Cuesta trabajo imaginar la existencia del desagüe de los océanos. Un sumidero por el que se van las aguas que contienen. Pero existe. Porque las placas tectónicas de la corteza terrestre se mueven, y ese movimiento abre cicatrices antiguas. Las de las fosas oceánicas.
Sí, el desagüe de los océanos está en las fosas. Y hay catorce distribuidas por toda la superficie mojada de la Tierra. El océano Pacífico dispone de 8 fosas, entre ellas la más profunda, que es la de la Marianas, con más de once kilómetros de hondura. El Atlántico tiene cinco y el Índico, una.
El desagüe de los océanos en cada fosa está situado a una profundidad de entre once y siete kilómetros. Hay que bucear mucho para saber si está tapado o destapado. Pero la revista Nature, nos indica ahora que alguno de ellos debe estar destapado.
Y el concepto que utilizan para explicar este destape por el que se nos va el agua es el de “subducción”. La geología terrestre tiene su expresión más potente en las Dorsales, esas interminables sierras oceánicas que alcanzan los 70.000 kilómetros de longitud y se extienden por nuestro planeta formando una cruz inexpugnable con sus dos brazos. El Norte-Sur y el Este- Oeste.
Ellas hacen crecer la corteza oceánica y como la Tierra no aumenta de volumen, a pesar de este crecimiento continuo, es obvio que, en la otra cara de la moneda, algo se destruye. Y lo hace la subducción, que con gran violencia va arañando los sedimentos que el agua transporta por los cauces y deposita en la costa. Al hacerlo, se pliegan y emergen. Y obligan a la corteza oceánica, de mayor densidad a meterse debajo de la placa continental. En este menester titánico surgen los volcanes y las cordilleras costeras. El escenario que envuelve esta fantástica lucha eterna son nuestras fosas oceánicas. Las pacíficas de Chile- Perú, Aleutianas, Kuriles, Japón, Filipinas, Marianas, Tonga e Indonesia forman el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico. Ahí está el desagüe de los océanos más importante. Por ahí se nos va casi toda el agua.
En el caso de la fosa más profunda, la de las Marianas, por el desagüe, acaban de descubrir que se va el cuádruple del agua que hasta ahora se suponía que por él desaparecía. Aquí la subducción se produce al deslizarse la placa del Pacífico bajo la placa de Filipinas. Además, este ingente volumen tragado por la fosa incrementa la posibilidad de terremotos, al disminuir el coeficiente de rozamiento en los intersticios entre placas y aumentar el desarrollo del magma. La subducción produce un fragor susceptible de ser escuchado. Y con esa escucha activa, se mide el volumen que se traga el desagüe de los océanos. Gracias al ruido que producen las rocas en su deslizamiento bajo placa.
Así, a todas las cosas que ya sabemos sobre los usos del agua en superficie, hemos de añadir lo que vamos averiguando de lo que pasa cuando el desagüe de los océanos está abierto. Porque estamos aprendiendo a contar los volúmenes filtrados cuando la subducción acontece. Esto se consigue instalando sensores que detectan terremotos y los califican en función del eco que producen en la corteza terrestre. Gracias a ellos, podremos conocer la velocidad y la aceleración de cada temblor.
De esta manera, se ha descubierto que cuando se produce desaceleración a 18 km de profundidad, las grietas han estado mayor tiempo abiertas. Y eso significa un mayor volumen de agua “ingerido” y una enorme absorción de agua por las rocas y los minerales existentes en esas profundidades. Vayamos al grano. El descubrimiento más importante es que por subducción, se van por el desagüe de los océanos tres mil millones de teragramos de agua cada millón de años. Cifra inabarcable por la mente humana del día a día. Porque un teragramo son 10 millones de toneladas, es decir 10.000 m³
Bernoulli ya nos demostró que todo lo que entra sale. Por ello también debe salir este enorme volumen. Y lo debe hacer por los cráteres de los volcanes en erupción en su inmensa mayoría. Eso es lo que hasta ahora se creía. Pero ahora los datos son obstinados. Y los científicos insisten en que por el agujero del desagüe de los océanos entra del triple de agua de la que sale por los cráteres.
¿Dónde está el agua perdida? Solo puede estar en un gran depósito situado allá muy, muy abajo. Un nuevo océano ignoto al que no se puede viajar en barco. A 600 km bajo nuestros pies. La constatación de lo que Verne escribió en su viaje al centro de la tierra. De esto ya se había hablado hace 5 años con el descubrimiento de la ringwoodita arrojada por un volcán. Ese diamante hallado en Brasil que contiene minerales generados a esas profundidades, con una gran cantidad de agua atrapada en su interior.
