Agua y alimentación, interesante alianza. No es posible vivir dignamente sin comer. Tampoco es posible comer si no hay agua. En casa, ¿quién vive sin agua en la cocina, en los lavabos o en las operaciones rutinarias de limpieza? Además, hay que beber. O agua embotellada o del grifo. Pero en casa entra más agua que la citada. La que ingerimos sin notarlo con la comida. Ahí está la relación de dependencia entre agua y alimentación.
Porque una gran parte del agua que consumimos, es el agua virtual que las viandas que componen nuestro menú cotidiano llevan consigo. Por eso,
según lo que cada uno coma, el consumo de agua será muy diferente. Y hay que actuar también en este ámbito para progresar en el camino del futuro del agua, que será muy oscuro sin eficiencia en el consumo. Hay que vigilar de cerca la relación del agua y la alimentación
La oscuridad en la que siempre está sumido el futuro, se aclara cuanto más cerca situamos nuestro objetivo. Para hablar de agua y alimentación, vamos a ubicarlo en el año 2050. Un primer hito en el futuro. Solo quedan 30 años, poco más de una generación. Iluminándolo desde aquí, creemos ver que no habrá mucho alimento para tanta gente. Porque “tanta” son diez mil millones de personas. Que son una tercera parte más de bocas que las existentes hace 10 años.
Esto significa que, si hoy en día nos comemos unos 60.000 millones de animales terrestres al año, esta cifra se incrementará notablemente para nuestra fecha de referencia. Y este consumo supone un aumento de emisiones de gases de efecto invernadero de producción agrícola, de bosques convertidos en tierras de cultivo y pastos y por supuesto, de agua virtual.
Sin embargo, lo podemos cuantificar en un consumo del 50% más de calorías, con una ocupación cultivada de 600 millones de hectáreas más de terreno. Además, y esto suena peor, 11 gigatoneladas más de gases de efecto invernadero (GEI), achacable a emisiones agrícolas, con respecto a los que deberían emitirse siguiendo fielmente las prescripciones de la reducción del calentamiento global por debajo de 2 ° C.
Nuestros amigos del World Resources Institute, a los que seguimos fielmente para guiarnos en el futuro del agua, publican 22 soluciones para comer diferente gastando menos agua y usando menos tierra. A estos aspectos del agua alimentación, nos referiremos hoy. Y al “restaurante” en el cada uno comemos cada día, sea en nuestro propio hogar o fuera de casa.
Parece obvio que lo primero que hay que hacer es rebajar el incremento de la demanda de alimentos de superficie: ganadería y vegetales. Además, hay que producir cada vez más alimentos en la misma superficie cultivable actual, sin aumentarla. Por supuesto, protegiendo los ecosistemas. Esto significa que hay que consumir más pescado y que hay que luchar sin descanso por reducir emisiones de efecto invernadero agrícola. Esta es la manera, también, porque va íntimamente ligado, de consumir menos agua.
Cuando se proclama lo que hay que hacer, el receptor pregunta automáticamente que “eso, cómo se hace, cuánto cuesta, quien lo paga y cuánto tiempo se tardará en hacerlo”. Si no hay respuesta, él tampoco hará nada por aportar soluciones. Así que vamos a responderlas, para que este artículo sirva para algo.
Lo primero, actuar sobre el consumo. Porque la cuarta parte de los alimentos producidos para el consumo humano no se comen. Por ello, para reducir la demanda de animales y vegetales… ¡y de agua!, sin pasar más hambre de la que se pasa, hay que dejar de desperdiciar y de tirar. WRI nos explica que, si reducimos una cuarta parte la demanda en 2050, se reduciría la brecha alimentaria (diferencia entre el consumo efectivo y el consumo necesario), en un 12%. Y se necesitarían una cuarta parte menos de tierras de cultivo. También se reduciría en un 15% el gradiente de mitigación de gases de efecto invernadero. Por todo ello, si se desperdicia menos, se almacena mejor y se mejora el etiquetado de caducidad, avanzaremos en un uso más eficiente de alimentos y necesitaremos menos agua.
