Náufrago es quien pierde o arruina su embarcación en el río o en el mar. En nuestro soneto de hoy, joya refulgente de la colombiana Dora Castellanos, el náufrago es el corazón. Cordial ruina la de Dora. Su corazón no se deja llevar por las aguas del río ardiente.
Agua viva y agua oscura. La del amor y la del rencor. La que libera y la que, al zozobrar el amor, alberga un náufrago.
La voz de Dora, sacude nuestras raíces, con ecos de los ubérrimos, magnánimos y generosos ríos de sus dos patrias: Colombia y Venezuela. La voz de Dora, acude en auxilio del náufrago. Ella canta, siempre canta. Al amor, claro. Además, lo hace en sus dos patrias. Por ejemplo, canta a la naturaleza que contiene al río, ya que por las aguas del río, visita a los ribereños. Por lo tanto, va apaciguando sus ardores con la frescura caudalosa de sus versos. Porque les canta en sus lenguas ancestrales: guaica, pemón y marikitare. Cantando así , fecunda con el agua profunda de la tradición el lenguaje que une los corazones de las personas de buena voluntad.
El corazón náufrago de Dora Castellanos, pasa entre las fulgurantes aguas del río. Sus latidos dan vida y calor a muchas lenguas. Las que llegaron a los oídos de la Academia colombiana de la lengua y le abrieron sus puertas de par en par. Y Dora fue la primera mujer admitida en tan docta Casa como miembro correspondiente.
Hoy, con Dora, ya son cuatro mujeres entre los 31 miembros de la Academia Colombiana de la Lengua. Y así Dora, la pionera, dejó de ser náufrago para convertirse en capitana de una nave con cada vez mayor tripulación.
Leamos sus poemas, que servirán seguro como banderín de enganche donde acuden a enrolarse los náufragos del idioma. Tripulación académica de cualquier género que impulsa la nave de la concordia y del dialogo. De las ideas, de la poesía y de la prosa.
Del lenguaje
Lorenzo Correa
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