El Niño y el calentamiento global.  La mejor excusa para una buena planificación 


La corriente marina del Niño, cálida, estacional y ecuatorial, asusta. Y eso que  no es más que un fenómeno atmosférico que sucede cuando en el cálido Pacífico tropical, el agua se calienta. Entonces, la corriente se mueve de norte a sur y llega a las costas ecuatorianas y peruanas entre el 18 y 25 de diciembre de cada año (de ahí su denominación).  Pero El Niño empieza a gestarse en abril cuando se debilitan los vientos alisios y dos meses después se ven las manchas de aguas calientes frente a Perú.

Inquieta El Niño. Cada vez más, porque se relaciona su creciente potencia con el cambio climático. Se recuerda que, en el último fenómeno registrado, el del año 2016, esas manchas se vieron en marzo. Y que ese adelanto fue el preludio del más potente episodio del último siglo.

Sus consecuencias fueron extremas, tanto en la zona norte (de California a Panamá), como en la sur, con terribles inundaciones en Buenos Aires, Santa Fe, Chile y Bolivia, Brasil, Perú, Uruguay. Porque no solo se batió el record de calor, sino que además la sequía se extendió por Venezuela, Brasil, Bolivia y Chile. Hubo tormentas de nieve en EEUU, más sequía extrema en Indonesia, en Australia y en África. Y los corales del océano pacífico se blanquearon como nunca lo habían hecho.

Con alarma o sin ella, esto no es más que un fenómeno natural, cíclico e irregular, que provoca un incremento de entre tres y siete grados centígrados en las aguas superficiales del Pacífico. Este incremento provoca alteraciones en el régimen de lluvias y en el de vientos. El efecto dominó se desencadena, afectando los cambios a las corrientes oceánicas y a las temperaturas del aire. Y, por retroalimentación positiva. Así se producen cambios en un sistema, como respuesta a acciones que provocaron alguna alteración en el mismo.

Cuando el niño no se manifiesta, los vientos alisios que circulan en sentido América-Asia- Australia, impelen el agua superficial, más caliente en ese sentido y el agua fría, más profunda, del océano en el contrario. Esta última es la corriente de Humboldt que lame con sus frías aguas las costas pacíficas sudamericanas. Como arrastra con ella nutrientes profundos, los peces van a a ella y los pescadores también.

Se presenta El Niño y suben las temperaturas del agua en la zona pacífica oriental central. Esto es así porque se genera una corriente de viento desde las costas asiáticas que impulsa la corriente cálida hacia América. Su velocidad es lenta, pero en diciembre, llega a Sudamérica y se encuentra con la corriente fría. El agua se evapora y las potentes nubes generadas, provocan una estación lluviosa que puede durar hasta doce meses.

La realidad es que cambian los patrones de lluvia en todo el globo. Salimos de la zona de confort que da la rutina climática. Y todo por El Niño. Y es que, con él activo, llueve más en el seco Pacífico oriental y menos en el húmedo Pacífico occidental.

El mundo al revés, por culpa de un Niño. Sequías, inundaciones y olas de calor provocan secuelas en cadena sobre la agricultura y la ganadería. Ahuyentan el turismo y generan enormes pérdidas económicas. Arruinan a los pescadores dejando esquilmados sus bancos tradicionales de pesca.  El caos, que ahora se hace más de temer a cusa de la amenaza del calentamiento global.

Pero ahí no acaba todo. Después del Niño, hay otro fenómeno. La Niña. Porque cuando todo vuelve a la zona de confort, se enfría la superficie oceánica y aumenta la lluvia hacia Indonesia, disminuyendo en Sudamérica. Efecto opuesto al reactivarse con fuerza la corriente fría de Humboldt.

Y resulta que comienza 2019, solo tres años después del episodio anterior, con otro Niño. Y que los expertos auguran que Niño y calentamiento global unidos, multiplican los efectos desatrosos del fenómeno conocidos hasta ahora. Además esta opinión se refuerza con los registros de 2016  y sus altísimas temperaturas.

