Los cauces secos, también tienen su encanto. El río pierde reflejos cuando se queda sin agua. Y a muchos eso no les parece bonito. Aunque solo sea porque la luna no puede reflejarse en cauces secos.
Los cauces llenos, eso sí, sin desbordar, gustan más. Pero los ríos son humanos y sus cauces están secos a veces. Cuando no llueve o cuando la gestión de la cuenca obliga. Muchos ríos urbanos, tan humanos ellos, están muy regulados en cabecera. Ahí se ubican los embalses que laminan avenidas, generan energía y abastecen a esas urbes tan populosas situadas aguas abajo.
Retienen el agua para soltarla cuando sea menester. Y dejan los cauce secos. En otras ocasiones, se secan a propósito para sacarles basura. Porque muchos humanos siguen usando el río como vertedero. Y alguien tiene que limpiarlo.
En cualquier caso, a pesar de estos argumentos tan razonables, los cauces secos no gustan. Porque del ellos huyen los molinos. Y los peces, tristes y asustados porque no llueve. Tampoco la luna está muy contenta. Algunos creen que cuando el cauce está seco, es porque ella ha desviado el río, pero nosotros no lo creemos.
¿Y los peces? Prefieren el río ufano al cauce seco. Por eso envían a las ranas a hacerles de espías y cuando no las oyen, ponen sus escamas a remojar.
Cauces secos, reminiscencias de Ramón Gómez de la Serna. En ellos, los ríos ni siquiera pueden lavarle los pies al paisaje.
Pero tienen su encanto. Y si no, comparen en las fotos. Azul y marrón, para gustos hay colores
Lorenzo Correa
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