Comprender el agua. Física, filosofía, ética y futuro


 

De la misma manera que está ocurriendo con el ser humano, se está gestando una nueva y radicalmente diferente comprensión del agua,  para que podamos comprenderla. Precisamente, de la transformación radical de la comprensión del ser humano trata Rafael Echevarría en su mítico libro “Ontología del lenguaje”. Siguiendo su estela, nos preguntamos si la gestación de la nueva comprensión del agua podria llamarse Ontología del agua.

El agua tiene, como todo en la vida, su significado. Y su propia identidad. Pero, como todo, también está sujeta a innumerables interpretaciones.

En el principio, los seres humanos comprendimos todo, el agua también, a través de un orador. No había nada escrito, porque no había alfabeto. Oyendo a alguien contar lo que fue el diluvio universal, el oyente interpretaba lo que “era” el agua más allá de la que podía ver y tocar en su lugar de residencia. Y aprendía que el agua puede eliminar la vida de la tierra si así lo pretende. Como del aprendizaje, surge el miedo, aprendió a temerla. Porque además de dar vida (a él se la mantenía cada día que la bebía), la podía quitar en un santiamén. Y además destruía de paso todo lo que se encontraba en su desbocado galopar diluviano.

Quizás el diluvio fuera la primera interpretación global del agua. Pero llegó el lenguaje y con él, la escritura. Por la escritura sabemos del diluvio. Entonces, poetas y oradores dejaron paso a los escribas. Así fue como el ser humano pudo comenzar a saber más cosas del agua, leyendo. Y leyó lo que habían escrito personas muy lejanas a su residencia y conoció lo que era el agua muy lejos de su casa. Aunque no conociera a quien lo había escrito y se lo estaba contando. De esta manera, los seres humanos pudieron afirmar que comenzaban a comprender el agua. Poco a poco. Y a tenerla respeto y veneración. Y es que en la literatura no hay límites. El escritor puede resolver muchos problemas y ofrecer la solución a todo el mundo, esté donde esté.

Sobre el nuevo lenguaje del agua se levantó la estructura de la reflexión y de la razón. Comenzaron a surgir investigadores, profesores y catedráticos. El primer filósofo de la historia, Tales de Mileto, se esforzó por comprender el agua. Y proclamó “el agua es el principio de todas las cosas”.  Ahí comenzó el razonamiento aplicado al agua. Escribiendo, Tales nos presentaba una interpretación racional sobre el origen del universo y la naturaleza. Y ella nos alejaba de los mitos y leyendas griegos que los poetas transmitieron de viva voz y los primeros escribas recogieron, aún sin racionalizar. Del mítico “arjé”, como explicación del comienzo del universo, a la física por la filosofía.

Y Aristóteles recoge a Tales en su Metafísica y le corona como “emperador de la comprensión del agua”: «el alimento de todas las cosas es húmedo y porque de lo húmedo nace del propio calor y por él vive. Y es que aquello de lo que nacen es el principio de todas las cosas. Por eso concibió tal suposición, además de porque las semillas de todas las cosas tienen naturaleza húmeda y el agua es el principio de la naturaleza para las cosas húmedas.»

El camino del comprender el agua ya está abierto: sus etapas son cubiertas a lo largo de la historia por los míticos nombres del aguan racional: Vitruvio dedica su libro octavo al agua y su primer capítulo a las maneras de descubrirla. Leonardo, nos regala su ecuación de continuidad para flujos unidimensionales, Mariotte, Euler, Bernouilli, Laplace, D’Alembert  y Lagrange, avanzan en dar soluciones a los problemas planteados por los flujos viscosos.

Ya es física, raciocinio. Y así se consigue “comprender el agua”

Todos ellos interpretaron el agua. Su significado, identidad y propósito. Su ontología. Y otros muchos, generación tras generación, continuaron alimentando el conocimiento.

¿Qué nos depara el futuro del agua en estos aspectos?

Sobre ello, hemos leído un reciente artículo sobre lo que piensa el Dr. Ken Shockley respecto a cómo comprendemos el agua. Ética y filosofía del agua. Y nos parece apasionante divulgarlo aquí.

