente lo que ocurre con dos especies diferentes de corales duros:  la   Pocillopora damicornis, también conocida como el coral constructor de arrecifes o coral coliflor y la Montipora capitatae,  o coral de arroz.  Y resultó que el primero tenía más probabilidades de ingerir microplásticos durante los experimentos del equipo. En cualquier caso, los experimentos se realizaron con aguas más cálidas de lo habitual. Así se pretende averiguar si los corales comen más microplásticos cuanto más cálida sea el agua, como parece asegurar la tendencia actual.

A mayor temperatura del agua, mayor estrés coralino. Y un coral estresado, rompe la simbiosis con las algas energéticas que ya conocemos. Y sobreviene el blanqueamiento y la muerte.

Afortunadamente, los experimentos demuestran también que algunos corales se han adaptado al blanqueo y no se enferman. Porque eligen para comer un zooplancton energético “ad hoc”. Como su tamaño es muy similar al de los microplásticos, surgió la duda de si estarían ingiriéndolos sin generarles efectos negativos.

Sin embargo, otros, cuando dejan de comer sus algas de siempre por el aumento de la temperatura, ingieren zooplancton rico en microplásticos. Y este es, para ellos, un factor estresante extra. No acaba con ellos, pero los debilita mucho. Y eso repercute también en su reproducción, además de en su crecimiento. Acotamos el miedo , gracias a los investigadores, a tener corales más débiles y menos numerosos.

Describamos brevemente el experimento realizado: de dos especies de corales de Hawai, se expone la mitad a aguas más cálidas durante varias semanas. Así se les provocaba estrés  y blanqueamiento. La otra mitad seguía con su nutrición convencional. A continuación se alimentaba a corales de las dos mitades de cuatro formas. Solo con microplásticos; solo con un tipo de zooplancton; con microplásticos y zooplancton; o con nada especuial.

Resultados:

  • los corales sumergidos en aguas muy cálidas, comieron mucho menos que sus colegas que gozaban de aguas más frías
  • Una de las dos especies, consumió microplásticos solo acompañados de
  • Ninguna de las especies de coral comió microplásticos solos.

El enigma reside en que los investigadores no saben por qué una especie de coral comió microplásticos mezclados con otros alimentos, pero los rechazó cuando eran lo único que había para comer. ¿Sabrán reconocer plásticos cuando solo están presentes ellos?  ¿O será que el tipo de plástico que se les suministró no les gustaba? Ahora el reto es darles otro tipo, el que lleva la ropa, y ver qué sucede

Desgraciadamente, hay material de sobra en el océano para seguir experimentando. Se manejan cifras de entre 15 y 51 billones de partículas. Y lo peor, es que se multiplicarán por diez en solo cinco años

Mientras tanto, solo quedan algunas opciones:

  • Consumir cada vez menos,
  • Reciclar, si es posible, cada vez más
  • Seguir investigando.
  • Voluntad política
  • Presupuestos destinados al efecto.
  • Definir claramente quien lo paga

Para combatir el miedo y darle cancha a la esperanza, la investigación en marcha debe aclarar a dónde va el plástico, dónde se queda, quién lo maneja y cómo puede reutilizarse. A ver si entre el coral y las medusas, despejamos los nubarrones de ese futuro, que también es el futuro del agua. Y del coral y sus joyas tan atractivas.

Lorenzo Correa

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