Ante tamañas amenazas, hay que tranquilizarse un poco y mirar siempre el lado positivo de las cosas. Extraer consecuencias favorables para el futuro, porque aquí también está incluido el futuro del agua. Pongamos un ejemplo. Veamos lo que hizo Panamá tras verse afectado por una de las amenazas antes citadas. Por la sequía “niñera” de 2016.

Ante la falta inédita de lluvias, se decidió dar un impulso gubernamental multidisciplinar y consensuado por todas las administraciones competentes en la gestión del agua. Debido a la emergencia, se dispuso de un adecuado proceso de participación pública antes de la toma de decisiones. Así se definió una estrategia de planificación hidráulica adecuada para garantizar una correcta gestión del RECURSO” Y” DEL PATRIMONIO. Pero cuidando mucho que fuera eficaz, duradera e independiente de los gobiernos de turno. La distinción “y”-“o” debe ser notada. No se trataba de gestionar el recurso “o” el patrimonio, sino de gestionar el recurso “y” el patrimonio.

La situación en 2016 se puso muy fea. El día 11 de agosto, el Consejo de Gabinete del Gobierno de Panamá declaró el estado de emergencia por la sequía que afectaba al 70% del país y sobre todo especialmente a la vertiente del Pacífico, aprobando medidas  a adoptar durante los dos meses siguientes, ya que todos esperaban que en octubre volvieran, como cada año, las lluvias.

Además de las típicas restricciones en el riego de parques, jardines y campos de golf, se anunció el inicio de una campaña nacional de ahorro de agua. Como medida planificadora de alcance, se creó la Comisión de Alto Nivel de Seguridad Hídrica, que tuvo por objetivo presentar al Gabinete, en cuatro meses, soluciones para incrementar la garantía de recursos y reducir los impactos negativos de la ausencia de un régimen normal de lluvias.

Se anunció un “Plan Nacional de Seguridad Hídrica 2015-2030: Agua para todos” que redactó Endara, el Ministerio de Salud, el IDAAN, la Autoridad del Canal de Panamá, la Autoridad de los Servicios Públicos, el Ministerio de Educación y el Centro de Agua del Trópico para América y el Caribe.

¿Cuál era la situación entonces de la gestión del recurso agua en Panamá?

El IDAAN extraía recursos de 54 puntos diferentes, de los que la mitad eran derivaciones directas de ríos, afectadas enormemente en su normal funcionamiento por la merma de nivel en el lugar de la derivación, por disminución de caudales circulantes. Aunque esa afección también se produce cuando un rápido incremento de caudal provoca una avenida que destroza la obra de captación.

La única solución es construir azudes, que tienen como defecto su afección ambiental a la flora, por desaparición de la vegetación de ribera. Y también a la fauna, por disminución de caudal ecológico aguas abajo y dificultades en el movimiento de los peces. El resto del recurso se almacenaba en embalses, que funcionan bien cuando las lluvias son suficientes para mantener sus niveles por encima de las cotas de toma.

El mayor es el de Gatún (5.200 hm³), seguido del de Bayano con 2.700 hm³, Alajuela (presa Madden, 651 hm³), Changuinola (340 hm³) y Fortuna (172 hm³).

El agua de la Cuenca sirve al 95% de la población de Colón, Arraiján y Panamá, genera energía eléctrica y permite el tránsito de barcos. Luego la sequía, sea niñera o no, provoca un efecto económico y social devastador en el país si no está preparado para afrontarla y derrotarla

Entonces, ¿ cuánta agua utilizable hay en Panamá?: Mucho volumen, porque es el quinto país del mundo donde más llueve, solo superado por Colombia en América. Sus embalses engullen cerca de 10 km³ de agua. Pero en materia de calidad, había poca agua bendita. Cuando el recurso existe, pero está contaminado o se derrocha, es como si no existiera

¿Y cómo se usa?

