Los satélites en nuestros días nos ayudan a vivir mejor. No nos dejan perdernos cuando vamos conduciendo o de excursión. Permiten que nos encuentren cuando nos extraviamos. Nos dejan seguir viendo nuestra serie favorita en la cadena doméstica, aunque estemos muy lejos de casa. Gracias a ellos, sabemos el tiempo que hará en cualquier lugar del mundo. También producen incesantemente datos para que los científicos puedan avanzar en sus investigaciones. Y espían a los que nos amenazan, además de ser una amenaza para quienes nos espían.
Estas son solo algunas maravillosas consecuencias derivadas de la presencia activa de los satélites, siempre orbitando sobre nuestras cabezas. Pero además también nos ayudan a conocer mejor nuestro planeta para que podamos planificar el futuro del agua.
Para ello, la NASA está destinando algunos de sus satélites a escudriñar a fondo el agua de la Tierra. Con los datos obtenidos y el tiempo suficiente para elaborarlos y aplicarlos, se generarán modelos de predicción de sequías e inundaciones. Pero también conoceremos cómo se mueven y proliferan las algas marinas o el comportamiento temporal y espacial de las lluvias. Además, el 40% de las precipitaciones anuales de nuestro planeta provienen de la evapotranspiración, que sucede cuando los árboles «exhalan» humedad a través de sus hojas. La niebla que esto crea puede ser vista por los satélites en el espacio exterior. Y medido su volumen de agua.
En resumen, los satélites, contestando a la pregunta del epígrafe, nos ayudarán al gestionar mejor el futuro del agua.
El número de satélites que giran alrededor de la tierra es elevado. La useña Red de Vigilancia Espacial se encarga de observarlos desde 1957 en su red de observatorios. Y de contabilizarlos, porque conocen cualquier artefacto volador con más de 10 cm de diámetro capaz de orbitar nuestro planeta. Dicen que en sus 62 años de vida han identificado más de 24.500. No están ahí siempre, porque la inmensa mayoría acaban desintegrados o divididos en pedacitos al acercarse demasiado a nuestra atmósfera.
Por su parte, la NASA afirma que en la actualidad hay unos 3.500 satélites artificiales operativos. De ellos 1.049 son de EEUU. Pero son 8.000 los artilugios que nos ven desde arriba, aunque muchos ya no están en activo o son basura espacial.
Los que están en servicio se dedican a recopilar datos de todo tipo: para previsiones meteorológicas, astronómicos, científicos, de espionaje militar, transmisiones televisivas, comunicaciones intercontinentales… y los datos del agua
Lo cierto es que tenemos información vía satélite desde que en 1957 los soviéticos pusieron en órbita el mítico Sputnik 1. El pionero estuvo un año girando alrededor de la Tierra a una velocidad de 32.000 km/h, hasta su desintegración. Pesaba 836 kg y gracias a su trabajo se pudo averiguar la densidad de iones existentes en la ionosfera.
Sin embargo, lo que hoy se estila en este ámbito, es lo pequeño. Los conocidos como “CubeSat”, son hexaedros regulares cuyo lado mide solo 4 pulgadas, (algo más de 10 cm), con algo más de un kilo de peso.
Su reducido tamaño les permite adosarse a un cohete lanza satélites, o a una lanzadera espacial, o bien orbitar solos. Ellos posibilitaron el despliegue del espectrómetro solar de rayos X en miniatura o permiten estudiar las erupciones solares. En cualquier caso, ayudan a los investigadores a disponer de un acceso al espacio relativamente sencillo y barato.
Por eso, con estas modernas herramientas, no es de extrañar que la NASA decidiera usarlos también para poder saber cuánta agua hay en la tierra. Y ahora, la cosecha de datos ya está dando sus frutos, a pesar de las innumerables dificultades que ha tenido el contabilizarla, por su mutación constante de sólido a líquido y vapor. Además de la que se queda en los árboles o se infiltra hacia el acuífero.
Ahora, la atmósfera terrestre se está calentando debido a los gases de efecto invernadero. Y las mediciones de datos satelitales se hacen más complicadas y lentas. Pero se van advirtiendo tendencias achacables al calentamiento global en cuanto a la manera de repartirse el agua sobre la Tierra.
Las tendencias están empezando a materializarse con claridad a medida que avanzamos en la era del cambio climático. Y los datos van configurando, cada vez con mayor nitidez, los picos de la frecuencia y magnitud de inundaciones y sequías. Conocer mejor esta distribución de frecuencias y el volumen de agua caído del cielo, en unos ámbitos cada vez más locales es fundamental para planificar el futuro. Tanto de las actuaciones de defensa y prevención contra inundaciones, como del conocimiento de la idoneidad de su capacidad de desagüe para futuros eventos extremos. Además, también permite planificar el tipo de cultivos más adaptados al nuevo entorno y sus dotaciones de riego.