Recordemos los viejos libros, para unir lo mítico con lo académico. Allí están las fuentes del grande abismo, fueron rotas durante el Diluvio Universal, según el Génesis. De ellas salió casi toda el agua que inundó la Tierra con ocasión del diluvio y ellas fueron las que alimentaron cataratas del cielo. Porque la tradición nos dice que estuvieron manando 150 días durante el Diluvio, mientras que la lluvia duró sólo 40 días con sus noches. Alimentando las cataratas de los cielos. Y el agua de las fuentes regaba la Tierra. Por eso, en su versículo, 2:5,6 se dice:
5 Y aún no había ningún arbusto del campo en la tierra, ni había aún brotado ninguna planta del campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia sobre la tierra, ni había hombre para labrar la tierra. 6 Pero se levantaba de la tierra un vapor que regaba toda la superficie del suelo.
Ese vapor, ¿vendría del grande abismo? ¿Retorno de nuestro desagües de los océanos?.
Curiosa conexión del mito con la geofísica. De los cuatro brazos en los que se dividía el río que regaba el Edén, gracias al vapor que eliminaba la sal marina. El Pisón (aumento), era el caudaloso; el Gihón (estallido), era el desbordado; el Hidekel, hoy Tigris (rápido), era el veloz; y el Éufrates (fructífero),era el pródigo. Los cuatro atributos de un río que se precie. Y además alimentado por las fuentes del grande abismo que devuelven lo que engulle el desagüe de los océanos
Volvamos a la Academia, dejemos los viejos libros míticos. Supongamos que el uno por ciento del volumen de la roca del manto ubicado en la zona de transición fuera agua. Entonces dicho volumen equivaldría a casi tres veces la cantidad del agua que contienen los océanos del planeta.
Cuando algo pasa allá abajo en el interior del globo terráqueo, se desencadena un proceso geológico en superficie. Terremotos y erupciones volcánicas son solo dos muestras bien visibles de la agitación interior. En los últimos 120 años, nuestro planeta nos sacude con una media de 16 grandes terremotos al año.
Vemos la consecuencia de lo que pasa en zonas ignotas. Y ahora, se va intuyendo que estas sacudidas imprevistas forman parte también de un ciclo del agua planetario. Del grito desgarrador de las aguas muy profundas, para alertarnos de que están ahí. Y para convencernos de que las aguas superficiales son solo una muestra de lo que las profundas atesoran.
Los volúmenes que permitirían cuadrar las cuentas que hasta ahora nadie ha podido cuadrar. Así se desvelará el misterio y sabremos que hay más agua bajo la tierra que en su superficie. Además, se resolvería otro enigma bíblico, el ya indicado de las fuentes del grande abismo que devuelven a la superficie las aguas que se escapan por el desagüe de los océanos.
Lo más curioso del caso es que el agua escondida no se presenta en los tres estados convencionales. Ni es hielo, ni es líquida, ni es vapor. Se encuentra en el “cuarto estado”. Confinada en la estructura molecular de los minerales que componen la roca del manto.
El diámetro terrestre supera los 12.700 kilómetros. La temperatura va aumentando entre 25 y 30 grados centígrados por cada kilómetro de profundidad. Al llegar a los 18 kilómetros, la temperatura alcanza los 500 ºC. A 30 kilómetros ya serían casi 1000ºC. Por su parte, el peso de un conglomerado rocoso de gran extensión, genera altísimas presiones. Con semejante presión y temperatura una molécula de agua se divide para formar un radical hidroxilo (OH), que puede unirse a la estructura cristalina de un mineral. Y ya tenemos el agua en su cuarto estado
El relato bíblico resurge como consecuencia de una investigación del siglo XXI. La reflexión recoge el testigo del relato. Pensar es la acción reina de todas las acciones. Y nos lleva a la razón, que nos permite conocer todo lo que nos rodea. Así, el pensamiento coordinado de estos investigadores se convierte en un lenguaje que explica lo que nos rodea. Aunque esté tan abajo que la temperatura y la presión impidan comprobarlo mediante una visita. Por eso, han medido ruidos sísmicos de la zona de subducción de la Fosa de las Marianas, al noroeste de Guam.
Y así han conectado con los escribas que hace miles de años recogieron las palabras de los oradores sabios mediante el lenguaje escrito que permite prescindir en adelante del orador. Porque los textos ya hablan por sí mismos. Ontología del lenguaje en estado puro. Coaching ontológico aplicado a la gestión del ciclo del agua en sus cuatro estados del siglo XXI.
Armazón cartesiana sobre un núcleo mítico. Así nos explican dónde está el agua perdida: la que se va por el desagüe de los océanos. El pasado y el futuro del agua se dan la mano en el presente.
Lorenzo Correa
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