En los Países Bajos no hay víctimas por inundaciones desde 1953. ¿Cómo lo hacen?


Los Países Bajos, son un lugar lleno de encantos. Conocidos por sus tulipanes, quesos y bicicletas, es un entorno poblado por gente amable. Y todos hablan inglés. El agua (dulce y salada), es una invitada permanente y por ello, es la auténtica protagonista de la vida cotidiana del país. Imprescindible para las flores y temible cuando no para de caer del cielo.

Por eso los neerlandeses se han preocupado mucho de preservar su escasa superficie nacional de las inundaciones. Y han realizado enormes gestas protagonizadas por obras hidráulicas de protección. Los Países Bajos y el agua son una pareja ligada por lazos indisolubles. Porque por cada día de sol, hay tres en los que el paraguas o el impermeable son imprescindibles.

Lamidos por el mar, con casi 2.000 km de costa, el agua no es solo salada. Sus tierras están surcadas de acequias, cauces, canales, lagunas, lagos y ríos. Por doquier el viajero encontrará molinos, estaciones de bombeo, pólderes y diques. Porque un tercio del país está bajo el nivel del mar.

Por eso los neerlandeses aprenden constantemente cómo defenderlo de las aguas. A veces ganan y a veces pierden. Pero nunca bajan la guardia y así, acumulan experiencia. De ello dan fe las faraónicas obras hidráulicas de los últimos siglos. Con la guinda del pastel, el Plan Delta.

El paradigma es el IHE, Delft Institute for Water Education. Es la universidad del agua más grande del mundo, ubicada en la hidráulica ciudad de Delft. En ella se han graduado y doctorado, desde 1957, más de 23,000 profesionales del agua de casi 200 países en vías de desarrollo.

Tanto saben del agua en los Países Bajos, que disponen de un embajador mundial. Se llama Henry Ovnik. Y el gobierno le paga para que haga de altavoz y maestro de los logros hidráulicos nacionales. Entre ellos, la gestión del drenaje de aguas pluviales y de las inundaciones. Condensa en su cargo toda la enorme experiencia neerlandesa en este ámbito.

Trabaja bastante, porque asesora a una gran variedad de instituciones y países. Desde la ONU, hasta 35 países del mundo. Solo en EEUU, está vinculado con 12 ciudades. Y todas quieren ser “smart”.

Nos interesa conocer el trabajo de Ovnik. Porque a un diplomático se le supone la capacidad de escuchar. Y la empatía. Y ya sabemos que de ahí viene la confianza, porque es una actividad seductora. ¿Conocen ustedes en sus respectivos países algún embajador cuyo menester sea similar al de el buen Ovnik de Holanda?

La carta de presentación del embajador cuando es llamado a lugares donde hay problemas, es muy impactante. No ha habido ni una sola víctima por culpa de la inundación en su país desde 1953.

A partir de ahí, empiezan las preguntas. Lo normal es que la primera sea relativa a lo que cuesta mantener ese bendito récord.  La respuesta es que más de mil millones de dólares anuales. Con ello se mantienen las medidas de protección, defensa y aviso existentes. Algunas tan impactantes como la barrera de mareas de Maeslantkering en Nieuwe Waterweg.

DeltaWorks Online – Eszter Simonfi

Es importante saber que, sin presupuestos públicos aplicados con continuidad en el tiempo, para evitar riesgos, solo queda rezar. Países Bajos han optado por invertir, mantener, prevenir y aprender. Y parece que les va bien. Porque además de defenderse mejor, exportan su aprendizaje y consiguen divisas para reducir la factura. Además, dan trabajo a sus habitantes e imagen positiva al país. En estos tiempos tan críticos, el fantasma del cambio climático alarma y hasta aterra a muchos gestores del agua. Por eso, allí llevan años invirtiendo para no tener tanto miedo.

Veamos el ejemplo de Rotterdam. En su área metropolitana residen más de tres millones de personas, incluyendo el núcleo urbano.  Su puerto, entre 1962 y 2004 estuvo considerado el puerto más grande del mundo, lugar ocupado hoy por el puerto de Shanghai. Hoy en día, es uno de los puertos más importantes de Europa y  el cuarto del mundo en cuanto al transito de toneladas de mercancía. Bienes y vidas defendibles, hay bastantes. Pero la ciudad está por debajo del nivel del mar. Y ya no se inunda. Eso cuesta $1.000 millones al año.

El riesgo de inundación de los Países Bajos es comparable al de algunas ciudades de Norteamérica cuando llega el huracán de otoño. Todos recordamos las secuelas del Katrina en Nueva Orleans en el año 2005. Reparar los destrozos costó $ 150 mil millones. Y hubo que lamentar la pérdida de 1800 vidas humanas

Siete años más tarde, en 2012, Sandy les costó la vida a 70 personas en el Caribe, 147 en EEUU y 2 en Canadá. Y Reparar sus desperfectos costó $ 70 mil millones. Hace dos años, Harvey en Houston, tuvo un coste humano de 50 muertos.

Nada de esto ocurre en Países Bajos desde que en 1953 las nubes del mar del Norte provocaron lluvias torrenciales que arrasaron el suroeste del estado. Todos los elementos de contención y defensa cedieron al agua desatada. Murieron 2.000 personas. Pero fue la última vez. Y ya hace 66 años. Mucho hay que aprender de cómo se ha conseguido, pues los Países Bajos son una de las naciones más densamente pobladas de la Tierra.

¿Qué han hecho los neerlandeses? Algo muy sencillo o muy difícil. Lo primero, destinar presupuestos a planificar y gestionar el drenaje de las aguas pluviales. Con dinero, todo es más fácil, por supuesto. Pero también hay que aprender del desastre y actuar para que los fallos detectados no se vuelvan a producir. En eso es en lo que hay que gastar el dinero.

