El carbón fue durante siglos el mejor combustible. Por eso, encontrar un filón para poder extraerlo, era todo un acontecimiento para los residentes cercanos a la mina. Si, además, la veta era de buena calidad y generoso volumen, la felicidad era completa. Pero no todo era beneficioso en su proceso de extracción. Porque las aguas del entorno de la mina, bajaban negras.
En la España de la posguerra civil, José Luis Sáenz de Heredia realizó una película con este título. Lo ambientó Asturias, porque allí siempre ha habido carbón y porque era la adaptación de una novela de Armando Palacio Valdés, “La aldea perdida” que allí se desarrollaba. Además de la trama melodramática de la película, en ella se planteaba otra paralela y quizás menos vistosa en aquellos tiempos.
Era el conflicto que en el siglo XX se planteó entre la bucólica región original y la nueva región minera. Porque la mina suponía talas de bosques, explosiones que enloquecían al ganado y vertidos de carbón que ennegrecían las aguas. Y es que lo natural sucumbe, casi siempre, al progreso.
El dilema planteado, es el que hoy nos sirve para inspirarnos en este artículo: ¿La defensa del entorno supone siempre la oposición al cambio que conlleva el progreso?
En la mayoría de las regiones europeas donde el carbón supuso el progreso, hoy ya no se explota este mineral. Las aguas ya no bajan turbias en sus ríos. Pero en Polonia, todavía sí
Porque Polonia siempre ha usado carbón para producir su energía y lo ha exportado tanto como ha podido. De ahí la histórica importancia de la cuenca minera de la región de Silesia, en la que se concentran la mayoría de las minas. Aunque en su capital, Katowice se celebrara el año pasado la Cumbre del Clima, el humo negro de las chimeneas de carbón impregna el aire de la región.
No en vano, la mina más antigua, la de Bolesław Śmiały, cerca de Gliwice, lleva casi 250 años en explotación. Y aunque hoy es una de las menos importantes del país, aún produce alrededor de 1,5 millones de toneladas anuales de carbón y da trabajo a 2.000 personas. Como en la aldea asturiana, el progreso es la mina. Y la única forma de vida para muchos de sus habitantes.
El paisaje polaco, como el asturiano, ha cambiado con las explotaciones mineras. Y surge la misma inquietante duda: ¿defender el entorno es oponerse al progreso? Si miramos a nuestro alrededor, veremos por doquier cerros de carbón, extensas redes de canalización y vías de ferrocarril. Hay que descender 1.300 m para llegar al fondo de la mina. El subsuelo está surcado por decenas de kilómetros de túneles. Y el agua, superficial o subterránea, está continuamente “tocando” carbón. E impregnándose de su negro color y de otras cosas peores, como la salinidad.
¿Para qué tanto carbón? Para tener energía eléctrica en casi el 80% de los hogares polacos. Porque en Polonia no hay parques eólicos que mutilen a las aves de paso, ni paneles fotovoltaicos que alteren la uniformidad de los cultivos de centeno, trigo, cebada y avena. Ni los de remolacha, patatas y manzanas, fresas, grosella, colza, linaza y tabaco. Esos solo luchan contra el frío y la sequía. Pero el paisaje rural tradicional, solo es alterado por las minas. Y el aire y el agua, también.
La importancia económica del carbón es enorme. Por eso, los políticos se preocupan de su presente y de su futuro. Solo tres empresas mineras privadas, en las que también el estado posee acciones, manejan el carbón polaco. Por eso los beneficios se reparten entre los accionistas privados y la administración pública. Pero por eso también, cuando alguna explotación no es rentable, la movilización social impide cerrarla. Porque el coste político sería inasumible. En estos casos, la calidad del agua, del aire y del paisaje, admiten su derrota ante la presión social. Como en la película, eso es el progreso.
Pero hay otra parte de la sociedad, que se moviliza por el paisaje, el aire y el agua limpias. Es la que teme la subsidiencia del terreno cuando las explotaciones se hacen cada vez más profundas. O la contaminación del agua potable. Porque el agua que entra en las galerías o cae sobre los cerros de carbón cuando llueve, es la que abastece a un tercio de la población de Silesia. También es la que quiere que sus hijos respiren mejor.
Así las cosas, se impone, en el siglo XXI, la transición hacia un mix energético más sostenible. Para sacar al país de las estadísticas negras. Y es que hoy en día, 33 de las 50 ciudades más contaminadas de Europa, están en Polonia. Además, cada vez será más difícil retrasar por parte de los países productores de carbón, la designación de una fecha consensuada para que la economía europea se libere de emisiones de CO₂.
Mientras tanto, los planes del gobierno son los de ampliar las prospecciones mineras y por ello, la extracción de más carbón. Sin embargo, afortunadamente, ya se está movilizando la tecnología para depurar el agua salobre de la mina. Y se hace a través del proyecto ZERO BRINE. Su objetivo es reducir el consumo de energía en el proceso de extracción a la mitad, mediante la desalinización de las salmueras.
