Con sed de fuga van las aguas del río en el Alentejo. Y no solo en Portugal, sino que también en todas partes. Pero en Lusitania nació y vivió el poeta Fernando Namora. Y de ella nos habla en el poema que hoy nos regala. El titulado «Terra 7».
Como médico rural antes que poeta y novelista, recorrió aquellas tierras en las que la sed de fuga de los ríos se alimenta con el fuego de la llanura. El “Alentejo”, lo que hay más allá del Tajo. De ese río ibero que cuando surca Portugal se va ensanchando con aguas que también sacian su sed de fuga hasta desembocar en Lisboa.
Pero el Alentejo está al sur del Tajo. Y sus ríos llevan caudales con permanente sed de fuga. El Mira, el Sado, los únicos ríos portugueses cuyas aguas se fugan de sur a norte. O el Ardila, extremeño de nacimiento y portugués de madurez, que acaba en el Guadiana, al sur del sur.
Ríos con sed de fuga que Namora recorrió, extasiado por la luz estival o aterido por el frío, mientras iba a sanar a sus pacientes alentejanos. Y, de ese periplo tranquilo de un médico rural, que serpenteaba por caminitos blancos, surgió, como un río, la poesía.
En sus versos y en sus novelas, Fernando narra la eterna siesta del Alentejo. Sus llanuras y sus ríos, fundidos en paisajes a los que ni el alma sabía juzgar.
Versos contemplativos, lirismo justo. Poemas de la tierra, de sierras y veredas, de riachuelos cuyas aguas tienen sed de fuga, aunque se extasíen también en su fusión con la tierra, libre y franca. Y con el cielo que unía los pueblos. Hasta que los ingenieros los acercaron tanto que pudieron abrazarse con los largos brazos de sinuosas carreteras por las que tantos campesinos se marcharon para no volver. Como las aguas del río. Porque las aguas y las gentes pasan, pero los ríos siempre se quedan.
Lorenzo Correa
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