¿Confías en la calidad del agua del grifo? La arriesgada elección entre analizadas y envasadas.


Una de las incertidumbres más preocupantes es la de qué tipo de aguas beber. ¿Grifo, fuente, manantial, mineral, carbonatada…? La oferta es amplia. Quien pueda pagárselo tiene donde elegir. En todos los casos, además del dinero, la calidad del agua es la clave para decidir. Y de ella se deduce la confianza. En el agua y en quien la envía a nuestros grifos. Casi nada. Científicos, técnicos, gestores y políticos son los artífices de la confianza. Y todos nosotros, que bebemos cada día, decidimos en función de la oferta. Además, influye nuestro poder adquisitivo y nuestra forma de ver el agua. Como fuente de salud o como manera de quitarnos la sed.

Por eso, la calidad del agua que usamos es tan relevante. Y en función de lo preocupados que estemos por ella, tendremos que interesarnos en saber lo que bebemos. Además, nuestro desasosiego puede proceder de la incidencia del agua bebida en la salud, o en el medio o en ambos.

Cuando de calidad tratamos, nos referimos al análisis experto de las características químicas, físicas, biológicas y radiológicas del agua. En este último aspecto, quizás el menos conocido, se trata de controlar los efluentes radiactivos que supongan un riesgo radiológico significativo en el agua. Pero en todos los casos, se trata de medir la condición del agua, en función de nuestros intereses. Porque los parámetros a analizar varían lógicamente si el propósito es uno u otro.

Si lo que queremos saber es la calidad del agua potable que bebemos, antes deberemos definir qué es un agua potable. Y será aquella que no tenga microorganismos patógenos, minerales o sustancias orgánicas que puedan producir efectos fisiológicos adversos. También debe ser estéticamente aceptable, sin turbidez, color ni olor. Y su sabor será siempre agradable. Solo así podremos ingerirla o usarla en el procesamiento de alimentos en cualquier cantidad, sin temor a efectos adversos sobre la salud. Entonces y solo entonces, beberemos agua de confianza.

Por eso, la máxima certeza, nos la darán aguas cuya calidad sea óptima para garantizar la salud y el bienestar de todo lo que esté en contacto con ella. De los seres vivos que la ingieren o usan y también del medio que la recibe una vez usada. Por eso, la calidad de una masa de agua es tan importante como la del agua potable, aunque las exigencias cualitativas y los parámetros medidos no sean los mismos.

Una buena opción para generar confianza en estos temas es conocer algo más lo que se mide. Entonces tendremos datos para confiar o no. La máxima confianza en un agua procede del conocimiento de lo que lleva dentro. Y son básicamente cuatro categorías:

  • Microorganismos (virus, bacterias y protozoos),
  • Contaminantes inorgánicos (sales, metales, gas),
  • Productos químicos orgánicos (efluentes industriales y farmacéuticos) y
  • Radionúclidos.

La legislación de cada país regula los límites de las sustancias que se consideren oportuno medir en cada categoría y las técnicas para medirlos.

Por lo tanto, cuantos más parámetros de los  antes citados se puedan medir con precisión, más sabremos sobre el grado de cumplimiento de la legislación vigente y más confianza tendremos sobre el agua que bebemos. Porque su calidad será conocida y reconocida.

El adminículo más común para medir muchos parámetros de una sola tacada es la sonda multiparamétrica de agua. Porque sirve para cualquier masa de agua y además es muy versátil. Y es tan útil para conocer la calidad como para medir los recursos existentes, tanto superficiales como subterráneos. Además sus sensores pueden medir des la presión absoluta, a la presencia de amoníaco, oxígeno disuelto. O la conductividad, resistividad, salinidad, pH, turbidez, salinidad, y densidad del agua.

Un ejemplo de este tipo de adminículos sería la medición de la conductividad eléctrica con la sonda. Porque es lo que se mide para conocer la concentración en el agua de minerales, sales y metales. Es sabido que una molécula de agua en estado puro se compone de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Pero ni uno ni el otro son conductores de la electricidad. Sin embargo, lo que necesita el agua potable para sernos saludable y útil al ingerirla son minerales. Como sí que conducen la electricidad, por eso se mide su conductividad. Y el resultado se presenta como determinación de la cantidad de sólidos disueltos totales (TDS). La veremos siempre en los análisis expresada en miligramos por litro (mg / L), o en partes por millón (ppm). Bueno es saberlo, para confiar.

No es menos importante asegurar que el agua esté libre de bacterias. Es otro importantísimo índice de calidad. Para ello se realizan los análisis bacteriológicos. Buscan los microorganismos presentes e identifican las bacterias señaladas en la legislación vigente como indeseadas. Porque solo sin ellas nos libraremos de las temidas infecciones bacterianas del intestino. Este tipo de análisis se efectúan recontando en una placa y filtrando con membrana. Se coloca la membrana en una solución nutritiva, donde las bacterias se reproducen y se recuentan los cultivos.

Otro factor de calidad del agua que conseguimos averiguar gracias al auxilio de la química es su alcalinidad y su pH. Nuestro organismo para estar en equilibrio necesita gozar de un estado neutro entre alcalinidad y acidez, huyendo en cualquier caso lo más posible de esta última. Para ello, la alcalinidad nos permite conocer la capacidad del agua para neutralizar un ácido. Y el pH es el valor real de la acidez o alcalinidad del agua. Por definición, el pH es el logaritmo decimal negativo del recíproco de la actividad del ion hidrógeno. Comúnmente se mide en una escala de 0 a 14, mientras que el valor 7 significa que una sustancia no es ni ácida ni básica, por lo que se define como neutra. Tanto para su regreso inocuo al medio como para su ingesta, el agua debe tener un pH neutro o ligeramente básico.

