Rambla, tálamo natural de las aguas pluviales


La rambla seca es uno de los más seductores y románticos indicadores de los caminos que conducen al mar. Pocos son los que, en tiempo seco, al verlas en su curso medio, pueden imaginar que siguiendo su trazado llegarían a la playa.

A menos personas aún se les ocurre acercarse a ella cuando ruge la tormenta. Entonces el cielo jarrea agua sin apiadarse de los transeúntes. Sin embargo, los más atrevidos acaban sus días sin pretenderlo cuando se animan a cruzar una rambla en los días en que quiere asemejarse a un caudaloso río.

Atraídos por el desierto, fuimos a Mojácar y allí vimos muchas ramblas. Y elegimos nuestro humano río de hoy. Es una rambla seca. Con su cauce y riberas desdibujadas. Donde había algún ser humano, aprovechaba para estacionar su vehículo todo terreno. Parecían modernos integrantes de un  caravanserai de la Ruta de la Seda.

Pero no estábamos en Irán, sino en Almería. Había polvo en el ambiente. Todo allí recordaba al arenal. Porque de ahí viene su nombre. Así bautizaron a la rambla los primeros árabes que se las encontraron. Los que descubrieron ese lugar de emociones humanas que es la rambla.

En algún lugar hemos leído que la definen como  “tálamo natural de las aguas pluviales”. La rambla como lecho conyugal de la arena y el agua. Cauce que da rienda suelta a sus deseos cuando se produce la coyunda de la lluvia que cae del cielo y de la arena que yace en el lecho. Esperando que, tras la unión, pueda llegar a conocer el mar en su viaje de luna de miel. Con la ansiosa premura que sucede al himeneo

Rememoramos una obra de Juan Goyitisolo. Sus recuerdos de cuando recorrió los campos de Níjar.  Allí estaba ese cielo ”obstinadamente azul”. Y aparecía, al final de la rambla, el mar como “algo insólito frente a la tierra seca”.

Cuando Goytisolo visitó la zona, la rambla era la reina del paisaje. Su cauce hendía el desierto.  A las “huertas embardadas sucedían ramblas arenosas y desérticas”.

Hoy el paisaje se ha “humanizado”. Y el desierto se ha hecho feraz al cubrirse de plástico. Aunque la rambla sigue ahí, a veces contemplada por la blanca faz del urbanismo turístico. O por grises esqueletos de edificios que no lograron acabarse. Porque a la rambla también llega la crisis.

Lorenzo Correa

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