Gracias a los satélites artificiales el futuro del agua se despeja. Porque nunca hasta ahora se había podido avanzar en el conocimiento real y en la prognosis. Para saber cuál es la distribución del agua alrededor del planeta. Y donde llueve o no llueve. También para conocer con qué frecuencia se dan episodios de lluvias extremas y su relación porcentual con las lluvias normales.
Y es que saber cuánta agua cae y en donde influye sobre la saturación de los suelos y sobre la escorrentía superficial. Conociendo mejor los tiempos de concentración, sabremos cuánto tiempo tarda en desbordarse un cauce desde que comienza la lluvia en su cuenca. Y podremos avanzar en el desarrollo de modelos predictivos que permitan avisar y poner a buen recaudo los bienes defendibles y sobre todo, las personas, cuando se avecina la gran tormenta. Además, podremos decidir dónde urbanizar y dónde no, en función de la definición de la zona inundable. Y qué mapas de inundación se van quedando obsoletos y deben ser reemplazados por otros más acordes con la realidad climática y urbanística.
Respecto al caso opuesto, las sequías, podremos conocer mejor, en función de su frecuencia, el comportamiento de la vegetación, la idoneidad de los embalses de laminación existentes y su capacidad de recuperación entre episodios de sequía.
Estas son muy buenas noticias para el futuro del agua, que equilibran el balance de la gestión. Porque de noticias malas, hay todos los días. Tantas, que parece que no hay nada bueno de lo que hablar. Afortunadamente, no es así y algunas vamos ofreciendo en estas páginas. Ya saben que nuestro producto estrella, lo que vendemos, es confianza en la gestión y en sus gestores.
Los de la NASA ya envían los datos de sus satélites y las mediciones en tierra efectuadas para que los expertos de la Evaluación Nacional del Clima de los Estados Unidos, las evalúen y las integren en sus informes anuales que resumen los impactos del cambio climático en EEUU en el presente y en el futuro. Lo hacen más de 300 expertos guiados por un Comité Consultivo Federal de 60 miembros que presentan sus resultados al público y a los expertos de las agencias federales y de la Academia Nacional de Ciencias.
Esta Evaluación Nacional del Clima recopila, integra y evalúa las observaciones e investigaciones enviadas desde todo el país, para saber qué está pasando y entender lo que significa para la supervivencia en el futuro. Y uno de los siete ámbitos incluidos en este informe, es el agua.
Además, se incluyen análisis de los impactos en salud humana, energía, transporte, agricultura, bosques y ecosistemas, así como sus interacciones entre sectores a nivel nacional. Y se aplica espacialmente a todas las regiones: Noreste, Sureste y Caribe, Medio-Oeste, Grandes Praderas, Suroeste, Noroeste, Alaska, Hawaii e islas del Pacífico, franja litoral, océanos y recursos marinos.
Actualmente, es el informe más completo sobre los efectos del cambio climático en EEUU.
En el cuarto informe, presentado a finales del año pasado, se detecta el aumento observado en eventos de lluvias extraordinarias. Desde 1958 hasta 2016, los episodios de lluvias intensas han aumentado en los estados del noreste en un 55%. En el caso del medio oeste en un 42%. Y en el del sureste, en un 27%. Por su parte, los estados occidentales presentan ligeros aumentos en este tipo de eventos, que podrían poner en entredicho la capacidad de laminación de sus cuencas para absorber caudales de avenida cuando se produzcan.
El dato más alarmante es que se ha producido un cambio en la distribución de las lluvias, lo que supone un incremento en las inundaciones, en lugares en los que las cuencas no están planificadas para absorber caudales de avenida nunca esperados hasta ahora. Mención especial en este ámbito merecen las grandes ciudades, que son cada vez más y cada vez más grandes.
Obras de paso (viaductos y puentes) y redes de drenaje de aguas pluviales, tiene todos los números para padecer las funestas consecuencias de estos vaticinios cimentados en los datos elaborados. Es el caso de Ellicott City en Maryland. Ya han padecido dos avenidas milenarias muy destructivas. En 2016 y en 2018.
El 27 de mayo de 2018, cayó la segunda milenaria en Ellicott. La que tiene una probabilidad de ocurrir de un 0,1% en un año cualquiera. Una serie de tormentas sucesivas En ese día, las tormentas eléctricas seguidas arrojaron más de 200 l/m² de lluvia en solo tres horas. Los tres cauces que confluyen en el centro urbano se desbordaron. Por la noche, se llegaron a recoger 300 l/m . El centro quedó devastado y hubo una víctima, que murió al intentar salvar a una mujer que se ahogaba.