Finalicemos la ronda por las analíticas más importantes que generan confianza en la calidad del agua con la relativa a la turbidez. Porque el agua, antes de olerla y probarla, se ve. Y si se ve turbia, ni se huele ni se prueba. Simplemente, se rechaza. Y con ese repudio, se va la confianza.

Por eso, lo mejor es que no se vea turbia. Para controlarlo, la sonda de agua mide la dispersión de la luz incidente en unidades de turbidez de formacina (FTU). La formacina es el principal estándar de referencia para las mediciones de turbidez, esa bruma formada por finas partículas de materia orgánica e inorgánica, organismos microscópicos, algas, plancton, arcilla y limo.

Para tener confianza en el agua del grifo, mejor saber de entrada que estas pruebas son obligatorias por ley en casi todos los países que disponen de redes de abastecimiento bien gestionadas y en los que los usuarios pagan el agua que beben según cánones, tasas y tarifas pre establecidas. Con base en ellas, la confianza se mantendrá, se incrementará o se desvanecerá. Depende de la capacidad de gestión y de seducción del regulador y del operador de la red.

 

Porque ellos están obligados por ley a garantizar la calidad del agua desde la planta potabilizadora hasta el último grifo privado o industrial. Sus laboratorios propios o los homologados correspondientes, darán fe del resultado de los análisis. El resto, es seducción. En el camino, la arriesgada elección entre el agua envasada (cuya secuela de plástico es cada vez más preocupante) o el agua analizada tras ser tratada, cuyo futuro es difícil de prever teniendo en cuenta la cada vez más exigentes regulaciones sanitarias.

Para muestra, pongamos el botón de cómo lo hacen en EEUU. Ellos tienen, desde 1974, su Ley de Agua Potable Segura (SDWA) de los Estados Unidos. Y está supervisada por la todopoderosa y respetada EPA, la Agencia de Protección ambiental. Sus reglas deben ser cumplidas por 150,000 sistemas públicos de agua en todo el país que bastecen a centenares de millones de personas. Para los que, a pesar de todo, no confían, están las aguas minerales envasadas, reguladas por la Ley de Alimentos y Medicamentos (FDA), que se remonta a 1906.

Para los confiados, la EPA hace cumplir las Regulaciones Nacionales del Agua Potable Básica (NPDWR), que normalizan los modelos básicos y las técnicas de tratamiento a aplicar para proteger la salud pública, limitando los niveles de contaminantes en el agua potable: microorganismos, desinfectantes, subproductos de desinfección, productos químicos inorgánicos, productos químicos orgánicos y radionúclidos. Esta ley no rige en las extracciones de agua subterránea de titularidad privada.

Cuando aparece un problema de contaminación concreto, la EPA decide en dos direcciones.

Una es la de emitir una alarma sanitaria, imponiendo límites federales no vinculantes ni obligatorios de cumplir por los reguladores locales, en forma de guía técnica para administraciones federales, estatales y locales.

La otra, la de comenzar el proceso legal para implementar un NPDWR.

En todos los casos, la EPA analiza si los beneficios para la salud pública justifican los costos de no sobrepasar un umbral determinado de contaminantes.

Ni siquiera en la arcadia feliz de la gestión del agua llueve a gusto de todos. La EPA es muy criticada desde dentro del país por los detractores del fracking, ya que no lo regula en absoluto.  Tampoco se ocupa, por ahora, de hincarle el diente a los centenares de nuevos productos químicos relacionados con el riesgo de contraer cáncer y otras terribles dolencias. Y es que cada vez el zoom es más potente para las pequeñas concentraciones de productos detectados en muestras de agua potable. Las exigencias de calidad aumentan, de la mano de los avances en la visualización de lo pequeño.

Sin embargo, la SDWA en su casi medio siglo de vida ha sido modificada siete veces. Y la última, acaecida el año pasado, se hizo para ampliar su campo de actuación. Nada más y nada menos que dándole competencia en el control de inundaciones y de ríos navegables. Además, se ocupará de aspectos derivados de la gestión de recursos hídricos, del mantenimiento y reparación de presas, de restauración de ecosistemas, de la gestión de la energía hidroeléctrica y de la asistencia técnica a pequeños municipios

Esta última modificación no ha sido ningún capricho. Se ha originado a raíz del devastador informe de la ASCI, Sociedad Americana de Ingenieros Civiles. En él, detectaban enormes carencias en la gestión y el mantenimiento de las infraestructuras hidráulicas y cuantificaban su inmediata y urgente reparación en cinco mil millones de dólares anuales. Y la SDWA será la encargada de hacerlo.

Aquí ya hemos hablado en profundidad de las crisis de las redes de abastecimiento useñas. Además de instaurar el miedo sobre lo que bebían en toda la sociedad, dinamitaron la confianza en quien la servía. Ahora le toca a la SDWA arreglar el entuerto haciendo obras y seduciendo. Obras y emociones son la solución combinada.

Mientras tanto, quien puede pagarlo, deposita su confianza en el agua embotellada. Y sus cifras de ventas crecen exponencialmente en el mundo. Ellos venden salud y así se ganan la confianza.

El servicio público de abastecimiento, además de hacer obras y mantenerlas en buen estado, debe eliminar las incertidumbres que destrozan la confianza. Porque con la salud, no se juega.

Ya veremos cómo se recupera la calidad y la confianza. Cuestiones candentes del futuro del agua

 

Lorenzo Correa

Safe Creative #1608240244452

¡ Síguenos en las redes sociales !

twitter   fb

¿Te interesa la gestión del agua desde la perspectiva del coaching?

Recibe un email semanal con nuestras publicaciones

Te das de baja cuando quieras.


Deja un comentario