El pez en el río tiene una visión muy diferente de la nuestra. El humano mira el río desde fuera. Desde el margen o desde arriba cuando cruza un puente. Y su humana visión del río le hace reflexionar sobre muchas cosas. Sobre el agua y sus usos. También  sobre el pez y los suyos. Y no digamos sobre el cauce y la ribera. Aunque cuando desvía su visión hacia esas zonas que llaman de servidumbre y policía, imagina muchas cosas más. A veces, cómo podría restaurarlas. A veces cómo podría ocuparlas. Y en ocasiones, ambas cosas a la vez.

El pez ve, cuando al humano observa, lo que mostramos en nuestras fotos de hoy. Esa roca, que le sirve para resguardarse de los caudales de avenida. Esa ribera, que da sombra al agua y alivia sus calenturas veraniegas.  Esa agua transparente, que le invita a sumergirse y solazarse en su viaje.

Además, ese entorno fluvial lo alimenta cuando su estado es prístino. O mata al pez cuando los vertidos contaminan el agua. Cuestión de suerte.

Ya lo cantó Jaime Urrutia con Gabinete Caligari:

La suerte es como un pez,

que de sus manos resbaló

y como un plomo en el agua se hundió;

sin saber cómo en el agua se hundió

y allí reposa con otras suertes

con otras muchas suertes

que resbalaron como un pez

Cuántas suertes debe haber en el fondo del río, hundidas como un pez. Por eso a veces el río humano recibe la visita inesperada de un paseante que resbala y cae en él. Mala suerte, porque algunos hasta se ahogan. Y a su vez, los ríos también reciben la “visita” del ser humano, para extraer al pez o para impedir que campe a sus anchas en su hábitat. Y otras muchas veces, el humano consigue mejorar las condiciones de vida del pez.

Cuestión de suerte, que la suerte es como un pez.

Lorenzo Correa

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