La realidad es que en los últimos 30 años, los EEEUU se han gastado una media de $ 8.2 mil millones en daños anuales en paliar desastres derivados de inundaciones. Y la cifra crece año tras año. Las inundaciones de agosto de 2016 en Mississippi y Louisiana, dejaron unas pérdidas de $ 15 mil millones. Y que 13 millones de useños viven en zonas inundables para avenidas asociadas a períodos de retorno de cien años. Las que tienen una probabilidad del 1% de ocurrir en un año cualquiera.
Los científicos de la NASA utilizaron anillos de árboles para comprender las sequías pasadas y los modelos climáticos que incorporan datos de humedad del suelo para estimar el riesgo de sequía en el siglo XXI.
Dándole la vuelta a la moneda que siempre está en el aire, pasamos de la inundación a la sequía. El agua es así en la Tierra. Su distribución es aleatoria y difícil de predecir con certeza. Acabamos de ver cómo muchas cuencas recibirán más, si confiamos en las prognosis de los adalides del cambio climático. Pero en la otra cara de la moneda, están las cuencas que ganarán en aridez.
En este caso, también los satélites de la NASA nos muestran cómo hemos influido en los patrones globales de sequía durante el último siglo. Sus datos meteorológicos históricos se usan para dibujar mapas de sequía. Con la inestimable ayuda de la dendocronología. Este sistema, utilizado por los antropólogos, permite determinar la edad o antigüedad de la madera, a través del recuento de los dibujos de los anillos que marcan el crecimiento anual de los árboles. Porque en la historia del crecimiento del árbol quedan registrados los eventos climáticos, mecánico o antrópico que alteren su crecimiento.
Lo que ahora sabemos es que los anillos de los árboles disponen una «huella digital» de datos. Tienen una gran memoria en la que se guardan las pruebas de eventos pasados. En ella están las correspondientes a las épocas secas y húmedas. Y de ahí pueden obtenerse series climáticas y deducirse respuestas futuras a las emisiones de gases de efecto invernadero. Las primeras evidencias de un patrón de conducta en este sentido están fechadas a principios del siglo XX..
Pues bien, la «huella digital» nos señala el futuro de las sequías. Indica que extensas zonas de Asia se volverán más húmedas en respuesta a las emisiones de gases de efecto invernadero. Por el contrario, el suroeste de los EEUU, América Central y Europa se volverán más secos.
Comparando esta prognosis con los datos reales de los últimos cien años, se ha comprobado que el patrón de conducta deducido a principios el siglo XX, tendió a la baja a partir de 1950. Se supone que la causa fueron los altos niveles de contaminación atmosférica. Pero se recuperó en las últimas décadas y se está fortaleciendo.
Porque parece que vienen sequías preocupantes. Ya se anuncian para el sudoeste de EEUU «megadroughts» que durarán más de tres décadas, si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan aumentando siguiendo las tendencias actuales. Así lo refrendan 17 modelos climáticos diferentes. Todos, inexorablemente coinciden en que es probable que haya sequías más prolongadas e intensas en el futuro.
Los modelos que se están realizando gracias a los datos de los satélites, aseguran que el futuro del agua dulce estará protagonizado por grandes sequías que afectarán a la salud, la alimentación y el abastecimiento de agua a los seres vivos en unas zonas, mientras que las inundaciones harán lo mismo en otras. La ciencia de la NASA será fundamental para perfilar más estos pronósticos y para prepararse para enfrentarlos.
Como los satélites orbitan la tierra, la confianza orbita sobre los seres humanos. Y ya saben quiénes sigan estas páginas, que nosotros le damos mucha importancia a esa puesta en órbita. Por eso, no basta con elucidar todo lo que la NASA y los científicos están haciendo para mejorar el conocimiento de los futuros episodios de sequías e inundaciones. Luego hay que integrarlos en el super informe de Evaluación Nacional del Clima de los Estados Unidos. Y en ese punto, nos topamos con la muralla de la confianza. Porque al final, es el ciudadano quien se lo va a creer o no. Y solo se lo creerá si tiene confianza
Y leemos en la prensa la reacción del presidente Trump. Solo son cuatro palabras las que dicen que pronunció cuando le informaron de las conclusiones del informe. “No me lo creo«. Así se cargó en una frase las 1.656 páginas de un informe. El que detalla los devastadores efectos del cambio climático en la economía, la salud y el medio ambiente. Respaldado por 300 científicos de 13 agencias federales diferentes y hecho ley.
Queda mucho por hacer para integrar la confianza como una herramienta fundamental en el futuro del agua. Nosotros no cesamos de repetirlo. Con satélites, bien, pero con confianza, mejor
Lorenzo Correa
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