Este proyecto se ramifica en cuatro países, y en cada uno de ellos se investiga sobre una forma de reutilización industrial diferente: Desde una potabilizadora con nanofiltración, cristalización e intercambio iónico en Holanda a una desalobradora en nuestra mina de carbón de Bolesław Śmiały en Polonia, con ósmosis inversa y electrodiálisis. Sin olvidar una planta de sílice en España con evaporación de alimentación directa, y una planta textil en Turquía con intercambio iónico y oxidación.
En Polonia, la desalobradora piloto reduce el consumo de 44 kW/h por cada metro cúbico de agua, a la mitad. Recuperando la sal y el hidróxido de magnesio. Si funciona, la solución se exportará al resto de las explotaciones mineras.
De esta forma, se habrá eliminado el agua salobre de las galerías que antes se vertía al río o al mar. Y, una vez separada de su sal, se explotará comercialmente como agua embotellada apta para el consumo. Será la marca comercial AGUA CO@L
Tan buenas noticias, se empañan por las que llegan del otro lado. Una es que la Directiva Marco del Agua permite verter aguas residuales en “tramos cortos” de ríos. Y así se está haciendo de manera legal. Por eso, muchos ríos polacos afectados por vertidos de minas el límite de 1 g/L de cloruros.
Ante esta situación, la sociedad afectada contraataca. La organización ClientEarth, se presenta en público así: “Somos la organización benéfica pionera en derecho ambiental de Europa. Llevamos a los gobiernos a los tribunales y ganamos. Obligamos a las industrias contaminantes a cerrar. Protegemos hábitats insustituibles y especies vulnerables”.
Y haciendo honor a esta declaración de principios, interpuso demanda contra la central eléctrica polaca mayor de Europa, la de Belchatów, con el aliento unánime del Partido Verde. Éste, además, propone la eliminación del carbón para 2035. Lo cierto es que la central emite cada año tanto CO₂ como Nueva Zelanda. Además, usa carbón bituminoso, que es uno de los que más contamina.
Pero la semana pasada, en las elecciones polacas, volvió a ganar el Partido Ley y Justicia, con el 43,8% de los votos. Y podrá seguir gobernando en solitario, con su primer ministro Morawiecki, de Katowice, muy ligado al potente sindicato minero de Silesia.
El futuro de este asunto, que es también el futuro del agua en Polonia, es confuso tras la reafirmación por los votos en el poder del partido ganador. Antes de las elecciones, prometieron reducir la dependencia del carbón a la mitad para dentro de 30 años. E incluso en algún mitin, eliminar las emisiones también. Sabían que a los polacos les preocupan al máximo las afecciones derivadas del calentamiento global.
Sin embargo, otros miembros del gobierno advierten que para lograrlo se necesitarán casi mil millones de euros. Ya sabemos que depurar, es cosa de bombas y eso cuesta mucho dinero. Sobre todo, a los que tiene que pagarlo. Por lo tanto, la postura ecléctica que se supone seguirá ahora el gobierno será, según contaba el diario El País recientemente, la de aumentar progresivamente el peso de las renovables en su mix energético hasta que estas supongan el 21% en 2030. También aprobarán una ley especial que permitirá la aprobación de proyectos mineros sin contar con el visto bueno de las autoridades locales, en la práctica un salvoconducto para agilizar las licencias”.
En cualquier caso, Polonia debe acometer enormes cambios en su sector energético nacional. Si dejara de consumir carbón, debería adquirir el gas ruso. Y los polacos no lo ven nada bien. Sería desnudar a un santo para vestir a otro. Y la rueda de la economía, que aumenta sin para su velocidad, no se puede detener. Otra vez el dilema progreso- defensa del entorno, mientras las aguas siguen bajando negras.
Los polacos ven en el carbón una seña de identidad nacional. Es su carbón. Y además es más barato que otros combustibles. Por otra parte, es el pan de los mineros y sus familias ¿Quién se atreverá a quitárselo? Son 170.000 personas las que dependen directamente de él. Y sus familias. Prácticamente, toda Silesia.
Además, el tintiniano “stock de coque” es tan enorme que daría para dar energía al país durante siglo y medio. Pero a los países ricos de la UE, no les gusta. Y exigen cuanto antes la reducción de emisiones de CO₂.
Las espadas están en todo lo alto y más con la continuación del gobierno anterior. Y se reafirma la postura mantenida por el presidente de la nación en última Cumbre del Clima de la ONU: “tenemos derecho a usar nuestras fuentes de energía”.
El futuro del agua polaco también está en juego. Y la partida es complicada. Habrá sin duda, enormes manifestaciones, la diplomacia tendrá que trabajar muy duro. Y, como siempre, la UE tendrá que suministrar dinero si no quiere carbón. Esa será, quizás, la mejor manera de garantizar que las aguas no bajen negras en Polonia.
Lorenzo Correa
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