Otra acción importante es cambiar las dietas más usuales en el mundo. Es decir, comer menos carne de la que come quien puede comerla. Porque lo que más comemos es vaca, buey, cordero y cabra. Tanto, que se prevé un aumento del consumo al doble de aquí a 2010. Y resulta que estas carnes son las que más agua virtual llevan consigo, las que más praderas necesitan y las que más gases emiten por gramo de proteína comestible. Habrá que ser algo más vegetarianos y quedarnos en solo 52 calorías por persona y día de carne para 2050. Adiós hamburguesas. Esperamos ver pronto a los publicitarios animarnos a comer verdura y dejar la carne. Aunque a los ganaderos no les guste mucho.
La siguiente reflexión para actuar es detener el incremento de cultivos bioenergéticos. Por ejemplo, la biomasa, pues los cosechado con ella a principios de este siglo solo proporcionaría el 20&% de lo necesario en 2050. Por eso hay que ir cerrando el grifo de los subsidios al biocombustible.
Sin duda, lo más difícil es a la vez lo más importante. Hay que conseguir tasas de fecundidad que se limiten a cubrir las bajas. Parar el crecimiento de la población en África y en Asia. Si bien en los demás continentes ya se ha casi conseguido, para 2050 se llegará a 2,1 hijos por mujer, en la África profunda están en más de 5 hijos por mujer. Aquí sí que hay que actuar rápido, potenciando la educación de las niñas y ampliando el acceso a los servicios de salud reproductiva.
Volvamos del hombre a la tierra. Si queremos ahorrar agua, hay que aumentar la producción ganadera por hectárea, bajísima por cierto en zonas tropicales. Hoy, los pastos son el 66% de la tierra cultivable. Por eso debe aumentarse su productividad, para que con menos tierra se produzca más carne y leche por hectárea. Eso se consigue mejorando la fertilización de los pastos, la calidad del alimento y la atención veterinaria; mejorando las razas y aplicando la rotación al pastoreo.
Mejorar, mejorar y mejorar el uso de la tierra y su riego. Ese es el objetivo. En los cultivos, hay que seguir trabajando, aplicando los avances de la biología molecular, para que sea más rápido y barato mapear los códigos genéticos de las plantas, probar los rasgos de ADN deseados, purificar las cepas de los cultivos y activar y desactivar los genes.
Mejorar suelos degradados en los secarrales africanos, implementando técnicas eficientes de regadío, usando el agua justa en el cultivo adecuado. Implementar técnicas de agrosilvicultura, plantando árboles en granjas y praderas para regenerar tierras degradadas y aumentar sus rendimientos. Evitando que el agua de la lluvia se marche rápido del lugar en el que cae. En resumen, sanear el suelo aplicando el agua justa y retenerla lo más posible donde cae.
También hay que plantar más a menudo, reduciendo superficies en barbecho o sembrando dos cultivos en la misma superficie y en el mismo año.
Actuar sobre la tierra es costoso y trabajoso, pero hay que actuar además sobre los ecosistemas y qué mejor manera que protegiéndolos con las ganancias que se obtengan de la agricultura. Así se protegen bosques y sabanas, evitando la deforestación. Para ello, gobiernos e inversores privados deben vincular sus créditos de bajo interés con la protección de los bosques y garantizar que las inversiones en infraestructura no se hagan a expensas del medio.
No es fácil evitar o detener la expansión de las tierras de cultivo. Sobre todo, ahora que en África se están produciendo más alimentos para los chinos o que en el sudeste asiático el cultivo del aceite de palma, arrasa. Solo queda ampliar cultivos en tierras con bajos costos de oportunidad ambiental. O sea, con pocas oportunidades de elección de cultivo o con escasas posibilidades de almacenamiento de carbono. Pero con gran capacidad productiva del alimento que se siembre. Para ello, hay que usar herramientas adecuadas de planificación y administración.
No se puede dejar a un lado la importancia de la reforestación de tierras abandonadas o improductivas. Por ejemplo, en Brasil, ya están cultivando pastos en taludes pronunciados de los bosques atlánticos.
Ya hemos escrito aquí sobre la restauración de humedales, hoy simplemente lo recordamos y anotamos como acción de importancia a tener en cuenta.
