Elba en Freiburg, humano río de Brahms, Hertz y Medelsshon


Elba, humano río, cuya cuenca se extiende por Polonia, Austria, la República Checa y Alemania. Acompaña cada día a millones de europeos, que admiran su majestuoso fluir desde la ribera. Sus ciudades comenzaron a crecer  gracias al comercio y muchas se convirtieron en magníficas urbes. Como Dresde, la “Florencia alemana”, o Magdeburgo.

Pero hoy nos vamos mucho  más aguas abajo, hasta llegar a la ciudad hanseática por excelencia: Hamburgo. Y seguimos hacia el mar, admirando en la humanidad del Elba en esos cien kilómetros navegables que discurren desde el hamburgués superpuerto, hasta la desembocadura en el mar del norte.

Cauce surcado por vikingos, que veían al río como la mejor forma de conquistar una ciudad. Y que por ello dieron al cauce un atributo temible, el de vía navegable guerrera. Afortunadamente con la creación de la Liga Hanseática, se complementó ese atributo por otro más humano, el comercial. Y Hamburgo y su hinterland crecieron entre canales  cruzados por dos mil puentes urbanos

Hoy el Elba, en su tramo final, se convierte en una vía muy utilizada por los seres humanos para trasladar sus mercancías y para viajar. Pasan sin cesar barcos de recreo, mercantes y enormes cruceros que conectan las emociones escandinavas de sus tripulantes, henchidas de naturaleza, con las musicales típicas de la segunda ciudad de Alemania, la Hamburgo de Bach, de Mendelsshon y de los Beatles.

Pero apartémonos un poco de la grandiosidad del cauce principal y su entorno urbano, industrial y portuario. Grandiosa, porque una cuenca ubérrima produce caudales medios de 700 m³/ s, en su tramo final. Y ellos permiten el paso de grandes buques. Dejémoslos ir, que ya saben a donde van. Salgamos del Elba y vayamos hacia los pueblos cercanos. Para ver sus sencillos y prácticos embarcaderos, que pueblan la llanura de inundación. Lejos del fragor de las dragas que en el cauce principal trabajan continuamente, para que el Elba pueda garantizar el correcto tránsito de barcos entre el mar y el puerto hamburgués.

Pero nosotros no hemos venido a ver esa magnificencia. Nos hemos quedado en Freiburg del Elba. Y allí hemos admirado la sencilla humanidad de su embarcadero y sus amarres para que cualquier barquito modesto pueda llegar sin problemas al restaurante o a casa y conectarse con la gran arteria fluvial del Elba. Cuando salgan de estos canales de acceso, cuidado con los cruceros. Son gigantes  y molinos de viento

Lorenzo Correa

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