Cuando en el río de soledad notamos una barca por la greda, es él quien anda. Él, es él quien navega entre lo innavegable. Él, él, quien contusiona la brizna pajiza de la caña. Entonces no hay que huir, hay que sentarse a ver pasar las malas horas. Y detener la fluxión de la arena, orar y evaporar la imagen del Maldito evocando al Señor, tres veces puro.
Este podría ser el resumen de impactante poema que el malagueño Alfonso Canales nos regala para incluir en nuestra galería poética del agua. Porque la soledad en el río, trae malos presagios para el poeta. Aunque su barroquismo y su pasión por los clásicos, se proyecten sobre el cauce de nuestras vidas. Pero Canales detiene, en la soledad fluvial, el impulso de huir. Solo el agua huye. Aunque cuando no fluye, no puede escapar, porque no está en el río. Y el poeta, entonces, nos ordena detener el flujo de la arena. Es decir, el paso del tiempo. Y luchar contra el olvido.
Contra el maligno que aparece cuando nos quedamos solos en el río, la memoria. Porque en el cauce solitario, combaten el Bien y el Mal. Y allí, lo que el agua esconde, emerge en la soledad del río. La cara oculta del ser humano reflejada en esa arena del lecho fluvial que no fluye. El maligno.
Impresiona el poema de este hombre completo: fiscal, abogado profesor de música, de historia del arte y de literatura. De un hombre que veía en la soledad del río lo que hay que ver. ¡Y no huía!
En la cabecera del poema que hoy nos permite compartir, una cita en latín de uno de los Padres del desierto. De Juan Casiano. Especialista en la soledad del eremita y sus tentaciones. Y uno de los generadores del concepto de la acedia:
Acediae Impugnationem non declinando fugiendam.
No nos libraremos de la acedia huyendo. Cuánto hay de acedia en lo que llamamos aburrimiento. Pero el agua no se libra del río huyendo hasta que este muere. Hasta que no llega al mar.Y allí, sigue siendo agua.
Por eso los moralistas distinguían entre la pereza física y el pensamiento que genera melancolía. Eso es la acedia. El desabrimiento o tedio del corazón. Huirle es inútil. Hay que navegar con él.
De ahí que el poema acuático (sin agua) de Canales se titule “Navegación de la tristeza”
Leámoslo apara ahuyentar al maligno del río de la soledad
Lorenzo Correa
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