Shockley es profesor de Ética y Filosofía Ambientales en la Cátedra Holmes Rolston III de la Universidad del Estado de Colorado. Holmes Roston III, es, por su parte, filósofo de la ciencia, profesor y ministro presbiteriano. Y además, está considerado, un baluarte imprescindible en la   protección de la biodiversidad terrestre.

Ambos están profundamente involucrados en expandir la  comprensión ecológica de los valores ambientales en la política pública. Y en divulgar el componente ético de las políticas hidráulicas. Por eso ahora exploran el solape de la ética ambiental, con la ética del clima y el desarrollo sostenible. Las claves del futuro del agua. Pretenden comprender el agua, asumiendo el cambio de paradigma que nos aleje del conflicto.

Entre Bernouilli y la primera mitad del siglo pasado, la ética de las políticas del agua se basaba en el reparto solidario de un bien escaso. Llevándolo a donde se necesitare, sacándolo de donde lo hubiere. Y en la lucha contra la naturaleza para sujetar el agua dentro del cauce o del embalse y evitar sus estragos entre la población ribereña y sus bienes. Se trataba de adaptar la naturaleza a nuestra conveniencia.

Con la paulatina implantación de tesis más o menos ecológicas o ambientalistas, el siglo XXI supone la irrupción de un cambio de paradigma en la manera de comprender el agua. Shockley lo recoge en esta frase:  «El agua se relaciona directamente con las preguntas sobre quiénes somos, dónde estamos y por qué estamos, es decir, con las cuestiones fundamentales de la filosofía«.

Hoy como ayer, “nuestra manera de comprender e interpretar el agua revela nuestro sentido de identidad (el quién), nuestro sentido del lugar (el dónde) y nuestro significado y propósito en el mundo (el por qué). Y, subyacente a todas estas preguntas profundamente humanas, se encuentra una cuestión central de la ética: ¿qué significa evolucionar como un ser humano?”

Así lo expresó en su reciente comparecencia en la vigesimocuarta sesión de la conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En ella la política fue la protagonista estelar. Y allí pudimos observar cómo se comportan los negociadores políticos para alcanzar los objetivos de futuro del Acuerdo de París. Negociando entre países.

Shockley se preocupa ahora sobre la calidad del agua. Es el mejor momento de la historia parta ello. Porque la técnica nos permite depurarla como nunca hasta ahora. Y reutilizarla hasta la extenuación. El profesor useño cree que el aumento de la calidad del agua supone una mejora inmediata en la calidad humana. Hace prosperar al hombre por dentro y por fuera. Y se fija sobre todo en la recuperación de acuíferos y de cuencas. Porque nunca como ahora hemos profundizado tanto en la tierra y hemos extraído aguas nunca alcanzadas. Porque nunca hasta ahora disponemos de tanta superficie urbanizada que proteger ni de tantos embalses para laminar.

La estética del embalse

Por desgracia, esta utilización de recursos imposibles hace un siglo ha supuesto sobreexplotación, agotamiento y contaminación de acuíferos. ¿Esto es un síntoma de madurez humana? Recordemos las sabias palabras de Niestzche: “La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño”

Analicemos con Shockley esta madurez. Reflexionemos. Ya comprendemos mejor el agua subterránea y la usamos más que nunca. ¿Eso es bueno o es malo? Responder bueno o malo, indica la calidad e quien responde y su manera de comprender el agua. Los que responden desde un ámbito local, con intereses vitales muy ligados a la explotación del agua, lo verán de una manera. Los que lo contemplan desde más lejos, con visión más global, lo verán de otra muy distinta.

Para entenderlo mejor, nos pone un ejemplo clarificador. El de para qué sirve recuperar un acuífero.  Un regante o un potente industrial “necesita” recurso hídrico para producir. Lo busca, destina presupuesto para extraerlo o descontaminarlo y lo usa. Es un problema de eficiencia económica y uso de adecuada tecnología. El agua sirve para usarla.