Más del 80% de la escorrentía superficial se va al mar sin utilizar por el ser humano, lo que no quiere decir que se pierda. Porque sí que es “ganada” para la fauna de agua dulce y marina, para los bosques de ribera, para mejorar la calidad de los caudales circulantes Y para el turismo que necesita agua viva para su satisfacción deportiva, lúdica pesquera y estética. Si no la tiene, se va a otro sitio.

El 14% de lo que llueve se usaba para generar energía eléctrica, mientras que menos del 2% se destinaba al tránsito de barcos por el Canal. Un 0.3% era para la agricultura y un 0.2% para usos domésticos (higiene y boca).

Las estadísticas de consumo consultables, no incluían el porcentaje destinado a usos ambientales, sin embargo, están en ese 80% de recursos que “se van al mar”. En la planificación futura habrá que incluirlos y a lo mejor nos llevamos una sorpresa. Porque se van a tener que seguir yendo al mar bastantes caudales para asegurar la supervivencia del patrimonio hídrico o su restauración allá donde ya no exista.

Sin embargo, aunque el agua cae más en la cuenca atlántica, la población mayoritariamente está en las pacíficas. Hay regiones muy secas y otras muy húmedas…dificultades para la gestión. Cuando el consumo está lejos de los lugares productores del recurso, la gestión se complica porque hay que deslocalizar el recurso y eso tiene muchos detractores, los primeros los que viven cerca de sus lugares de producción (se crean las plataformas antitrasvase).

Si hablamos del agua “business”, al lugareño no le gusta que se haga negocio con lo que considera “su agua” por parte de personas que le visitan. Porque ve como se llevan muy lejos los beneficios. Así surgió el conflicto de la hidroeléctrica panameña. Y es que aquí entramos en un nivel diferente. El del agua  ”emoción”, que siempre tiende a oponerse al agua “business”. Cada vez hay más gestores que se dan cuenta de que hay que atender al agua “emoción” con el mismo interés que al agua “business”

¿Entonces, cómo salieron de la sequía?

En abril de 2016, en el peor momento de la sequía “del Niño”, la  Administración del Canal de Panamá (ACP), hizo efectiva la primera restricción de calado para los barcos que atravesaban el canal. De 39.5 pies se rebajó a 39 pies.. Esta fue la primera restricción efectuada desde 1998, año en el que se implantó también por un episodio de sequía. Por eso la última generación de panameños no había vivido esta situación.

Solo los “viejos” se acordaban de haber vivido lo que tal restricción supone. El que los buques pasen por el canal con menos carga de la que llevarían en circunstancias normales. Y eso,  repercute en los ingresos de la ACP. Porque un pie supone 2000 toneladas menos, luego ese medio pie fueron 1000 toneladas menos de carga por buque. Y cuando son cuatro pies, es una cantidad importante, por encima del 10% de la capacidad del buque, por lo que las navieras buscan otra ruta.

Aunque solo el 81.5% de todos los buques que atraviesan el Canal necesitan 39 pies o menos, lo cierto es que la restricción afectó  al 18.5% restante. Y al abrirse el paso por las nuevas esclusas, los buques neopanamax ya pueden pasar por ellas con entre 41 y 42 pies de calado, gracias a la mayor profundidad de las vías de acceso.

¿De qué dependía que se implantasen restricciones de calado?. De que la sequía provocó un descenso alarmante en el nivel de agua en los embalses que nutren al Canal. Se preveía que si la sequía continuaba, se harían más restricciones de calado, aunque la ACP ya avisaba de que se harían “ a menos que venga una Niña muy fuerte, con mucha precipitación, en los últimos días de mayo o en los primeros días de junio‘.

Afortunadamente para la ACP y para todo el país, la restricción no fue tan terrible pues en aquellos días no había mucha carga en movimiento, debido a la crisis europea y EEUU, en 1998, solo crecía un 2%, China un 6% y en el resto de América el crecimiento estaba estancado.  Y en 2016, también afortunadamente para todos, el calado sin sequía y con todos los accesos dragados era de 50 pies.