Dejemos la tierra y vayamos al mar. En el océano, en el que tantos problemas existen, también hay soluciones. Porque hay que consumir y por ello producir más pescado. Por eso la calidad dela agua marina es tan importante. Porque en ella está el alimento de los peces. Como ya sabemos que, hace cuatro años un tercio de las poblaciones marinas estaban sobreexplotadas y que el 60% restante se pescó en zonas al límite de su resistencia, no hay más remedio que reducir capturas. O se consigue que el mar mantenga una población capaz de permitir las mismas capturas en 20150 que en 2010, o tendremos que convertir 5 millones de ha de tierra para suministrar la cantidad equivalente de peces.
También habrá que eliminar subvenciones de apoyo a la sobrepesca, que ascienden a $ 35 mil millones anuales.
Esta medida nos lleva a incrementar la producción de piscifactorías. Porque es la única manera de soportar el aumento esperado del consumo de pescado, que será en 2050 el 60% superior al de 2010. Para ello, las piscifactorías deberán neutralizar su impacto ambiental: piensos, elevada demanda de agua dulce, contaminación de masas de agua… ahí hay que trabajar duro. También en la cría selectiva para mejorar las tasas de crecimiento de los peces, la mejora de los piensos y el control de enfermedades. Y en la reutilización del agua, siempre presente miremos a donde miremos.
Tras observar la tierra, el ser humano y el mar, ya solo nos queda la atmósfera. En este ámbito, hay que reducir las emisiones de GEI de la producción agrícola y ganadera. Los máximos responsables son, además de la ganadería, la aplicación de fertilizantes nitrogenados, el cultivo de arroz y el uso de energía. Se espera que se multipliquen por 10 las gigatoneladas por año emitidas en 2010.
En este ámbito, hay que luchar para reducir la fermentación entérica, responsable de la producción del metano. Porque los rumiantes emiten la mitad del producido en la tierra. Hay que “sacar” gas de las vacas, aumentando su productividad, para que produzcan más leche y carne por kilogramo de alimento. Por lo tanto, hay que invertir en tecnología que reduzca esa fermentación entérica.
También pueden reducirse emisiones gestionando mejor el estiércol, separando mejor líquidos de sólidos. Son las nuevas depuradoras de rumiantes. Pero, eso sí, no deben tener fugas en sus digestores. No es baladí tampoco actuar sobre el estiércol, las bucólicas boñigas que alfombran nuestras praderas. Porque se convierten en óxido nitroso, potente gas de efecto invernadero. Y emiten el 12% del total producido por la agricultura en 2010. Impedir que el nitrógeno se convierta en óxido nitroso con inhibidores químicos y biológicos, es la solución en el prado. Que se complementa reduciendo las emisiones de fertilizantes aumentando la eficiencia en el uso del nitrógeno. Por ello, hay que eliminar subvenciones a fertilizantes y legislar para que sus productores desarrollen fertilizantes mejorados.
Para acabar con las medidas sugeridas por el WRI, ahora toca el arroz. Porque los arrozales aportan el 10 % de las emisiones agrícolas en forma de metano. Debe pues acortarse el período de inundación del arrozal, reduciendo el nivel del agua para reducir el crecimiento de bacterias productoras de metano. Así se consiguen tres objetivos: reducir las emisiones en un 90%, ahorrar agua y aumentar los rendimientos.
No debe dejarse a un lado la eficiencia energética. Por ello, hay que utilizar cada vez más energía no fósil en el campo y apostar por la solar y eólica.
Las medidas que eviten la pérdida adicional de carbono de los suelos. Con más bosques protegidos y con un aumento de productividad de los pastizales y cultivos, potenciando la agrosilvicultura.
Estas son las medidas propuestas por el WRI para que el binomio agua y alimentos nos permitan alcanzar el objetivo de alimentar a 10 mil millones de personas de manera sostenible en el año 2050.
Ojalá estas 22 medidas consigan aumentar la eficiencia en el uso del agua, de la energía y de la tecnología. Y que ayuden a modificar algunos de nuestros hábitos alimenticios. La esperanza de que generen además beneficios complementarios para los agricultores, la sociedad y la salud humana, hace más atractivo asumir el reto y esforzarse en cambiar nuestros hábitos de producción y consumo. Una nueva carta en el restaurante de todos. Agua y alimentos alineados para conseguir que todos comamos en 2050.
Lorenzo Correa
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