Sin embargo, un ciudadano de a pie, sin intereses económicos ni laborales relacionados con el agua, lo ve de otra forma. Cree que “sufre” la contaminación del agua. Le duele y le preocupa saber que bajo sus pies hay contaminación. Luego cree que descontaminar y recuperar el acuífero es un asunto de índole moral. Ni siquiera piensa en la técnica como manera de poder usar el agua.

Solo piensa en lo mucho que, a él, a sus congéneres y al medio, degrada que haya agua contaminada. Unos descontaminan para progresar económicamente. Para crear riqueza y trabajo. Otros, creen que hay que eliminar la contaminación para ser mejores, para adquirir una mayor calidad humana, cuando el agua mejora también su calidad. Sienten que así se repara una injusticia.

Interesante idea. La interpretación ética de la contaminación. Así las cosas, una acción ética descontaminadora de masas de agua subterráneas, sería una garantía su preservación. De la preservación óptima del futuro del agua. Además, esta actuación desde la ética sería seductora. Y por ello, generadora de confianza. Eso la convertiría en fácil de realizar. Y se dejarían de vulnerar derechos, corrigiendo malas prácticas del pasado. En resumen, esta carga ética desincentivaría a los futuros contaminadores. Y activaría a los guardianes del agua.

Si nos fijamos ahora en las masas de agua superficiales, en este ámbito además de la descontaminación de un río, lago o laguna, está su entorno natural. Porque es un entorno visible y visitable. Y por ello, al visitante le gusta encontrarlo en buen estado ecológico. Y es que la limpieza siempre agrada más que la suciedad.   Por eso Shockley afirma que los encauzamientos severos, los desvíos de ríos y los embalses son “una proeza de la ingeniería, no de la naturaleza

Añadimos nosotros que las proezas ingenieriles se ejecutan cuando la sociedad las demanda. Y dejan de ejecutarse o se realizan de otra manera, cuando la sociedad cambia sus demandas. Y este cambio de paradigma suele acontecer cuando las necesidades básicas de sus miembros están cubiertas y la naturaleza está relativamente “dominada”. Las infraestructuras suponen progreso material. Si éste no se detiene y continúa imparable, la naturaleza se resiente. Y su resentimiento repercute sobre la sociedad, que automáticamente da un golpe de timón.

Así podría definirse las prácticas restauradoras. Como un arreglo de los excesos del pasado. Como una corrección para un mejor futuro desde la ética y la estética. Y en esta corrección estética también tiene su protagonismo la ingeniería.

En este sentido, sostiene Shockley que nuestra manera de restaurar, nos dirá cómo interpretamos el agua. Es decir qué consideramos bueno y valioso de ella y por lo tanto, cual es nuestro ideal acuático.

Por eso proclama que   «el agua nos obliga a pensar sobre las consecuencias del cambio generado por distintas presiones:  económica, política, y ecológica. Si la “tocamos”, cambiamos el mundo y eso tiene consecuencias imprevisibles. Pero, más allá de lo económico, lo político y lo ecológico, está la estética”

Agua y belleza. Comprender el agua desde esta perspectiva. Así enseña Shockley en la Universidad de Colorado. Elucidando sobre cómo se relacionan las maneras de interpretar la belleza, el paisaje y la ecología. Y cómo el agua es el marco que todo lo comprende y lo aprehende

Shockley ilustra el contraste evidente para muchos, aunque no para él, de dos paisajes en los que el agua es protagonista. Un embalse y la cabecera de un río. El primero se ve feo, el segundo bello. E interpreta esta dicotomía: “Nuestra percepción de estos dos paisajes diferentes nos dice poco sobre la ecología y mucho sobre nuestras concepciones de la belleza. Sin embargo, el valor, elemento clave de la ética ambiental, seguramente se encuentra en un punto intermedio”.

De ahí que el agua y todas nuestras interpretaciones ecológicas, económicas, políticas, éticas y hermosas, estén en el centro de gravedad de nuestro desarrollo como seres humanos integrados en el agua. Porque desde ahí  y solo desde ahí podremos comprender el agua.

 

Lorenzo Correa

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