Pasó el mes de abril en situación de sequía y ésta se agudizó en mayo, con la consecuencia de que el lago Gatún registró su nivel más bajo de los últimos 103 años el lunes 2 de mayo:  78.50 pies. Este terrible registro hizo anunciar una nueva restricción de calado a 38.5 pies. Aunque  quedó sin efecto por las lluvias que daban entrada a la época húmeda. Gracias a ellas, aumentó algo el nivel del embalse Alajuela. Pudo así asegurarse un mejor suministro a la potabilizadora de Chilibre.

Luego empezó a llover, como le corresponde a la época húmeda sin “Niño”, más bien con “Niña”. Y hasta hoy. Esperemos que este Niño, no sea tan fuerte. Pero ya existen experiencias recientes y de ellas se ha aprendido. Vean si no, esta captura de pantalla de del portal de twitter de la ACP. El mensaje es clarísimo, ante el Niño que se avecina en 2019:

La alegría de poder decretar el fin de la sequía se acrecentó rápidamente. Fue  al comprobar la paulatina subida del nivel de los embalses, gracias a las copiosas precipitaciones “invernales”. Y así llegó  el día 8 de noviembre de 2016. Entonces  la ACP inició las maniobras de vaciado controlado y  preventivo en el embalse de Gatún. Hubo que hacerlo. porque había llegado a rebasar su  nivel máximo de operación. De los 87.50 pies, descendió casi a los 88 pies. O sea que, entre mayo y noviembre, las lluvias y la buena explotación del embalse habían conseguido llenarlo. Y hacerlo  con una subida de 9 pies. En el caso de Alhajuela, se llegó a 240.60 pies. Este nivel estaba 1.66 pies por encima de la curva guía. Porque su nivel máximo operativo es de 252 pies.

Los gestores cambiaron su política de avisos a la sociedad. Y, en lugar de informar de que no habría agua ni para el Canal ni para nada, alertaron a la población ribereña residente aguas abajo de las represas. Para que se mantuvieran fuera del cauce y de las zonas inundables de la llanura de inundación. Si no lo hacían, correrían un gran riesgo cuando el agua aliviada desde el embalse las inundara.

¿Qué hacer en el futuro?

Desde el sentido común (que casi siempre es el menos común de los sentidos), algo evidente. Almacenar el agua de lluvia en algún sitio (embalses). Después, conectar los lugares de consumo con los lugares de almacenamiento (trasvases). Para los que vivimos en España, esa fue la solución adoptada en los años veinte del siglo pasado. Ya conocemos sus aspectos positivos y negativos, lo que quiere decir que no todos son positivos.

Se puede aprender de esta experiencia. Para comenzar a pensar en medidas alternativas a esta tan “antigua” que la complementen, no que la sustituyan. Porque hay varias.

Entre otras, las siguientes: La reutilización, que exige un parque enorme de depuradoras de aguas residuales urbanas que funcionen bien. Efectiva pero costosa. La desalinización de agua marina y salobre (también costosa).  La eficiencia en el riego con cultivos adecuados al clima. Las redes impermeables. El incremento en la utilización del agua subterránea y la conciencia de ahorro en la población. El incremento de la eficiencia en redes urbanas que aún pierden demasiado.

Y en en este capítulo, habrá que invertir para resolver la insuficiente cobertura de la micromedición. Porque ahora solo llega a un 52%. Y hacerlo, eliminando el pago de mínimos de consumo. Porque eso fomenta el despilfarro. Además, hay que resolver las altas presiones en algunos sectores de la red,  e implementar una tarifa realista con los costes del servicio

Sí, es costoso.  Pero hay quien dice que el agua más cara es la que no existe.

Sequía, El Niño… No hay mal que por bien no venga.

Lorenzo Correa

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