Diáfana y purísima gota de agua. Tzántzico Vinueza


 

Desde Guayaquil, nos llega purísima y diáfana el agua que admiraba y temía nuestro poeta de guardia de esta semana. Es el ecuatoriano Humberto Vinueza. Uno de los grandes en la poesía del Ecuador contemporáneo.

“Diáfana gotea el agua” es su corto pero intenso poema. Vinueza apela a la diafanidad del agua para reflexionar hasta el fondo en un tema tan esencial para la condición humana como es el de la memoria. Porque el agua, como la memoria, cuanto más limpia está, mejor deja pasar la luz. La que nos presenta nítidamente los recuerdos y, a veces, nos permite lavarlos con el agua que los traspasa y los refresca.

Lento e inexorable goteo del tiempo. Generador de diáfana atmósfera, a veces indicadora de lo que vendrá. Como el agua, hoy limpia, pero mañana turbia por los jirones del terreno que arranca en su ciclo vital. Gotas de agua diáfana que se convierten, por mor de la climatología (¡de la vida) en turbia sangre del terreno erosionado.

Como escribió el evangelista al referirse al corazón espinado, de él, «al punto sale sangre y agua” (Jn,19,31ss). La sangre que simboliza la vida que se entrega y el agua que manifiesta el espíritu que se dona.

De eso nos habla la diáfana gota de agua de Humberto Vinueza. El poeta que integró el Movimiento Tzántzico, que toma su nombre de los reductores de cabezas, los jibaros.  Quisieron que la luz pasara sin obstáculos a través del agua del tradicionalismo, y de la cultura aburguesada. Lavar el degradado aspecto de la literatura de su época.

Encoger el dogma, como los jíbaros las Cabezas. Escribir para todos y divulgarlo entre todos. Para eso necesitaban el agua diáfana. Para conformar vanguardias literarias. Aunque luego, como siempre ocurre, las aguas volvieran a discurrir a veces por el cauce de la vida con turbiedades de sangre

Lorenzo Correa

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