Dibujos en el agua. Del Suminagashi a Benítez Reyes  


 

¿Es posible hacer dibujos en el agua? Desde el siglo XII sabemos que sí, porque lo inventaron los japoneses con el suminagashi. Ellos pintaban sobre el agua. Nuestro poeta de hoy, el español y gaditano Felipe Benítez Reyes, también. Aunque de otra manera.

Y lo hace en su poema “Dibujo en el agua”, que hoy nos presta para engrandecer nuestra galería de poetas acuáticos, una semana más.

Pero los dibujos en el agua de Felipe, no son “ebru art” ni “marbling”. Porque él ni es inglés, ni japonés ni turco. Él solo es poeta. Y solo coincide con estas disciplinas pictóricas en lo etéreo del procedimiento y en lo afilado de su pluma. Porque pluma afilada exigen tener los pintores que hacen dibujos en el agua. Y Benítez, también la tiene. Su agudo humor sentido del humor es muy característico de sus artículos periodísticos.

Como poeta, es otra cosa. Más grande. Tanto, que es capaz de escribir que “un dibujo en el agua es la memoria”. Y que los años vividos son tan nuestros como “del mar la bruma”. Esa bruma, que es agua imposible de comprehender, excepto en un poema.

Y Felipe escribe diáfanamente dibujos en el agua. Con la transparencia de su poesía vitalista y nostálgica. Reproduciendo, como dijo Luis García Montero, otro de nuestros poetas acuáticos, “sensaciones de vida…la apariencia real de una irrealidad … el edificio hueco de la plenitud y el paraíso”.

Ese paraíso que nos espera, inexorablemente, cuando terminamos de pintar nuestros dibujos en el agua. Porque entonces y solo entonces se proyectará sobre ellos la sombra muerta del tiempo. Y la nostalgia será infinita.

Leed el poema, pero antes, leed también el dibujo que del agua hace su autor:

“Cuando nuestro cuerpo entra en contacto con el agua, tenemos una sensación tan difusa como vehemente de regreso a un origen inconcreto. Una extraña reminiscencia de seres acuáticos desterrados del mar y de los ríos. De un universo submarino que presenta la textura cambiante de los escenarios de los sueños. Tocamos el agua, nos toca el agua. Y el cuerpo se nos vivifica y estremece. Como si recuperásemos un recuerdo perdido tanto en el tiempo como en el espacio”

Lorenzo Correa

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