vamos ampliando jueves a jueves.

Ayer encontramos dos fotos del año 1994. Aquí se las mostramos. Y al verlas, la primera sensación que nos embargó fue la de volver a oír el fragor del agua en avenida. Ese fragor del agua que nos recuerda el título de un muy recomendable libro del aragonés José Giménez Corbatón.

En él, el fragor del agua recuerda al autor a aquellos masoveros del Maestrazgo turolense. Esos que ya no existen, porque se los llevó la riada del progreso. Quedaron en la memoria del autor. Como, al encontrar estas fotos, el agua turbia que velozmente surca el cauce, nos trajo la voz de la memoria. La de todas las avenidas que hemos visto, e intentado reparar. En esos ignorados ríos humanos de nuestra geografía humana y profesional.

Cuando vemos las fotos, oímos como el agua golpea con violencia. También sentimos el trueno. Olemos a monte y a hierbas del campo. Y vemos como por el cauce roto, el fragor del río caudaloso arrastra animales muertos, ramas y rocas.

Entonces, aparece la geometría que humaniza al río. Estamos cerca de un pueblo. Y todo ese estruendo se multiplica al topar la corriente contra la planta potabilizadora.

Y llega el caos, tan unido a todos los desbordamientos. El que, con la geometría, hace humano al río.

Menos mal que después de la tempestad, siempre llega la calma y la potabilizadora volvió a funcionar. Eso sí, con nuevas protecciones geométricas contra el fragor del agua en avenida. Que duren.