Lo normal es que, tras el desastre, todo el mundo haga una piña y comience a reparar los daños causados. Es necesario, pero no suficiente. Destinar presupuestos sólo a reparaciones también. Partiendo de la base de que el próximo desastre llegará, porque eso es inevitable, además, hay que fijar un objetivo de futuro. Y definir la solución a la que se quiere llegar para que en igualdad de condiciones las secuelas sean nulas o, en todo caso, menores la próxima vez. Además de reparar este desastre, evitar el próximo. Son dos trabajos consecutivos. Y el dinero debe llegar para los dos.

Hay que tener en cuenta que todo lo que arrasan las aguas ha sido construido por el ser humano.  Nunca debe olvidarse. No es la naturaleza, es el ser humano el que ha modificado el terreno que se inunda. Por ello, debe aprender y actuar para evitarlo.

En Rotterdam en el Mosa y en el Rin, como en Greenwich en la desembocadura del Támesis, se hizo una gran barrera. Sus dos compuertas tienen, cada una, la misma superficie en planta que la torre Eiffel. Así se protege el súper puerto. Una cierra el paso a la marea que penetra por el Rin y la otra defiende la ciudad del Mosa. Costaron $ 500 millones. Y solo se han usado un par de veces. Pero comparen con los costes del Katrina y de Sandy. Sale a cuenta, sin duda.

El diseño de las obras de protección es, en principio, caro. Porque protegen los bienes defendibles y la personas para períodos de retorno de las borrascas de 1/10.000. Pero la experiencia demuestra que en realidad son costosas, no caras. El hecho de que no haya habido ni una víctima en 66 años, es suficiente para convencer a los más escépticos.

Hay canchas de baloncesto que sirven como balsas de laminación de avenidas de reducido tamaño, pero con capacidad para retener 2000 m³ de agua de lluvia. Taludes vegetados en parques que en realidad están defendiendo centros comerciales. Canales de remo olímpico que también laminan caudales de avenida. Dunas artificiales que acogen un estacionamiento de vehículos en su interior y además, defienden poblaciones costeras de la fuerza de las olas en temporal. Son solo algunos ejemplos de medidas adecuadas para los fines previstos que tienen una función social cotidiana y unos objetivos claros cuando llega la tormenta.

Otra cuestión importantísima es el “diseño” de los ríos. En Países Bajos los cauces principales conducen las aguas de Francia y Alemania hasta el mar. Luego los neerlandeses reciben un agua que sus cuencas nacionales no producen Y deben ingeniárselas para que no les inunde.

Lo han hecho. Ha habido un cambio de paradigma. Del control de inundaciones, a las inundaciones controladas. De constreñir un cauce con márgenes rígidos y teóricamente inamovibles a devolver la elasticidad al cauce, controlando las zonas inundables para que se inunden sin afectar a terceros. Se trata de meter el agua que inunda lugares cuya protección es necesaria, en zonas en las que la inundación no produce daños.

Para ello, hay que elegir qué es lo que puede inundarse y lo que no. Reservar lugares para que las aguas los ocupen, se tranquilicen y se queden un tiempo hasta que la avenida haya pasado. En  Países Bajos a estos terrenos les llaman la “habitaciones del agua”. Porque son auténticos hoteles para los caudales sobrantes de los cauces en avenida.

Unos deben moverse de su sitio para que la mayoría conserve el suyo. Duro y difícil, sí. Pero peor es que todos se inunden. Y es el gobierno, que usa los argumentos de los planificadores del agua, quien pone las condiciones del traslado y quien elige lo que hay que preservar y lo que hay que dejar que se inunde. Se expropian terrenos y se ubica a los expropiados en cotas más elevadas, lo más cercanas posible de su anterior residencia.

En muchos casos, es duro, pero se hace por un buen fin. En EEUU, en 1968, se aprobó el Programa Nacional de Seguro contra Inundación, administrado por la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA). Gracias a él, los dueños e inquilinos de viviendas y propietarios de negocios disponen de un seguro contra inundaciones con el respaldo del gobierno federal. Hoy existen más de 4.6 millones de pólizas de seguro contra inundación y más de 20.000 comunidades participantes en todo el país, con coberturas de 773.000 millones de dólares.

Pero las aseguradoras de los desastres de la inundación están en bancarrota. En Holanda no tienen ese problema. Nadie destina una parte de sus impuestos a pagar desastres, que cada vez son más frecuentes y de peores consecuencias. Su dinero se usa para defenderse del desastre evitando que éste ocurra. Para prevenir en lugar de para responder.

Como siempre, aquí también, el problema más importante a resolver no es el de encontrar la mejor solución preventiva. Ni siquiera su coste. Lo más difícil es conseguir la confianza del cliente que paga en esa solución. Toca seducir. Argumentar el porqué de una solución preventiva. Sobre todo, si supone un cambio de criterios, técnicas y materiales para captar y gestionar el agua de lluvia.

Pero, ¿de qué sirve tener “mi” casa protegida si toda la ciudad está inundada y destruida?

En Hoboken, EEUU el embajador del agua de Holanda, ha logrado seducir a los vecinos. Una ciudad arrasada por el huracán, por primera vez va a adoptar las soluciones neerlandesas.

Al final, todo se reduce a elegir. O gastar el dinero en reconstruir y esperar al siguiente huracán, o, una vez reconstruido lo indispensable, gastar el dinero en prevenir. Cuestión de confianza. Y de diplomacia. A la gestión por la seducción.

Lorenzo Correa

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